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La ética del poder: Trump y Zelenski

Lo que sucedió, hace algunas semanas, en el Oficina Oval de la Casa Blanca es, por decir lo menos, inaudito, pero, creo sinceramente, para nada fuera de la norma y de la costumbre. Lo que marca la diferencia es el hecho de que el episodio haya sido transmitido y de manera directa, en donde tres personajes dieron muestra de uno de los acontecimientos más descarnados de la expresión, muchas veces oculta, del poder.

Ya el padre de las Ciencias Políticas Modernas, Nicolás Maquiavelo, había expresado que el gobernante debe moverse por la ética de la responsabilidad y no por la ética de la convicción. Suena bonito a primeras luces y muy eficiente para los territorios italianos que buscaban, hacia principios del siglo XVI, su unificación. En el fondo,  ¿qué quería decir Maquiavelo?  Y la respuesta es que el gobernante, a diferencia del hombre común, no será evaluado por el apego a las normas éticas consensuadas por la sociedad, sino que muy específicamente por los logros obtenidos, sin importar los mecanismos por medio de los cuales los haya logrado. He allí, la frase que tanto se ha popularizado de Maquiavelo, “El fin justifica los medios”, pero que en el libro nunca aparece de manera literal.

En el Oficina Oval teníamos a tres personajes del poder, no de cualquier poder, dos, Presidente y Vicepresidente de la potencia tecnológica y militar más importante del mundo en la actualidad y, el tercero, el gobernante de un pequeño país europeos, que desde su independencia, presenta luchas internas heredadas de su pasado soviético, con importantes espacios con fuerte presencia de población rusa y que viene sufriendo una ofensiva en contra de la integridad de su territorio desde principios del siglo XXI.

El primero de ellos es Donald Trump, la imagen misma de la farandulización del poder, y no sería nada raro, que de él haya nacido la idea de generar este episodio y transmitirlo además en vivo, como parte de su experiencia en los reality show. La puesta en escena es propia de un cara a cara de dichos eventos, claro que en esta ocasión parecía que Volodímir Zelenski no estuvo advertido de las características del encuentro.

Trump ha hecho gala, desde que asumió el poder, del gobernante duro, que en pos de volver a sitiar a Estados Unidos en la primacía del poder, situación que considera que el país del norte ha perdido, no escatima espacios para hacer ver que esa responsabilidad define sus principales acciones. Muestra de ello son su intransigente política migratoria y las posibilidades carcelarias en El Salvador, la lucha arancelaria con sus antiguos socios del Nafta, Canadá y México, sus diferencias con los aliados de ayer, principalmente en Europa y su cercanía con, hasta hace poco, el paria de las relaciones internacionales para Occidente, Putin. Todo lo anterior demuestra que el plan de Trump, está estudiado, cuidado y conforme a la estrategia diseñada. Lo anterior se puede percibir en la lógica discursiva que ha instalado desde la casa Blanca: hoy Zelenski es el dictador, no Putin.

Lo anterior se refleja más claramente en el discurso lo tajante de la situación en que Trump pone a Zelenski y a toda Ucrania: “Vas ha hacer un trato o estamos afuera”, le espetaba en la cara el presidente norteamericano. El ultimátum, transmitido en forma directa y con millones de testigos en todo el mundo, era la respuesta a la fallida condición instalada por el líder ucraniano de pedir que, en las negociaciones de paz que Estados Unidos y Rusia habían iniciado, se establecieran medidas de seguridad que impidieran una nueva agresión desde Moscú.

Todos hemos visto la forma abrupta en que terminó la reunión, con la más fuerte expresión de una debacle diplomática para Zelenski y sin la firma del acuerdo que tanto anhelaba. Como corolario se acrecentaban las consecuencias negativas para Ucrania que parece quedar sin el apoyo militar y financiero de Estados Unidos, con una Comunidad Europea que no puede dar certezas de un apoyo a Zelenski que puede ser decisivo en su lucha contra Putin y con el 20% del territorio ucraniano ocupado por Rusia.

Cada uno de nosotros puede hacer su propio análisis de este episodio, pero más allá de los que estemos a favor o en contra de lo que ha sucedido, Trump ha generado un episodio que debería analizarse en todos los espacios posibles: colegios, universidades, conversaciones familiares, para que se derribe, de manera brutal, una concepción popular, a mi parecer muy arraigada, y que tiene que ver cómo la gente de a pie, el ciudadano común y corriente, tiende a imaginar a sus autoridades. Trump nos da la ocasión propicia para desnudar esta creencia.

No pocos televidentes pudieron haberse estremecido por el tenor de la discusión y de la puesta en escena desarrollada hace algunos días en la Oficina Oval. Otros habrán visto el episodio con sensaciones fluctuantes entre pena e incredulidad. El tema se instala en las Historias nacionales de todos los países, hemos sido educados en la lógica del respeto, y en muchos casos, en la admiración hacia esa clase privilegiada de seres humanos que logran acceder a los cargos más relevantes de una nación: “Los Grandes Hombres”.

Dicho marco educativo nos genera la convicción de que ellos están dotados de cualidades especiales, incluso muchas de ellas nos las negamos a nosotros mismos y a los demás ciudadanos con los que nos relacionamos cotidianamente. Incluso, desde una lógica positivista, nutrimos las biografías de estos personajes de actitudes y acciones que merecen ser recordadas y enseñadas, bajo la lógica de que, si han alcanzado puestos relevantes, por algo debe ser.

Así, creo, lo entiende la mayoría de la gente, que genera, a través del voto en los sistemas democráticos, un acto de confianza hacia estas personas que han sido investidas de tan importantes poderes y que los mueven iniciativas tan nobles.

Es, a todas luces, ya que una lectura más profunda de la Historia así lo demuestra, una infantil confianza, que se adorna además con la máxima del “servicio público”, es decir, el espíritu de sacrificio y las más altas lealtades hacia el cargo que ostentan y los objetivos que promueven.

Sin duda que no todos los gobernantes son iguales, deberíamos sentirnos orgullosos y destacar a aquellos que logran ser coherentes con lo que nosotros aspiramos que sean: hombres y mujeres que se entregan por entero a la misión histórica que se les ha encomendado.

Pero los vericuetos del poder son menos transparentes. La posibilidad de terminar la guerra en Ucrania es una misión histórica relevante, pero también los son los medios por los que llegamos a ella. Nunca debemos dejar de preguntarnos por los impactos negativos en el corto y mediano plazo, por las realidades que terminamos instalando y aceptando, con ellas tenemos que empezar a convivir, ése el desafío al que nos exponemos todos, incluso aquellos que podemos mirar con mucha distancia dichos acontecimientos.

¿A qué fuimos expuestos cuando los ciudadanos de Estados Unidos eligen a un hombre como Trump para hacerse cargo de las responsabilidades políticas más relevantes de la nación más poderosa de la Tierra? ¿Es la circunstancia histórica la que pone a los hombres en una encrucijada ética en que las decisiones pueden ser contradictorias a la moralidad imperante? ¿La oscuridad del poder, su acceso, cómo se detenta y se mantiene lleva irremediablemente a que sucumban las convicciones más profundas? ¿Algún sistema político nos asegura mayores posibilidades de control sobre las virtudes ciudadanas de nuestros gobernantes? Son, a mi juicio, preguntas válidas para una clase más realista de Ciencias Políticas.