La teoría de la herradura y el efecto espejo
En ciencias políticas existe una teoría, objetada por algunos y apoyada por otros, que se llama la teoría de la herradura. Su creador, el escritor francés Jean-Pierre Faye, sostiene que la extrema derecha y la extrema izquierda, en realidad, se parecen mucho la una a la otra. O por lo menos, mucho más de lo que los radicalizados miembros de cada uno de los grupos podría llegar a admitir.
Un ejemplo histórico, casi que obvio: Hitler y Stalin. A pesar de estar ubicados en antípodas ideológicas, compartieron métodos similares de gobierno, manipulación política y estrategias de consolidación del poder. Establecieron regímenes totalitarios en los que el Estado controlaba todos los aspectos de la vida política, social y económica. No toleraban la oposición, fomentaron la adoración hacia su figura, eran expansionistas y usaban la represión y el terror para ejercer control absoluto sobre sus gobernados. Estas similitudes no tienen una única explicación, pero la historia demuestra que la forma en la que se ejerce el poder trasciende las ideologías y se basa, a menudo, en la personalidad, el contexto y la ambición de los gobernantes.
En ese orden de ideas, ¿por qué algunos líderes que coinciden tanto en sus maneras y estilos, se convierten en enemigos acérrimos?. Intereses económicos, diferencias conceptuales, ego, todo esto es cierto. Pero, ¿hay algo más?. Carl Jung, el psiquiatra y psicoterapeuta suizo, fallecido en 1961, desarrolló una teoría psicológica llamada efecto espejo o teoría de la sombra. Según Jung, lo que más nos molesta de los demás es, a menudo, una proyección de aspectos nuestros que no queremos reconocer. Es decir, si alguien te enfada mucho, puede ser porque ves en esa persona rasgos tuyos que te incomodan o que no has aceptado de ti mismo.
Apliquemos este concepto a la escena política nacional. Se me ocurren dos ejemplos, el primero, Álvaro Uribe Vélez y Hugo Chávez: culto a la personalidad, populismo, uso del enemigo como estrategia política, militarización, deslegitimación de la prensa crítica. Ambos gobernantes incentivaron la polarización, se presentaron a sí mismos como los únicos capaces de enfrentar los problemas de sus países e impulsaron reformas para extender su tiempo en el poder. Chávez lo logró con la reelección indefinida, mientras que Uribe intentó fallidamente modificar la Constitución para ejercer un tercer mandato. Nada más parecido a “Aló Presidente”, que los “Consejos Comunitarios”, sendos comités de aplausos plagados de frases efectistas, abrazos coreografiados y promesas incumplidas.
El segundo ejemplo, con el perdón anticipado de sus seguidores: Gustavo Petro y Donald Trump. Para muchos, representantes de dos mundos diametralmente opuestos. Y sí, tal vez lo son, pero es indiscutible que, a pesar de sus diferencias ideológicas, comparten estrategias y estilos de liderazgo similares que muestran que el populismo puede adoptar formas, tanto de derecha como de izquierda.
Parecidos, muchos. Los dos han construido movimientos políticos en torno a su figura, presentándose como líderes disruptivos que desafían al "establecimiento". Apelan directamente a la ciudadanía con discursos emocionales y prometen cambios radicales. Han polarizado y dividido sus sociedades entre seguidores leales y detractores acérrimos. Destinan gran parte de su tiempo útil a las redes sociales. Rechazan a los medios de comunicación tradicionales y los señalan como “enemigos del pueblo”. Sus narrativas apuntan a debilitar la confianza en las instituciones democráticas y se alimentan de la confrontación constante.
La lista de similitudes entre ambos es extensa y podría continuar, pero esta columna resulta insuficiente. Vale la pena, eso sí, mencionar una más, antes de despedirme. Nuestro presidente, a diferencia del estadounidense, no había protagonizado aún un reality, pero el 4 de febrero lanzó el suyo. Se llamó “Consejo de Ministros”, pero igual se hubiera podido llamar también “El Aprendiz”. Sin duda, le hubiera quedado bastante bien.
Hasta la próxima semana.