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Byung-Chul Han, nos cuestiona hoy

Hace algunas semanas me permití compartir, a través de esta columna, algunos planteamientos asociados al rol de historiadores, filósofos y hasta cientistas políticos que buscan apropiarse de la comprensión de alguna etapa histórica a través de asignarle un nombre. Compartí con ustedes algunas “Eras…”; “Edades…” y; “Épocas…” que tenían en común la idea de, sobre la base de simplificar una realidad que es tremendamente compleja, darnos algunas evidencias, directrices y sentidos sobre una etapa que nos permitiría avanzar en su comprensión.

Me faltó decir, en aquella oportunidad, que lo que también se pretende es darnos información de cómo nos organizamos, qué es lo que estamos haciendo mejor y peor, qué estamos dejando de hacer y alertarnos sobre las consecuencias positivas o negativas de ello. Hoy, momento culminé de la velocidad del cambio, en que las edades y las épocas parecen más bien modas, que nos cuesta generar evidencias de en qué estamos y, cuando logramos hacerlo, parece que ya muchas de esas evidencias han sido superadas o han quedado obsoletas. En ello creo que se encuentra el origen de lo prolífico de algunos intelectuales, que disponen de la especial sensibilidad, del conocimiento para expresarse al respecto, y ,por qué no decirlo, de un espacio lucrativo en el mercado cuando ya se han hecho un nombre, generado una clientela literaria e intelectual, que está dispuesta a consumir más de aquello que la hecho sentido, que comparte su mirada y, no pocas veces, que está en sintonía con la trinchera ideológica desde la cuál está mapeando la sociedad.

Creo que hoy, más que nunca estamos entregados a la necesidad de que aquellos “distintos”, “sensibles”, “cultos” o “ilustrados, como queramos llamarles, nos iluminen para comprender un mundo que parece nos lleva, más de lo que nosotros somos capaces de llevarlo. La velocidad de las experiencias, la cantidad de acontecimientos relevantes, el cúmulo cada vez más abismante de información se integran en una fórmula de difícil comprensión. No somos capaces de develar tendencias, no percibimos, si es que los hay, los algoritmos sociales, económicos y políticos que permitan descifrar alguna tendencia, por lo que nuestra conciencia individual se ve atiborrada de una inmensidad de datos que provienen de los medios de comunicación, de las redes sociales y de un cuanto hay de espacios en los que circula información con más libertad que confiabilidad. El tema, sin duda se nos complica.

Todo el preámbulo anterior, por lo demás no sé si certero, tiene relación con mi interés de compartir algunas reflexiones del filósofo coreano, radicado en Alemania, Byung-Chul Han, que algunos siguen con mucha devoción, mientras otros se alejan de posturas que consideran muy rígidas, poco fundamentadas, a pesar de la abundante bibliografía que ha producido en los últimos años.

Lo relevante de Han es que es uno de aquellos que quiere y se arriesga a decirnos que ve en nuestras estructuras políticas, sociales y económicas actuales, es capaz de levantar una voz de alerta, que es, desde mi punto de vista, necesario que cada uno de nosotros se aproxime a conocer y evaluar qué tan de acuerdo o en desacuerdo estamos con sus apreciaciones.

Lo primero que puedo anticipar es que los temas que aborda Han en su abundante producción es más variada que profunda: la esclavitud moderna e interior, la libertad aparente, la pasión y la represión, el sexo sin erotismo y más bien pornográfico, son parte de aquello que quiero expresarles y donde el pensador coreano se mueve como pez en el agua, siendo capaz de conectar aspectos de ellos que, a cualquiera de nosotros, nos costaría mucho relacionar.

En la “Sociedad del Cansancio” nos alerta sobre las consecuencias del neoliberalismo en el aumento de enfermedades mentales. La depresión, la hiperactividad, el déficit de atención y hasta el síndrome de agotamiento crónico serían consecuencias directas de la libre competencia. La exagerada preocupación por el crecimiento y la productividad, la búsqueda del reconocimiento social, a través de la generación de riqueza, se han convertido en una especie de cáncer que carcome internamente a cada uno de nosotros. Muchas veces ni siquiera somos capaces de darnos cuenta de ello, se ha instalado como una especie de patrón cultural al que respondemos casi como autómatas y que sólo visibilizamos al momento de somatizar sus más negativas consecuencias.

Para Han, el modelo neoliberal ha instalado una nueva forma de dictadura e incluso de totalitarismo. A diferencia del fascismo y del comunismo, aquí la procesión va por dentro. No existe un órgano externo de sumo coaccionador que nos limite y controle. Las nuevas formas tienen directa relación con las imposiciones personales que nos instala el sistema. El capitalismo se ha erigido como una nueva expresión de los totalitarismos, esta vez es el resultado de una fuerza interior, hasta irreflexiva, que demanda cumplir con los desafíos que nos impone el tipo de sociedad y la valoración de esta que construye el capitalismo.

Vivimos en un mundo en que todo está expuesto. En los distintos espacios en los que actuamos, pero fundamentalmente en el del homus economicus, el capitalismo nos impulsa a la divulgación voluntaria de nuestra información. Entregamos nuestros datos más privados para campañas de descuento en farmacias y supermercados, para participar en programas de nuestros bancos, en los de las tiendas del retail y favorecemos que la supercarretera de la información acumule, organice e interprete nuestros datos y, como consecuencia, nos bombardea de ofertas y campañas que parecen estar en directa sintonía con nuestros más “ocultos” deseos. Fuimos nosotros los que hasta “pornográficamente”, según el propio Han, hemos construido una excesiva exposición que termina convirtiendo todo en mercancía. La ausencia de misterio, de lo oculto, de todo disponerlo listo de la manera más inmediata para consumirlo, mata el “erotismo”, que demanda que no todo debe ser comprendido, no todo debe estar disponible, no todo tiene que gustarnos.

La hipertransparencia se transforma, en palabras de Han, en un peligro en la forma en que hemos entendido el amor, pues nos instala en una sociedad tan sexualizada, que terminará matándolo, y con él al erotismo y al deseo. El deseo demanda algo de oposición, de incluso aquello que no entendemos, con lo que aventura la agonía del eros.

Las redes sociales, el internet, la revolución digital en su conjunto han construido lo que denomina “La Sociedad Digital”. Nos alerta sobre las consecuencias negativas de un enjambre de individuos hiperconectados y tremendamente aislados, sin acción colectiva y, por ende, sin sentido. Vivimos sin silencio, en un mundo de ruido constante que nos instala en un irreflexivo orden establecido.

La columna me permite sólo compartir algunas de las reflexiones del pensador coreano, espero que sea la puerta de entrada para leerle más de él, pero sin caer en aquello que Han ha develado de cada uno de nosotros, en un nivel de incapacidad permanente para tomar decisiones de cómo vivir, pensar y tomar decisiones. Si no lo hacemos, o nos damos cuenta de lo que nos plantea Han es cierto, llegó el momento de recuperar las riendas de nuestras vidas.