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La profesión docente hoy

En Chile, como en muchos lugares de nuestra América Latina, dentro de los acontecimientos relevantes del año está, sin lugar a duda, el día del profesor. En el caso particular de mi país se celebra el 16 de octubre, fecha en que todo el mundo, en muchos espacios, en todos los medios de comunicación y, muy especialmente, en las instituciones educativas, se generan expresiones de reconocimiento y agradecimientos a quienes cumplimos con el rol de educar.

Llevo 37 años ejerciendo la pedagogía. Cuando ingresé a la universidad a estudiar para ser profesor de Historia y Geografía nunca pensé que la vocación me iba a pegar tan fuerte como ha sido a lo largo de mi vida. Me formé en una universidad muy preocupada por la especialidad, es decir, la Historia y la Geografía, pero bastante pobre en generar habilidades y competencias que me aportaran en el mundo de la pedagogía. Creo que la mayoría de mis compañeros, en nuestros primeros años de estudio, y que es mi caso en particular, nos sentíamos más inclinados a la Historia o a la Geografía, muy pocos explicitaban su interés por la pedagogía. No sé si nos veíamos más como historiadores y geógrafos que como profesores.

La malla curricular de nuestra carrera no aportaba mucho a que develáramos con temprana preocupación nuestra proyección profesional: los ramos de educación parecían un mero complemento de la especialidad y el contacto con la realidad escolar sólo se hizo presente al final de nuestra malla, en la práctica profesional, sin ningún contacto previo. Esto último ha cambiado con el tiempo, hoy la cercanía de los estudiantes de pedagogía se hace con el medio escolar desde los primeros años de la carrera.

No sé si es mi especial visión, o la de muchas más generaciones que la mía, es que somos una especie de bisagra en la historia del profesorado, desde el rol de autoridad que la función tenía y que vivenciamos como alumnos, por el respeto que teníamos a nuestros profesores, hasta la realidad actual en que la práctica docente ha perdido mucho de aquello. Hoy la relación profesor alumnos no tiene la verticalidad de otros años; la autoridad no está dada por la condición de profesor, hay un mayor énfasis en la crítica a su función  y por la liviandad con que todos opinan sobre su quehacer profesional; el profesor no tiene la exclusividad de la información, como hace algunos años, con alumnos que descansan en que todo puede estar a su disposición en las diferentes carreteras de la información y con escasa inclinación al esfuerzo y al trabajo riguroso; la cantidad enorme de alumnos con necesidades especiales, sin disponer de los medios y los tiempos necesarios para ello, en fin.

Un medio de comunicación chileno, hace poco tiempo, le puso duros números a esta realidad: entre un 6% y un 12% de los profesores abandona el sistema escolar el primer año y un 20% de los docentes deja las aulas en los primeros cinco años. Si a lo anterior agregamos que el ingreso de alumnos a estudiar pedagogía ha disminuido, en especial en áreas que se han transformado en críticas, como las llamadas ciencias duras, por ejemplo, es claro que este rol tan relevante, que está, aunque sea por un día, entre los más reconocidos por la ciudadanía, se encuentra claramente en crisis.

Las razones que entregan aquellos que abandonan la profesión de profesor tienen escenarios comunes:

La politización de muchas prácticas en las escuelas, en que se obliga a la institución educativa a renunciar, desde mi particular perspectiva, a su rol formador y tener que informar a las autoridades, de situaciones que anteriormente se solucionaban al interior de los centros educativos. Esto ha llevado a que los apoderados hayan convertido en un verdadero deporte el denunciar a los colegios y profesores, con discursos complejos que impactan en los propios alumnos, voceros muchas veces de sus padres y apoderados y que atentan contra la dignidad de los profesionales de la educación.

