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Alias 'Pijarbey' era amane de los relojes de oro con incrustaciones de diamantes.
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Archivo particular

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Joyas, prepagos y supersticiones, las excentricidades de alias ‘Pijarbey’

El abatido quinto hombre más buscado del país, conocido como el ‘Capo de los Llanos’, se había tatuado un gato negro en el brazo por sugerencia de una pitonisa.

La caída de Martín Farfán Díaz González, alias ‘Pijarbey’, uno de los hombres más buscados por las autoridades colombianas, dejaron entrever evidencias que hablan de la forma de vida de este personaje que vivió en la clandestinidad y que logró salirse con la suya en tres ocasiones que fue capturado en los años 2006, 2009 y 2012.

Pijarbey, conocido también como el ‘capo de los Llanos’, tenía adicción por la pornografía y gastaba grandes sumas de dineros en calmar sus deseos sexuales con prepagos que hacía llegar adonde estuviera desde distintos rincones del país.

Alias 'Pijarbey' tenía una agenda con números de prepagos entre 15 y 20 años que llevaba hasta su escondite desde distintas partes del país.

Tras revisar en detalle las pertenencias de Pijarbey, tras ser abatido en un operativo de la Policía, fue encontrada una agenda con una completa relación sobre el encuentro con modelos, que incluso llegaban a ser menores de edad.

El gato negro tatuado en uno de sus brazos era muestra de otra de las fuertes aberraciones de alias ‘Pijarbey’: una ciega creencia en supersticiones, asesorado por dos pitonisas de Urabá y Chocón, quienes les hacían rituales para, supuestamente, alejarlo del peligro.

‘Luli’, como es conocida una de esas pitonisas, le sugirió portar siempre el talismán y hacerle rezos a un gato negro, como amuleto a su protección, por lo que el narcotraficante llegó al punto de tatuarse el gato negro en su brazo izquierdo.

Por recomendaciones de las “’pitonisas, alias ‘Pijarbey’ usaba joyas en oro, razón que lo llevó a portar un canguro donde sólo cargaba joyas. De igual manera, obligaba a su esquema de seguridad a usar por lo menos un accesorio en oro, como “contra” o “amuleto” para repeler amenazas y ataques.

Una de sus aficiones, era la compra de relojes con incrustaciones en diamante y oro de 18 quilates, que adquiría en tiendas especializadas en Bogotá, por los que llegó a pagar entre 60 y 100 millones de pesos. Personas muy cercanas y de confianza como su hermano, eran las encargadas de recoger y llevarle los relojes.