El valor de la literatura clásica
He reconocido en más de una oportunidad, a través de estas columnas, que en mi proceso formativo tuve una etapa de desprecio por la literatura y una predilección casi obsesiva por el estudio de la Historia. Estaba casi predispuesto a consumir Historia de Chile, de América Latina y del Mundo. En cada una de ellas había cierta inclinación por algunos períodos o, muy especialmente, la Historia de algunas regiones. Ello me acompañó desde mis años de liceo y hasta mi formación de pregrado.
Tuve la fortuna de entrar en contacto con algunos profesores de Literatura que, a la luz de estudios de postgrado, me hicieron ver de la relevancia de la disciplina y de su tremenda cercanía con la buena discusión histórica. Develé, a partir de sus enseñanzas, que la construcción cultural, del ámbito que sea, es el resultado de un humus cultural que le da sentido y significado a la obra.
En un diplomado de Historia Medieval tuve acercamientos más que formadores con el mundo de la épica, desde la anglosajona, pasando por la francesa y terminando en España. El mundo Artúrico fue el espacio que me llevó por el conocimiento de las novelas de caballería y desde allí a Cristino de Troyes, con el Lancelot, el Caballero de la Carreta y el Grial. El estudio del Quijote, que me dio una nueva oportunidad de acercarme al maravilloso clásico del Cervantes y Saavedra, con el cuál podría sentir que había completada una etapa, una nueva etapa, que me abrió los ojos y que me permitió darles a mis conocimientos sobre la historia medieval una nueva e interesante perspectiva.
Luego de ello he intencionado mi formación en dicha mundo, el diplomado de Literatura en Lengua Inglesa fue un nuevo espacio para entrar en contacto con, de una manera más profunda, grandes obras del mundo céltico, pasando por el Beowulf, Chaucer y concluir con Shakespeare y John Milton, una primera etapa. Extraordinarios profesores me hicieron comprender de mejor manera el mundo de la modernidad y los albores de la época moderna a través de los aportes de Edgar Alan Poe, Lewis Carrol y Oscar Wilde. Desde allí Elliot, Ezra Pound, para divisar las vanguardias del siglo XX.
Inicie una nueva trayectoria literaria con los clásicos del mundo italiano, leer a Petrarca, Bocaccio y, muy especialmente la Divina Comedia de Dante, a través de la mirada de grandes especialistas en la materia.
El mundo de América Latina en los siglos XIX y XX, en el contexto de revoluciones y guerras civiles, con espacios de desigualdad, pobreza y exclusión relatados de manera maravillosa y luego embellecidos con el boom latinoamericano del realismo mágico. En dicha oportunidad me hizo mucho sentido la reflexión del profesor a cargo del curso, quien se quejaba de que los alumnos que recibía en la universidad tenían cada vez menos cultura literaria.
El año pasado me inscribí en un curso que me llevó por los orígenes de muchos pueblos de la Historia Universal a través de la Epopeya. Homero con la Ilíada y la Odisea, La Eneida de Virgilio, El Cantar de Roldán y el Mío Cid, las Luisiadas que narra el viaje de Vasco de Gama y, qué decir, de revisar La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga que conecta a este remoto país de América del Sur, Chile, en un origen entre mítico e historiográfico que ha definido gran parte de la cosmovisión construida para comprender los primeros años de la Historia de este territorio post conquista española.
Sin duda que el panorama presentado demuestra un claro sesgo personal, la ausencia de la literatura de otras tierras y continentes, pero no siempre contamos con el acercamiento correcto a ellas, con especialistas que nos alumbren en función de sus aportes y que nos abran la invitación a maravillarnos con ellos también. Una deuda que espero poder pagar.
He querido hacer esta reflexión personal para motivar sobre el valor de la literatura y la posibilidad que tiene de expandir notablemente nuestras experiencias. Las grandes obras de todos los tiempos pueden leerse de más de una perspectiva, en mi caso, leerlas desde y para la Historia ha sido un proceso tremendamente enriquecedor y que aporta no sólo al desarrollo profesional, sino que fundamentalmente al desarrollo personal, enriquece desde una exquisita humanidad.
En mis años de liceo mis profesores de Castellano y de Historia se esforzaron por acercarme a dicho mundo, no tuve la capacidad de leer su compromiso por educarme y humanizarme. Pero hicieron los esfuerzos por ponerme en contacto con dichas obras, con sus enseñanzas y, sin duda, con el rigor que requiere leer una obra en toda su dimensión. Nadie puede entender una obra clásica, aquellas que han sido capaces de superar el tiempo y el espacio, sino existe una adecuado acercamiento contextual y que sus conceptos no sólo permitan entender el presente, también orientar y construir el futuro desde la sensibilidad que es tocada. El proceso demanda no sólo una lectura literal de la obra, también reparar en aspectos éticos y morales que la elevan a una verdadera expresión de pedagogía y lograr avanzar, en la medida de lo posible, y al estilo de la lectura de los textos sagrados, a una experiencia también alegórica, es decir, a aquella lectura que supera la dermis de la obra, como decía Herman Melville en Moby Dick. La lectura alegórica atribuye un significado simbólico a los personajes, eventos o elementos de la obra. La narrativa, con sus personajes, trama y escenarios, se pone al servicio de transmitir una moraleja o una lección más amplia y compleja que aporte a comentar problemas del mundo real.
No leer obras clásicas puede, según los especialistas, generarnos muchos efectos negativos: en primer lugar pérdida del contexto cultural, que no es sólo relevante para comprender la obra en sí misma, sino que aporta a comprender la evolución de la sociedad; por lo mismo, provoca una falta de perspectiva, ya que sus especiales puntos de vista aportan a una comprensión más amplia de nuestro mundo; sin duda que limita la imaginación, atentan contra la creatividad que aporte a la resolución de problemas y a la innovación; qué decir de la desconexión con el pasado, con nuestras raíces culturales e históricas que han moldeado nuestro mundo actual; pérdida de valores y lecciones, como la importancia de la verdad, la amistad, la lealtad, la perseverancia, el compromiso con los demás; y, sin lugar a dudas, menor capacidad crítica y analítica, que ayuda, en especial en tiempos de fake news, a evaluar la información y a tomar decisiones informadas.
Los programas de lectura de las escuelas, los colegios y liceos de hoy están muy conectados con la inmediatez y la instantaneidad del mundo actual, que no pocas veces desprecia la construcción del pasado. Se lee en función de la moda, que muy pocas veces trasciende, que se olvida con la misma rapidez que se instala, que pocas veces tiene respeto por la calidad del lenguaje, por elevar la narrativa a un arte que se puede disfrutar y que muy pocas veces requiere de un profundo análisis de contexto. Hay una especie de comodidad por responder a necesidades inmediatas, que pocas veces tienen una real relación con el desarrollo de habilidades y competencias que necesitamos instalar en nuestros alumnos, que, desde la estructura pedagógica no superan el valor de la lectura literal de la obra.