Otra elección más en Chile
Este domingo 24 de noviembre se desarrolló un nuevo proceso electoral en Chile, la segunda vuelta para la elección de los gobernadores regionales en 11 de las 16 regiones del país, experiencia relativamente nueva en Chile ya que desde hace 4 años que dichas autoridades son expresión de la voluntad ciudadana y no extensiones del poder ejecutivo en las regiones.
Hoy, como nunca desde que voto, específicamente desde el plebiscito que derrotó a Augusto Pinochet en 1988, que me dirijo a mi local de votación en horario de la tarde. La concurrencia masiva para votar está, sin dudas, definida por la obligatoriedad del voto y el temor a una multa.
Me llamó la atención que la gente iba tranquilamente, sin la efervescencia de otra elección, más relajados, se enfrentarían a una papeleta más amigable, ya que había que dirimir sólo entre dos opciones, lo que permitía un conocimiento más claro de los candidatos y la posibilidad de definir con mayor claridad la opción de cada uno. En los lugares de votación se podía sentir la tranquilidad, lejos de los temores del regreso a la democracia, con espacios custodiados por policías y militares armados y de la conflictividad propia que generaron los fallidos procesos constituyentes de 2022 y 2023. No creo que esto sea signo de una mayor madurez política, más bien está relacionado con una elección que no ha calado en el alma del ciudadano chileno y que, muy por el contrario de lo que debería ser, las personas no saben claramente de la trascendencia que tiene.
Tal como lo explicité en el primer párrafo, la elección de gobernadores se verifica por segunda vez en la historia de Chile, la primera, realizada en el año 2021, dio un triunfo aplastante a la centro izquierda política, ya que la derecha sólo obtuvo un candidato electo de las 16 regiones en las que se divide el país. En dicha elección, el impacto del estallido social, de las consecuencias de la pandemia y la aplastante elección constituyente para el proceso fallido de 2022, pueden elevarse a consideraciones para tener en cuenta al justificar una situación no muy repetida en la historia electoral del país.
En la elección de 2021, e incluso en los meses posteriores a la elección, con la entronización de los candidatos electos, aún se discutía cuáles eran las reales atribuciones que tenían estas autoridades. No eran pocos de los gobernadores electos que daban muestras de preocupación y que demandaban una mayor claridad al respecto. Aquello no es un tema concluido hoy, la ciudadanía aún no tiene claro del rol del gobernador regional, más allá de que ahora, la máxima autoridad de la región no debe dar cuentas de su acción a un poder central, sino que debe someterse al escrutinio ciudadano cada 4 años. A los votantes, la elección de gobernadores aún le resulta compleja, mantiene cierto nivel de desconocimiento, al igual que el rol que ejercen los consejeros regionales, o los concejales municipales, a diferencia de lo que es la elección de alcaldes que, sin duda está más internalizada por la ciudadanía.
Seguimos con una seguidilla de elecciones que han aportado poco a comprender la cotidianeidad de la democracia, mejor dicho, de lo que debe ser la democracia, muy por el contrario, a diferencia de una elección de gobernadores que parece entusiasmar poco o nada a la ciudadanía, las concurrencias a los procesos electorales anteriores estuvieron cargados de un nivel de virulencia que incentivó la polarización política, que elevó la descalificación como el principal instrumento electoral y que optó por tocar emocionalmente a una ciudadanía que parece informarse poco o nada de cada uno de estos procesos y que es presa fácil de cualquier chantaje emocional y que vota, en definitiva, para castigar.
