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El matón del barrio se ha farandulizado

Desde su independencia, Estados Unidos ha influido de manera decisiva en los asuntos de América Latina, no siempre respetando los valores que erigen su carta fundamental y que se inspiran en los ideales ilustrados. muy por el contrario, el Tío Sam se ha arrogado, no pocas veces, el derecho a tomar decisiones con indiferencia de los principios democráticos o de la declarada autodeterminación de los pueblos. Sin ir más lejos, ya varios de los próceres de nuestra independencia miraban con resquemor el intervencionismo norteamericano.

Demás esta decir que el hecho mismo de que en su lengua no exista el gentilicio de “estadounidenses”, que se denominen “americanos” ya generaba, entre intelectuales de nuestra tierra, una preocupación por el nivel de hegemonía que las acciones “gringas” instalaban en nuestro continente desde el lenguaje.

La historia al respecto es larga y no viene al caso que la detallemos en profundidad, pero desde su independencia los acontecimientos en que lo anterior ha quedado demostrado no son pocos: los conflictos con México y la incorporación de Texas a los Estados de la Unión llevaron a los mexicanos a instalar el lema, “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”; la creación de Panamá y el control del estratégico canal que afectó notablemente los intereses de la Gran Colombia; la independencia de Cuba y la famosa enmienda Platt que regulaba las relaciones de Estado independiente de Cuba y que, en la práctica significó el sometimiento de sus relaciones internacionales a los intereses estadounidenses; el caso de Puerto Rico y su control a través del eufemismo de “territorio no incorporado”; la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), finalizando la primera mitad del siglo XX eran muestras concretas del predominio norteamericano en la región; su participación en la Guerra Fría persiguiendo a través de métodos antidemocráticos los movimientos sociales en nuestra región como0 la llamada política de seguridad nacional, en contra del enemigo interno y la lucha antisubversiva, con la emblemática Escuela de las Américas que les permitió desestabilizar gobiernos democráticos de izquierda;  la intervención en Panamá por el caso Noriega y la imposibilidad de poner en práctica total el tratado Carter-Torrijo; el bloqueo económico en diferentes momento de la historia sobre Cuba, Nicaragua, Chile o Venezuela, son muestras concretas de cómo opera el gigante del norte.

Hace una semana asumió Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y en un acto, más farandulero que protocolar, de inmediato empezó a dar muestras concretas de la manera en que el nuevo gobierno republicano manejará sus relaciones con la zona sur del continente: la deportación inmediata de latinos indocumentados; la posibilidad de subir aranceles comerciales a los países que no acepten sus condiciones, especialmente en lo referido a la repatriación de inmigrantes; la congelación de las visas de ingresos para latinos a horas de asumir el cargo; la amenaza de no comprar petróleo en Venezuela; el revocar la Visa Waiver a Chile; el volver a poner a Cuba en la lista de Estados supuestamente patrocinadores del terrorismo, son muestras más que claras de que la forma de relacionarse con los países de la región instalará la nueva administración estadounidense. No debe admirarnos, ya que ha sido un poco más de lo mismo, más evidente y parafernálico, pero son muestras concretas de cómo Estados Unidos ha visto a nuestra región como su “patio trasero”.

La posición de potencia dominante que ostenta desde las Guerras Mundiales y el perfil tecnológico-militar que lo sigue instalando en una posición hegemónica al respecto provoca que las acciones individuales de nuestros países poco o nada puedan impactar  en sus decisiones, los casos de Venezuela y en especial e Colombia, de impedir la llegada de aviones estadounidenses con  nacionales deportados, demuestran que su impacto no pasa de ser una bravuconada y que al poco tiempo se recula por el resguardo de intereses de distinto cuño, desde lo económico y hasta lo estratégico y militar. El matón del barrio no es que tenga la razón, tiene la fuerza y poderes fácticos que siempre terminan inclinando la balanza.

La historia demuestra de que el matón termina siempre imponiendo sus términos, pero la existencia de lacayos, dispuestos a secundar políticas y acciones que ponen en peligro los reales intereses de la región facilitan dichos procesos. Los casos de Bukele en El Salvador y de Milei en Argentina responden a dichas condiciones.

Para el primer caso, el gobierno de Donald Trump estaría negociando un acuerdo con El Salvador que permitiría a los Estados Unidos deportar inmigrantes de terceros países a El Salvador para que soliciten desde allí protecciones de asilo y no desde suelo estadounidense. Por ahora el acuerdo apunta principalmente a facilitar la deportación de venezolanos y evitar así lidiar con el rechazo del gobierno de Nicolás Maduro a dichas repatriaciones. Especialmente los casos referidos a integrantes del Tren de Aragua que Trump ya designó como agrupación terrorista y a los que ha indicado como responsables de crímenes contra estadounidenses durante la campaña electoral del año pasado. No es que no crea en la existencia del Tren de Aragua o en su carácter terrorista, pero me parece que se están saltando las condiciones fundamentales del debido proceso y sabemos de las consecuencias que ello ha tenido en Estados Unidos en épocas pasadas, por ejemplo, con el macartismo a inicios de la segunda mitad del siglo XX.

El gobierno argentino también parece bailar al ritmo de Trump, más allá de integrarse a la unión de países más conservadores en lo moral y capitalistas en lo económico, que pone en contradicción las banderas del liberalismo que dicen sustentar y defender, se ha planteado en términos locales en torno a la llamada cultura woke. El presidente argentino se expresó en dichos términos en el Foro Económico Mundial de Davos ante un número importantes de líderes de connotados países, criticando, en un fragmento de su discurso, a aquellas personas que militan para terminar con la desigualdad, a favor de la justicia social y de la agenda LGTBIQ+. “El gran yunque que aparece como denominador común de los países que están fracasando es el virus mental de esa ideología. Esta es la gran epidemia que debe ser curada, es el cáncer que hay que extirpar. Colonizó las instituciones más importantes del mundo” señaló el mandatario en sintonía con un discurso que el mundo conservado estadounidense viene instalando hace un tiempo y que Milei busca instalar más allá de las fronteras gringas. El resultado para el mandatario ha sido una convocatoria de las minorías sexuales de Argentina con el lema: “No volveremos al closet”.

Recordemos que el wokismo también engloba a las comunidades que luchan contra el cambio climático global, a favor de la descarbonización de las fuentes energéticas, de la cultura del reciclaje, de la preocupación por la economía circular y el ambientalismo. El propio Milei se planteó al respecto: “Conservar nuestro planeta para las futuras generaciones es cuestión de sentido común, nadie quiere vivir en un basurero. Pero nuevamente el wokismo se la arregló para pervertir esa idea elemental de preservar el medio ambiente para el disfrute de los seres humanos, pasamos a un ambientalismo fanático donde los seres humanos somos un cáncer que debe ser eliminado, y el desarrollo económico poco menos que un crimen contra la naturaleza.”

No es que con Donald Trump Estados Unidos se erija como el matón del barrio, no, siempre, desde sus inicios lo ha sido, lo que lo hace hoy más evidente es el perfil mediático del nuevo mandatario y lo que lo hace más peligroso es su nacionalismo chovinista, el nivel de fanatismo que instala en sus seguidores y, muy especialmente, el negacionismo del que ha dado muestras en temas de género, salud y de medio ambiente. El matón se ha farandulizado.