El trabajo en equipo, un tremendo desafío para los establecimientos educacionales
En columnas anteriores hemos hablado de la educación y el rol que cumplen los establecimientos educacionales, espacios en los que he trabajado por casi cuarenta años y que, producto de los vertiginosos cambios sociales, parecen ser instituciones a veces valorados, lo mismo que el rol de quienes ejercemos en ellos, pero no pocas veces somos criticados, cuestionados y amenazados, e incluso sobrecargados con responsabilidades que deberían asumir las familias y la sociedad.
Hay una crisis del sistema educativo en el mundo, son millones los cargos de profesores que están vacantes, son pocos los que quieren estudiar pedagogía, en un contexto de crisis de la autoridad, de judicialización de los procesos que antiguamente se resolvían dentro del espacio escolar, de exposición a jornadas laborales que terminan en el hogar, con profesores no respetados y con el ejercicio de la docencia de personas que no se han preparado para ello.
Con respecto al último punto del párrafo anterior no tengo, personalmente, mayores reparos. No es que no crea en la profesionalización de la labor docente, pero también creo que hay aportes relevantes y sinceros de personas que, sin haber estudiado para profesor, ennoblecen la profesión con el trabajo respetuoso y el cariño sincero por el mejor bienestar de sus alumnos.
Sabemos que la escuela moderna nace en el contexto de la Revolución Industrial y que está en directa relación con un modelo de desarrollo que demandaba ciertas competencias de un grupo cada vez más amplio de la sociedad. He allí las causas de la masificación de la educación, en un contexto de funciones muy básicas, más bien generales, que permitieran a la población ejercer y desarrollar labores que estaban en sintonía con dichas competencias. En la práctica, las instituciones educacionales preparaban para la vida, que había transformado mucho sus estructuras por profundos procesos revolucionarios que dieron forma al mundo contemporáneo.
Tal como lo planteaba Marx en el manifiesto del Partido Comunista, una de las particularidades de la sociedad industrial de inspiración burguesa, es que el modelo exige revolucionarse permanentemente para mantener los estándares de competitividad que reclama. Dicha situación provoca un aumento significativo, en relación a otras épocas históricas en que se buscaba, por encima de todo, la permanencia de las estructuras, de reducir las brechas generacionales. Tal como lo planteaba Eric Hobsbawm, la pérdida del vínculo entre las generaciones es una de las cuestiones más complejas a las que nos enfrentamos como sociedad, fenómeno que, por lo demás, se sigue intensificando.
En dicho contexto es cierto que los establecimientos educacionales van siempre rezagados con respecto a los cambios que provoca una revolución tecnológica e informativa que ha roto todos los estándares de velocidad en las transformaciones que impactan a las nuevas generaciones. Si es difícil la relación entre padres con sus hijos, que parecen haber crecido en generaciones muy distintas, ¿qué puede exigirse a profesores que deben convivir con más de 40 generaciones a lo largo de su vida profesional? Tamaño y permanente desafío.
Ya, el ex primer ministro español, Felipe González hacía una crítica a los establecimientos educacionales hace, al menos, un par de décadas. Explicitaba que las instituciones que menos habían cambiado, que mantenían con ciertos niveles de rigidez sus estructuras, eran los establecimientos educacionales. Dijo, parafraseando al político español, “Si alguien hubiera muerto hace cien años y reviviera, a lo mejor, lo único que no habría cambiado, sería una sala de clases”. Hay mucho de cierto en dicha afirmación, pero podríamos agregar que los elementos de permanencia se hacen más intensos en la medida que se avanza en los niveles del currículo, siendo los espacios más tradicionales aquellos que tienen relación con la educación superior y profesional.
No me queda muy claro si lo anterior es un gran problema, creo que desde el punto de vista de la adaptabilidad tecnológica es claramente cierto, pero no sé si lo es desde la perspectiva de las relaciones sociales y de los vínculos entre las generaciones. A lo mejor, estoy solamente elucubrando, el gran aporte del sistema educativo en el mundo de hoy es que los hijos y los padres logren entenderse mutuamente, se reconozcan más allá de la tremenda brecha que parece separarlos y que valoren la esencia contextual de sus más importantes decisiones. Dicho rol, en las épocas de escolarización tardía, a eso de los seis años, no como hoy en día desde la sala cuna, los abuelos cumplían un rol fundamental al respecto, eran grandes depositarios de confianza, patrocinadores de tremendas enseñanzas y enormes afectos, que aportaban con su ejemplo y su esfuerzo, a ralentizar los profundos y, casi una contradicción, permanentes cambios a los que están sometidos las generaciones actuales.
Todo este panorama instala un tremendo desafío a los establecimientos educacionales, deben avanzar en flexibilizar sus estructuras, en generar verdaderos equipos de trabajo que consideren los aportes de todos los integrantes de la comunidad, que sean capaces de realizar una simbiosis positiva en los aportes de los viejos y los nuevos maestros, en los comentarios de los antiguos y modernos apoderados, en la capacidad de escucha activa de las genuinas preocupaciones de los alumnos, pero muy relevante también, es que los profesores se hagan escuchar con la voz potente de la experiencia profesional ante los apoderados y los alumnos.
Lo anterior demanda que los directivos de los establecimientos propongan un verdadero trabajo en equipo que incluya a todos los integrantes de la comunidad, que sean receptivos y, al mismo tiempo, capaces de ejercer la autoridad que el cargo demanda. Si bien es cierto no se puede generalizar en relación con los equipos de trabajo, especialmente en las instituciones educativas, ya que en su creación y funcionamiento intervienen múltiples y, a veces, inesperados factores, existen ciertas consideraciones básicas que, de los que tienen la responsabilidad directiva, deben intencionar y tienen directa relación con la definición clara de los objetivos, los indicadores de resultados, la evaluación del desempeño de los profesionales que en el establecimiento ejercen y con el nivel transversal de satisfacción de quienes trabajan, quienes estudian y de quienes envían a sus hijos e hijas a los colegios.
Está claro que el desarrollo de equipos eficaces no es cuestión de suerte, demandan tiempo y esfuerzo. Es muy importante que los establecimientos educacionales, desde sus cargos directivos, detecten y aprendan a desarrollar aquellas características comunes que a los equipos que logran un buen rendimiento y son capaces de generar atmósferas de trabajo nutritivas y enriquecedoras. Entre ellas, y sólo a modo de listado, me atrevo a señalar: superar la lógica básica del poder formal que impone la autoridad por la autoridad; ser capaces, en especial los directivos, de erigirse en un referente profesional y moral; liderar con inteligencia emocional; respetar la dignidad personal y profesional de todos los colaboradores; construir una presencia auténtica en las relaciones; asumir la relevancia de los niveles de transparencia en el manejo de la información y de la políticas a implementar; impulsar la interdependencia y la cooperación, erigirse como un verdadero aglutinador y no autoridades que tienden a dividir, a disgregar; favorecer y reconocer el desarrollo de habilidades personales, sociales y profesionales de todos los que cumplen roles en la unidad educativa; mediar, en forma neutral, en los conflictos que dificulten el trabajo; comprometerse con el desarrollo de su potencial y el de cada miembro del establecimiento, entre muchas otras.
Todo lo anterior aportará enormemente a generar las condiciones que permitan enfrentar los tremendos desafíos de las instituciones educacionales en el presente, permitiría lograr lo que los psicólogos llaman la identificación social positiva, tanto con el propio equipo, como con la organización, que promueva el orgullo de trabajar en ella, de estudiar en ella y de haber decidido educar a sus hijos en ella.