El hombre callao
En mi segunda clase de Derecho, el profesor dejó una de las enseñanzas más importantes que me quedó de la carrera, resumida en una frase: "Lo obvio produce ceguera", aludiendo a nuestra tendencia a no analizar aquello que damos por sentado con el rigor que el mismo concepto quizás merece. Lo anterior lo traigo a colación porque voy a desarrollar algo que quizás parezca una obviedad: una presidencia de Iván Cepeda sería una catástrofe sin precedentes para este país, y porque, a mi juicio, la derecha se ha limitado a retratarlo simplemente como el heredero del petrismo, lo cual es un tanto enceguecedor.
Cepeda es un personaje reconocido desde que llegó al Congreso hace 15 años. Su figura como interlocutor en el marco de las numerosas negociaciones con el sinfín de grupos armados que plagan nuestro territorio lo hicieron prácticamente inescindible de la discusión respecto del futuro del conflicto armado en Colombia. Paralelamente, sus permanentes acercamientos y diálogos con las FARC y su incesante cruzada judicial en contra del expresidente Uribe, lo han ubicado, con razón, en el ala más radical de la izquierda, por no mencionar sus expresivas adulaciones a personajes como Chávez y Fidel Castro. Sin embargo, por fuera de estos temas, que por supuesto son los que más sensibilidades tocan en público al tratarse de un país tan marcado por la violencia, Cepeda se destaca por su silencio. A diferencia de tantas figuras de la izquierda, Cepeda no se dedica a manotear con cualquiera en redes, ni a rebajarse a las discusiones más banales imaginables con tal de figurar constantemente en el debate público, como Isabel Zuleta. Ni juega a hacerse el indignado, como Mafe Carrascal, quien salió a denunciar violencia machista porque Juan Daniel Oviedo habló del hecho de que el país está en crisis demográfica. Ni mucho menos saldría a un evento de campaña a decretar que se izarán nuevamente las banderas rojas, como Petro.
A diferencia de todos estos personajes, Cepeda se asemeja más a aquel personaje del que cantaban los Hermanos Lebrón en la década del 70, al Hombre callao: "Misterioso, peligroso, hombre con escuela, pero si no le da remedio, ya sabes lo que te espera". Más allá de todas las causas que protagoniza, es realmente poco lo que sabemos de la Colombia que envisiona Iván Cepeda, poco lo que sabemos de la forma en que llevaría la dirección general de la economía, o de la forma en que llevaría las relaciones internacionales, o de cómo abordaría la crisis de la salud y el sistema pensional así como el enfrentamiento con los grupos armados. Todos esos son aspectos que Petro, cuanto menos, dejaba claros en campaña. La razón por la cual ese silencio resulta tan presagioso, a juicio presente, es que resulta difícil de creer que un hijo de dirigentes comunistas, formado en filosofía del lado rojo del Telón de Hierro, tras cuatro décadas de activismo político y casi dos en los niveles más altos del poder, no tenga una visión reformista clara o no desarrolle una dimensión política por fuera de los debates centrados alrededor del conflicto armado. Luego, es dable concluir que su silencio al respecto es estratégico, y es precisamente a través de esa hipótesis que cobra más sentido su decisión tempranera de no asistir a debates tras hacerse con la candidatura presidencial de la izquierda.
Como si no fuera poco, en caso de salir victorioso, Cepeda heredaría un gobierno huérfano, cuya vocación quedó, por lo que vemos, estancada en el Legislativo. Este no vio el nacimiento de grandes proyectos y, a punta de una rueda giratoria de ministros, nunca pudo obtener ningún tipo de consistencia, sea ideológica o programática, convirtiéndose más en un dispositivo reactivo a los disparates del presidente. Lo anterior le daría al entrante la facilidad de no tener partitura, de poder darle la forma que él quiere a ese proyecto progresista y no poder ser acusado de traicionar al predecesor. Esto, en manos de alguien que sí cuenta con la formación intelectual, la disciplina y la astucia política que le falta a Gustavo Petro, puede fácilmente significar la agudización de las fracturas institucionales, económicas y sociales que dejará su gobierno, con consecuencias a largo plazo que hace pocos años se habrían observado como apocalípticas.
La postura de la derecha parece ser desestimar a Cepeda simplemente como “El candidato de las FARC”, pero limitarse a ello no solo es dejarse cegar por lo ridícula que les resulta la idea de tener a un personaje como Iván Cepeda de presidente, sino permitir que él mismo pase el grueso de la campaña electoral sin la necesidad de revelar sus cartas, sin obligarlo a que exponga con claridad sus propuestas en todos esos ámbitos en la que parece preferir guardar silencio. La forma de asegurar su derrota es estudiarlo, identificar sus puntos más débiles y ponerlo al descubierto, que la gente le vea la "candela que lleva en una mano" que llevaba el Hombre callao, que por el momento está tranquilo viendo a una derecha canibalizada y a un centro que no le apunta sus cañones. Ahí donde lo ven parado, peligroso es el hombre callado.