El país que dejamos
Se equivocan quienes piensan que el gobierno de la izquierda fue un capítulo de nuestra historia respecto del cual se podrá pasar la página y el próximo año todo volverá a la “normalidad”.
En la última encuesta sobre la imagen de los mandatarios latinoamericanos, elaborada por CB Consultora, Gustavo Petro volvió a registrar 35% de favorabilidad. Aunque quedó de penúltimo en la región, creo que lo importante es que prácticamente todos los presidentes desde Gaviria -salvo el fenómeno que fue AUV- tuvieron en algún punto de sus mandatos una favorabilidad (muy) inferior a esa. Teniendo eso en cuenta, y considerando todo lo que este gobierno ha pasado, me parece que su favorabilidad sigue siendo muy alta.
Puesto en cifras, el censo electoral ya supera los 40 millones y la abstención ha disminuido a menos de la mitad, así que en las próximas elecciones bien se podrían contar hasta 25 millones de votantes. El 35% de eso son 8 millones de votos. Nada mal.
¿Cómo se puede explicar que un gobierno que ha vivido de escándalo tras escándalo mantenga todavía, potencialmente, tantos millones de votantes?
Sencillo: Nuestra democracia se basa en la representación. Queremos que nuestros gobernantes gobiernen bien, eso es claro por descontado. Pero, ante todo, queremos que nos representen. Queremos una voz para participar de la toma de decisiones. Queremos que al país le vaya bien, por supuesto, pero queremos que le vaya bien con nosotros.
El país que deja el 2025 es uno profunda y radicalmente diferente al que vivió las elecciones pasadas. La promesa de la campaña de las nadies y los nadies, sentó a una negra, por primera vez, en la silla de la vicepresidencia. La escuchamos decir: «¡Pueden llorar!». Tuvimos -y tenemos- ministros no vergonzantes que rompieron todos los moldes y no se disculpan por ello. Funcionarios que, de manera supina, se equivocaron muchas veces. Congresistas que no conocían -y quizás todavía no del todo- el reglamento de su cargo. Desde la perspectiva de la experiencia, fue un gobierno de muchas improvisaciones. Pero desde la perspectiva del cambio, en contraste, fue uno de mucho aprendizaje.
Los votantes que hoy, pese a todo, mantienen una imagen favorable del gobierno no necesariamente califican bien su gestión, pero valoran positivamente lo que este gobierno representa. El cambio como idea. No votan por lo que este gobierno es, ni siquiera por lo que hace… Votan y votarán por lo que representa: un lugar en la mesa.
Quien no entienda esta idea, creo que no entiende al país de hoy. Me asustan mucho los discursos de “exterminar”, “extirpar” o “aniquilar” a un movimiento que representa a millones de colombianos. Los “votantes de Petro” no van a regresar a sus cuevas, a esconderse y desaparecer para que los que saben puedan arreglar el desorden. Gane quien gane, nadie puede volver a gobernar nuestro país sin reconocer esta realidad: en Colombia se gobierna para todos, o no se gobierna.
Aunque el panorama actual asusta a muchos por la posibilidad de que su antagonista político llegue al poder, a mí me reconforta vivir en una democracia en la que cualquier corriente política tiene una oportunidad real de llegar al poder (eso es más de lo que otras generaciones pudieron decir). Lo que sí me asusta, es que nuevamente gane alguien que no pueda gobernar. Uno de los errores más costosos de este cuatrienio fue liderar una revolución tan completa que nos dejó en el mismo punto de partida: gobernando sin mirar a los demás.
Más que la izquierda o la derecha, eso es lo que tiene que cambiar. Colombia hoy tiene una sociedad más consciente de su lugar, más ruidosa, más exigente y menos dispuesta a volver al silencio. Un país donde millones ya probaron lo que significa estar representados y no aceptarán ser borrados del mapa político. Para ganar, quizás le basten los suyos, pero para gobernar necesitará a todos. Por eso, quien reciba el país que dejamos tiene que entender que gobernar a Colombia, en adelante, no será solo administrar el orden, sino aprender a convivir con la diferencia.