EN VIVO

Vea nuestro noticiero aliado Atlántico en Noticias

Comenzo a transmitir hace 2 horas

Share:

El arte de sostener la cultura

El arte, la cultura y la creatividad nos inspiran, nos conectan, nos educan e inclusive, nos salvan —recordemos la pandemia—. Pero pocas veces pensamos en lo que se necesita para sostenerlas. Más allá de la emoción que provocan o el valor simbólico que representan, son también motores reales de desarrollo: generan empleo, dinamizan economías, atraen inversión y fortalecen el tejido productivo. Así que hablar de sostenibilidad cultural es conveniente a nivel económico, pero también urgente a nivel ético. Porque sostener la cultura es viabilizar la labor de aquellos que la hacen posible: artistas, creativos, gestores, comunidades y territorios, que construyen y transforman nuestro mundo.

La importancia de las industrias culturales en el siglo 21 es evidente. En un mundo cada vez más dominado por la tecnología y la inteligencia artificial, el arte y la cultura desempeñan roles fundamentales que trascienden la estética y el entretenimiento. Son esenciales para mantener nuestra humanidad, fomentar la creatividad y guiar el desarrollo tecnológico hacia un futuro que refleje y respete los valores y experiencias humanas. El arte y la cultura están llamados a fungir como guardianes de la identidad colectiva, asegurando que las narrativas humanas no se diluyan en un mar de datos generados artificialmente.

Sin embargo, en el contexto global actual y más aún, en el nacional, el sector cultural enfrenta una serie de retos estructurales y emergentes que reflejan las tensiones propias de un mundo en constante transformación. A pesar de su impacto en la identidad, la cohesión social y la economía, la cultura sigue siendo un sector vulnerable, invisibilizado o mal comprendido en las agendas públicas. En este escenario, urge construir nuevas rutas que garanticen su continuidad, relevancia y sostenibilidad.

Uno de los desafíos más cruciales —y muchas veces postergado— es el de la autosostenibilidad de la gestión cultural. Históricamente, gran parte del sector ha dependido de subsidios públicos, fondos internacionales o donaciones. Si bien estos apoyos han sido y seguirán siendo fundamentales, también han generado modelos de gestión que no siempre contemplan la sostenibilidad económica como un eje central. En un mundo donde los recursos son cada vez más escasos y los ciclos políticos inestables, el riesgo de colapso de proyectos culturales valiosos es alto.

Hoy, más que nunca, se hace necesario desarrollar estrategias que combinen ingresos propios, financiamiento público, colaboración con el sector privado, economía del conocimiento y monetización digital. La autosostenibilidad no implica renunciar al compromiso social ni ceder a lógicas mercantilistas: significa dotar al sector cultural de autonomía, resiliencia y visión de largo plazo.

El reto de la sostenibilidad está íntimamente ligado a la digitalización del ecosistema cultural. Las tecnologías han transformado la manera en que se produce, accede y consume contenido, ampliando las posibilidades para muchas comunidades creativas. Sin embargo, también han generado brechas profundas. Muchos agentes culturales carecen de la infraestructura o el conocimiento para insertarse plenamente en lo digital. Hay que encontrar soluciones prontas y efectivas a este escollo, que no es el único, pero es estructural y urgente, pues limita el acceso, la visibilidad y la sostenibilidad del sector en un entorno cada vez más digital.

Colombia es el segundo exportador de bienes culturales de Sudamérica, con una participación del 10,4%. Más de 27.000 empresas en el país se dedican a actividades creativas y culturales, pero Bogotá concentra el 92% de la oferta de servicios creativos del país.​ Colombia y sus regiones necesitan, de manera urgente, un proceso de descentralización serio y articulado, de nuestras industrias culturales.

Estoy plenamente convencido de que las industrias culturales y creativas son el "gigante dormido” del desarrollo económico y social barranquillero, y de la Región Caribe. Necesitamos crear y articular, mancomunadamente, espacios y procesos de formación, experimentación, creación, producción, exhibición, comercialización y reflexión sobre nuestras prácticas artísticas y culturales. Solo con un compromiso colectivo —que entienda a la cultura no como un adorno, sino como motor de desarrollo, identidad y transformación— será posible consolidar un ecosistema cultural vivo, sostenible y con futuro.