Los bajos niveles remuneracionales, muy por debajo, la mayoría de las veces, de cualquier otro profesional universitario de 5 o más años de estudios y con responsabilidades cada vez más complejas. Vivimos en un mundo que cada día transfiere responsabilidades propias del hogar a los establecimientos educacionales y una sociedad que, al no tener respuestas ante situaciones complejas, no encuentra nada mejor que pensar en una nueva asignatura que los colegios deben impartir: educación ambiental, educación sexual, educación para la vida, virtudes ciudadanas, educación financiera, por nombrar sólo algunas de los últimos tiempos.

La ausencia de una carrera docente clara que apunte al perfeccionamiento permanente y al rol formador que los profesores avezados deben cumplir para con las nuevas generaciones. Carrera docente que, desde sus primeros años, establezca una armónica relación entre los tiempos de aula directa y los destinados al trabajo preparatorio de las clases.

La tremenda carga con que los directivos de los establecimientos llenan la labor profesional, alejando al docente del rol real que tiene relación con el contacto con el alumno. Lo anterior tiene mucho que ver con el primer punto, es decir, nace de la necesidad que tienen las autoridades de los establecimientos por mantener evidencias permanentes para dar cuenta a las autoridades educacionales de las demandas instaladas por los apoderados.

Los acelerados cambios generacionales que caracterizan al mundo de hoy, que provocan distancia entre el antiguo y el nuevo educador, que demandan de una actualización profesional permanente, en áreas tan diversas que parten de la propia especialidad del docente, de las nuevas didácticas y metodologías, hasta el manejo actualizado en aspectos tecnológicos y computacionales que la actividad cada vez más reclama.

Problemas asociados a la salud mental de los docentes, mayor estrés laboral, asociado a problemas derivados del clima escolar, la sobrecarga administrativa y los cambios constantes en el entorno educativo.

Trabajar con alumnos que nacen en contextos culturales muy cambiantes, con aumento de necesidades especiales muchas veces gatillada por alumnos sobre diagnosticados, en que profesionales sin experiencia en el mundo de la pedagogía, piden a los colegios, y por ende a sus profesores, actuaciones que resultan muy lejanas de sobrellevar en salas que superan los cuarenta alumnos en promedio.

Podría seguir enumerando una serie de otras situaciones que permiten entender que la práctica docente se encuentra, al menos en una encrucijada. La situación se hace aún mas compleja, cuando vemos que la falta de recursos y condiciones adecuadas para ejercer la pedagogía, no se condicen con la valoración que supuestamente da la comunidad al rol docente.

Creo sinceramente que hay que avanzar hacia unidades educativas autogeneradas, que respondan a directrices generales establecidas por las autoridades, pero que cuenten con herramientas de gestión para enfrentar desde su cultura escolar las más urgentes problemáticas. No puedo ser indiferente a una cantidad considerable de buenas personas, que abrazaron la profesión de educador, pero que, al poco tiempo, los factores descritos y otros, generan el mal del “docente quemado”.

La posibilidad de avanzar en instituciones educativas autogenerados reclama más que nunca el establecimiento de un nuevo trato entre el colegio y los apoderados. Los padres deben tener claridad de los proyectos educativos que declaran los establecimientos y entregar las confianzas necesarias para que los profesores y profesionales asociados a la función educativa, puedan generar las estrategias y metodologías necesarias para que sus educandos desarrollen habilidades y competencias para la consecución de estudios y para la vida.

Por su parte, los colegios deben pensar y repensar sus prácticas educativas, procurando intensificar sus aspectos positivos y hacerse cargo de sus debilidades. Deben entender que los padres son un complemento fundamental en este proceso, que deben ser capaces de alinear a los padres y apoderados con el proyecto del colegio. El apoderado debe sentir que el profesional de la educación somos nosotros y, al mismo tiempo, que nos convocan los mismos intereses. La posibilidad del acuerdo permanente permitirá un alineamiento discursivo, que favorece sin duda al estudiante, le entrega una seguridad que le permite enfrentar los grandes espacios de incertidumbre que se generan para los adolescentes en el mundo de hoy.