Los que han tratado de darle una vuelta de tuerca al proceso de hoy son las cúpulas que han buscado darle una mayor trascendencia al proceso. La derecha a levantado la idea de que este es una especie de plebiscito de cómo lo ha hecho el actual gobierno, incentivando sin duda el voto emocional y de rechazo; para otros es la antesala de la elección presidencial del próximo año y de la posibilidad de perfilar candidatos para el sector de la centro izquierda que no parece disponer de un liderazgo potente y claro; para algunos la relevancia estará en cómo se reparten las gobernaciones que, en cualquier escenario por lo demás debería ser más auspicioso para una derecha que tiene como piso un gobernador regional; desde la otra vereda responden que esto pondrá a prueba el liderazgo de Evelyn Matthei en la centro derecha, que se la ha jugado por cada uno de los candidatos de dicha colación y, muy especialmente, en la madre de las elecciones para senadores, la de la región Metropolitana, en el que el candidato vencedor podría representar, en términos de numero de votantes, una cuenta alegre de más o menos dos millones y medio de votos.
Las mesas se empezaron a cerrar a eso de las 18:00 horas de Chile y los resultados preliminares nos hablan de las siguientes situaciones concretas a tener presente:
Que en las dos de las tres regiones emblemáticas quedaron en manos del centro izquierda, Santiago y Valparaíso, mientras que la derecha ganó la elección en la región del Biobío. Estas son las regiones más pobladas del país y en donde el dato del ganador se ve incrementado por el número de votos obtenidos.
De las dieciséis regiones del país, diez de ellas quedaron en manos de algún candidato cercano al oficialismo. La derecha creció en un porcentaje menor al esperado, de una gobernación en 2021 a seis a partir del año 2024. Si este resultado lo bajamos a nivel de población gobernada, el oficialismo gobernará sobre los quince millones de personas, mientras que la oposición eleva dicho número a una cifra levemente superior a los cinco millones.
Desde la perspectiva de la equidad de género, llama la atención que ninguna gobernadora ha sido electa, son hombres las 16 máximas autoridades regionales. En la elección de este domingo seguían 4 mujeres con aspiraciones, ninguna de ellas logró su objetivo.
El dato duro, la cantidad de votos obtenidos demuestra que hay dos grandes conglomerados políticos que no se sacan muchas diferencias y que deja abierta cualquier interpretación para las elecciones parlamentarias y presidencial del 2024. Cada conglomerado eleva su votación a una cifra cercana a los dos millones doscientos mil votos.
Que la candidata presidencial de la centro derecha, Evelyn Matthei, no puede sacar cuentas alegres ya que su despliegue territorial, en especial en Santiago y Valparaíso no tuvo los resultados que esperaba, compromete mucho de su capital político. Puede ser el inicio de una nueva aventura presidencial fracasada, por allá por el año 1993 estuvo involucrada en un conflicto político con Sebastián Piñera cuando pintaba para candidata y la contundente derrota que le impuso Michelle Bachelet el año 2017.
Los extremos políticos son los grandes derrotados, el partido Republicano, que hace menos de dos años, ganó de manera contundente la elección constituyente, no obtuvo ninguna gobernación, situación similar para el partido Comunista de Chile.
Las cuentas no son definitivamente alegres para ningún sector, más allá de la clara derrota de la extrema derecha, que se suma a los malos resultados obtenidos a nivel de alcaldías, demostrando que no han sido capaces de capitalizar políticamente sus anteriores resultados electorales y que les genera un espacio complejo para mantener la candidatura presidencial de su alma matter, José Antonio Kast.
El gobierno no vivió las catastróficas consecuencias que enarbolaron sus detractores, no es tampoco el mejor de los resultados, lo que, unido a los problemas de un liderazgo presidencial claro, construye un panorama más que complejo para la centro izquierda con miras a la presidencial del próximo año.
No sabemos qué nuevos acontecimientos definirán las elecciones presidencial y parlamentarias de Chile el 2025, lo que esperamos es que los dirigentes y los partidos políticos estén a la altura con un debate de propuestas y no de descalificaciones, que la ciudadanía eleve su estándar y se informe en función de los proyectos y visiones de sociedad que se le propongan, y que nos permita generar una democracia que se vive, se construye y se protege desde lo cotidiano.