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Crecer o desaparecer

En Colombia, las micro, pequeñas y medianas empresas, representan más del 90% del tejido empresarial y generan cerca del 80% del empleo nacional. Esta cifra, reveladora en sí misma, es aún más contundente cuando la aplicamos al Caribe colombiano, donde el ecosistema empresarial está profundamente anclado en estas unidades productivas pequeñas, muchas de ellas informales, frágiles, sin acceso a crédito ni herramientas de sostenibilidad a largo plazo.

En nuestra región, la desaparición progresiva de grandes empresas ha dejado un vacío económico que nadie ha sabido o querido llenar. Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, antiguos pilares productivos del país, han visto su músculo empresarial debilitarse, migrar o ser absorbido por multinacionales que operan desde otros centros, dejando apenas rastros de su poderío original. Hoy, las grandes empresas escasean y, peor aún, la mayoría de las que existen, con contadas y admirables excepciones, no están ancladas en la región ni comprometidas con su desarrollo a largo plazo.

Este fenómeno tiene múltiples causas. Entre ellas, una escasa inversión pública en innovación y tecnología, una cultura empresarial poco dada al riesgo y al crecimiento, así como una desconexión histórica entre academia, Estado y sector privado. Pero, sobre todo, se trata de una falta crónica de estrategias de fortalecimiento real para las Mipymes. Porque, mientras el discurso oficial las aplaude y romantiza, los instrumentos efectivos para convertirlas en empresas robustas, competitivas y escalables siguen siendo escasos y pobremente diseñados.

La fragilidad de estas empresas no es solo financiera, es también estratégica. Muchas son hijas de la necesidad. Nacen para subsistir, no para innovar. Vienen al mundo solas y mueren solas, muchas veces en su primer o segundo año de vida. Y aunque son motor social, cultural y económico de sus comunidades, no acceden a acompañamientos jurídicos, financieros ni publicitarios. Su marca es débil, su modelo de negocio difuso, su acceso a mercados, limitado.

Lo digo no sólo como observador de este fenómeno, sino como alguien que lo ha vivido desde adentro. Hace 25 años emprendí un camino desde el Caribe, con una empresa que ha subsistido a fuerza de convicción, tropiezos, reinvenciones y una fe inquebrantable en la región. Sé lo que es remar sin apoyo, innovar sin capital, construir sin garantías. Pero también sé lo que puede lograrse cuando se apuesta por el talento local, cuando se decide resistir y crear desde aquí, con identidad y propósito. Mi empresa ha sobrevivido donde muchas otras han caído. Pero no debería ser cuestión de resistencia individual, sino de estrategia colectiva. Porque la fragilidad persiste a pesar del tiempo y la posibilidad de cerrar las puertas, a pesar de lo logrado, nunca desaparece.

Es por eso que urge un cambio de enfoque. No basta con talleres esporádicos ni con convocatorias aisladas. Se requieren nuevas arquitecturas de apoyo empresarial. Plataformas integrales, metodologías híbridas, redes colaborativas. Espacios donde la tecnología y el talento humano se complementen, donde se combinen diagnósticos claros con acompañamientos estratégicos, acceso al conocimiento con proyección de futuro. Modelos que permitan escalar capacidades, traducir el potencial en estructura, y transformar la intuición emprendedora en visión empresarial.

Nuestra visión de región no debe ser la de tener miles de pequeñas empresas, eternamente pequeñas, sino de construir un semillero de futuras grandes empresas. Empresas nacidas en el Caribe, orgullosas de su identidad regional, pero capaces de competir en mercados nacionales e internacionales. Empresas que generen empleo de calidad, que fortalezcan el tejido social, que devuelvan autonomía y autoestima a una región históricamente subestimada en las grandes decisiones económicas del país.

El Caribe colombiano no necesita caridad ni asistencialismo, necesita herramientas. Que nos miren, no sólo como una región culturalmente rica, sino como un polo de desarrollo empresarial. Dejemos atrás el papel de reservorio exótico nacional y volvámonos el epicentro de la transformación nacional. Las Mipymes pueden ser el detonante, apalancadas en su cercanía con el territorio, inagotable resiliencia y enorme creatividad.

Estoy seguro de que, tomando las decisiones adecuadas y trabajando todos en equipo, podremos dejar de hablar de la lenta extinción de nuestras grandes empresas, para empezar a narrar el surgimiento vigoroso de un empresariado nuevo, orgulloso de sus orígenes, pero con ganas de comerse el mundo. Uno que abrace el porvenir con las dos manos, desde aquí, desde el Caribe.