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Tratando de entender el arte

Uno de los espacios que me ha interesado en los últimos años tiene relación con la Historia del Arte, he buscado formarme al respecto, revisar bibliografía específica, tomar cursos con especialistas y, por último, recoger estas experiencias e incorporarlas en mis clases de Historia. La aceptación se me dio casi de manera natural, el interés por darle más sentido y contenido a mis clases resultaba ser un aliciente que, desde el punto de vista de la respuesta de mis alumnas y alumnos, me llevaba a intencionar más experiencias al respecto.

Uno de los aspectos que me ha interesado en las últimas semanas tiene relación con la posibilidad, que me parece cada día más lejana, de arribar a una definición con respecto al arte, pregunta casi segura de los alumnos en las clases.

Lo que hoy consideramos arte, en especial para las épocas más antiguas de la historia del hombre, distaba mucho de ser producido y concebido con las visiones contemporáneas que tenemos de ello. Los bellos murales de Altamira, las Venus del paleolítico o las máscaras africanas que hoy se presentan en salas y museos como genuinas expresiones artísticas, eran, en su momento, imágenes o artefactos que parecen haber tenido una utilidad específica que distaba mucho de las consideraciones actuales del arte.

Por deformación profesional he buscado algunas referencias en la Historia que me permitan avanzar en lo que parece una nebuloso, asociada a los problemas de ¿qué entendemos por arte? Esta es una indefinición que cruza épocas y que parece estar asociada a una discusión bien antigua: la distinción entre arte y artesanía. Un primer acercamiento a esta disyuntiva diferenciaba que mientras la finalidad práctica es lo que define a la producción del artesano, lo que el artística producía buscaba un impacto desde lo estético. Luego, con la elitización del artista, y el reconocimiento de su genio, la originalidad, versus la producción en serie podían marcar la diferencia. Hoy, avanzamos por un nuevo carril, aquellos que plantean que la artesanía vale por lo que muestra, mientras el arte vale por lo que esconde.

Para muchos el arte nació con el peor de los defectos filosóficos, la falta de claridad, la misma que lleva a Ernest Gombrich a expresar, al inicio de su maravillosa “Historia del Arte”, que, el arte no existe, sólo existen los artistas.

En la antigüedad la concepción del arte era muy distinta a la actual, que parece, en sus condiciones más generales, haberse formado evolutivamente desde el Renacimiento. En el mundo medieval, por ejemplo, el “arte” se relacionaba con el conocimiento y la destreza necesaria para realizar una actividad específica, que podía ir desde hacer un par de zapatos, realizar el vitral de una catedral gótica, hasta la forma de seducir a una señorita. De lo anterior se puede desprender una conclusión inimaginable para nuestras concepciones actuales del arte, ya que el primer criterio de valoración de una obra no era la originalidad, sino que la corrección.

También vale la pena destacar que, para el mismo período, no todas las artes gozaban del mismo prestigio: las artes liberales, aquellas que estaban liberadas de la materia, se las consideraba superior a las artes mecánicas. Se consideraba que las primeras requerían de un conocimiento científico y de una destreza intelectual que no las veían reflejadas en las obras de los artistas que trabajaban con materiales concretos. Es por ello que una obra literaria era reconocida como superior a la producción de una estatua o un mural e incluso a una obra arquitectónica. Muchos concuerdan que esto se reflejaba en el anonimato del artista mecánico, reducido a un artesano más y que, según especialistas, requería de la asesoría de una especie de “creador intelectual” que le diera sentido, información y contenido a su obra. Por ejemplo, el arte religioso, muy extendido en la Europa del mundo Medieval, tenía dos autores, además del artesano, era necesaria la labor del sacerdote que aportaba el conocimiento y la información para la producción de la obra y de los atributos que le acompañan.

La rebelión de los artistas mecánicos se produce a partir del Renacimiento, una pléyade de arquitectos, pintores y escultores italianos instalaron sus obras en un nivel superior, lo que les dio los fundamentos para exigir que se les reconociera al nivel de los artistas liberales. Lo anterior estuvo acompañado del fin del anonimato, de la elitización del artista, que tal como lo expresa Ascanio Condivi, biógrafo de Miguel Ángel, el artista se sentaba más cerca de Lorenzo de Médicis, a la hora de las comidas, que los propios hijos del gobernante florentino.

Giorgio Vasari, en sus “Vidas”, a lo mejor el primer historiador del arte, se atreve a reconocer en el Giotto al primer artista moderno, destacando dos aspectos que parecen cruciales: el naturalismo de su obra y la fama de genio.  Este nuevo artista había nacido casi como el primer hombre, a imagen y semejanza de Dios, y al igual que el Creador, ávido de reproducir la naturaleza, lo que en definitiva distinguiría al artista del artesano, ya que sólo una sólida formación intelectual, un acabado conocimiento en matemática y óptica le permitió producir en perspectiva. El artista aspiraba a guiarse por la obra de Dios, es decir, ya no por la tradición, sino que por las leyes de la naturaleza. El artista se emparenta con el científico, el filósofo, el literato.

A la imitación de la naturaleza agregó algo más, el genio, la posibilidad de ver y materializar dichas ideas. Aquí hay un nuevo paso adelante, el artista buscó expresar, con el claro conocimiento de las reglas de la naturaleza, su producción personal, aspiraba a convertirse en un creador, e incluso buscaba superar la naturaleza. La obra realizada por Miguel Ángel en la capilla Sixtina impacta más por su composición, toma elementos claros de la historia religiosa, de las experiencias históricas del mundo clásico e incluso las referencias a un “Nuevo Mundo” recién descubierto, para entregar una concepción que sólo un genio es capaz de estructurar.

Esta concepción del arte se instaló por casi 400 años. Las vanguardias, de fines del siglo XIX y en especial del siglo XX, abrieron la puerta a la posmodernidad en la segunda mitad del siglo XX, que vino a deconstruir las concepciones más relevantes de la llamada modernidad, con su tendencia al sentido, la búsqueda de trascendencia, las narraciones, a través de las más variadas expresiones, asociadas a una razón consensuada. El hombre posmoderno definió al artista en función específica de su originalidad. Es el artista el que define hoy lo qué es arte y no al revés. Esta idea se instaló como la continuidad de la idea de libertad expresada en la producción artística del genio de la modernidad, pero que más tarde se instaló como la razón de la crisis de identidad en lo que hoy se considera arte. Aquí adquiere sentido la expresión de Gombrich, expresión que personalmente me rebela, que me aporta poco para que el arte sume a la comprensión de lo que entiendo por Historia, ya que reduce el arte a lo que hace el artista, sin la necesaria carga contextual y conceptual que aporta coherencia y sentido.

Así, en 1961, Piero Manzoni produjo 90 latas de conserva con su propio excremento, las que etiquetó, enumeró y firmó. Llamó a su obra “Mierda de Artista” y lo más interesante de ella es que los tarros se vendieron en equivalencia de su peso con el oro. Incluso, el año 2007, se llegó a subastar una de ellas en la suma de 124.000 euros. La experiencia parece confirmar la máxima de Kurt Schwitters, al plantear que “Todo lo que escupe el artista, es arte”.  Permítanme expresar que difícilmente me puedo sentir identificado con esta concepción del arte, lo mismo que con la concepción de la posmodernidad y me cuesta deconstruirme en mi concepción ante la vida, la Historia y el arte de la modernidad. Con respeto a la obra de Manzoni solo me queda preguntar, ¿qué mierda es esto?