"Nueva detención de Josef K”, el nuevo y excelente libro de cuentos de Clinton Ramírez, y un guante
Un autor oriundo de Ciénaga.
Por Adalberto Bolaño Sandoval
Clinton Ramírez aparenta ser (y lo es) un escritor sin ínfulas de creador. Discreto, tranquilo, cotidiano, se lleva la vida por delante sin hacerle muchos aspavientos. De esa misma manera, su carrera literaria no parece haberle afectado. Según parece. Entre otros, es el organizador perpetuo de los 24 encuentros de escritores del Caribe, que el próximo año llega a su edición 25, con un homenaje al cienaguero-barranquillero Álvaro Cepeda Samudio. Y he ahí una “situación”, como dirían los médicos o “enfermeritas” ante alguna “enfermedadcita” de los “pacienticos”, según el lenguaje que aplican también los “vendedorcitos” y las “cajeritas” a los “clienticos”. Pues realizar estos encuentros, de tres a cuatro días, constituye no solo un esfuerzo titánico y sino una anual tarea de Sísifo. ¿Quién lo apoya? ¿Cómo consigue montar ese evento? Emprendedor que es, gestor cultural que es…
Pero ahora, en serio, a lo serio: vayamos a otra “situacioncita” literaria.
¿Una autopedrada y un guante lanzado?
Clinton Ramírez (de Ciénaga, Magdalena) es uno de los muchos escritores a los que les ha faltado (se le ha negado) una acogida y un reconocimiento literario a nivel nacional, a pesar de estar siendo traducido en Europa, aunque muy lentamente. Y ello conlleva también poner a la brasa el desconocimiento con que se oculta a muchos más narradores y poetas del Caribe colombiano, como Julio Olaciregui o John J. Junieles o Pedro Badrán Padauí, para mencionar solo unos pocos novelistas. ¿Y qué no decir de los poetas? Y ello, en razón a que la crítica del país central (valga la redun[buz]nancia) solo mira su propio ombligo, su propia sesera literaria, sus intereses, su propia gloria y comercialización. En sus revistas especializadas y en los medios, impera el “yo mismo con el yo mismo”, acompañados de “mis” (“otros”) poquitos amigos literatos, impulsados por el negocio editorial y la prensa (y el propio Estado) que los favorece y ensalza en cualquier feria internacional.
¿Cuál es el último escritor comentado en el país de la Costa Atlántica colombiana? El que murió de último: Roberto Burgos Cantor. ¿Cuál fue el último poeta y novelista del que poco se escribe y falleció hace poco en nuestra costa caribeña? Álvaro Miranda. Y estamos hablando de hace pocos años, aunque me puedo equivocar, pero ellos solo recibieron los homenajes coyunturales que se hacen, mientras que su obra artística, literaria, reposa en los estantes silenciosos y resguardados de los críticos interioranos y, por ello, ausente de los propios cánones nacionales, e, incluso, regionales. La subvaloración reina. El egoísmo reina entre ellos. Y florece mucho para las editoriales (comerciales). Pero agreguemos más: existen problemas de distribución en los libros.

Pero también, en la academia existe ese mutismo. Aunque puede ser (supongamos) por falta de políticas investigativas, de redes de estudios, de propuestas para crear un trabajo concentrado, crítico y creativo, a nuestros (me incluyo) investigadores les hace falta cuajar propuestas serias y coherentes para culminar en una o varias sobre nuestros autores, ya sea en narrativa, poesía o ensayos. Y en ello tenemos alguna culpa, porque hemos dado la espalda a varios estudiosos que realizaron invitaciones investigativas y no las acogimos, como las de Françoise Perus (1997), Álvaro Pineda–Botero, Fernando Cobo Borda y Raymond L. Williams desde 1985, para elaborar trabajos, estudios o monografías regionales, y que, como siempre, se perdieron en el vacío, en la búsqueda de desarrollarlas de modo sistemático y unidos. Y no se cumplirá, hasta que las instituciones universitarias o docentes individuales o mancomunadamente lo decidan (mos). Y es que, nosotros mismos, desde estas regiones, no hemos dado la valoración que se merecen a estos escritores nuestros, tal vez porque hay pocos críticos, no se hagan convocatorias, los propios medios ya no abren sus páginas, o porque muchas veces (y allí entro yo) nos vamos por las ramas o no publicamos.
Y el guante que lanzo: ¿cuándo podríamos comenzar? ¿Bajo cuáles lineamientos? ¿Desde la narrativa? ¿Desde la poesía? ¿Desde qué época, porque todo está por hacer? ¿Historiografía o crítica literaria? ¿Por monografías, es decir, por autores? ¿Por miradas panorámicas? ¿Todas esas miradas en conjunto? En fin, que ojalá empiece a caer una lágrima siquiera.
Nuestro autor
Reproduzcamos los resúmenes que se hacen a Clinton Ramírez sobre su narrativa, y que lo hacen un autor merecedor de reconocimiento: entre sus novelas se cuentan: Las manchas del jaguar (con varias ediciones, de 1988, 2005 y 2007, en unas aparentes ediciones “fantasmas”, que no llegan a los lectores), con la que obtuvo el Premio de Novela Ciudad de Montería en 1987, y que ha representado no solo su mayor merecimiento, pues allí no solo están condensadas sus calidades, sino que aportaba mucho en una época de gran movimiento cultural en la Costa caribe colombiana, llena también de contradicciones y movimientos de toda laya en el mundo y en el país. La obra sufrió olvidos, malas ediciones y toda clase de silencios. Igual que ahora.
Siguieron las novelas “Vida segura” (2005), “Hic seno” (2008), “Un viejo alumno de Maquiavelo” (2014) y “Otra vez el paraíso” (2018), este última que dictaría también el camino de muchos elementos de su narrativa, contenidos también en su libro anterior, y sobre la que alguna vez escribí, y cito: “¿Qué somos? En esencia, esta pregunta es la que se realizan casi todos los personajes de Ramírez o sobre la que gira la mayor parte de su literatura: historias de las conciencias de seres al borde del abismo, cuyas acciones sugieren no un existencialismo acérrimo al estilo de la vieja época (digamos como El túnel, digamos como El extranjero, para solo mencionar dos obras), sino como revelación de personajes que se constatan bajo una revisión de sus vidas, y, al mismo tiempo, por la propia revelación de ser personajes fieles a sí mismos, una especie de confabulación y contradicción propias del ser de la época contemporánea”.

Clinton ha publicado, además, los libros de cuentos “La mujer de la mecedora de mimbre” (1992), “Estación de paso” (1995), “Prohibido pasar” (2003), “La paradoja de Jefferson” (2007) y “El chico del correo” (2019). En la Colección Zenócrates, dirigida y editada por el poeta Fernando Denis, reunió todos sus cuentos hasta 2017, en el volumen “¿Te acuerdas de Monín de Böll”, al que agregó los textos inéditos “La ciudad de todos los veranos” (2015) y “Tres tristes textos”. Así mismo, en el 2024 le fue publicado el cuentario Anotaciones al margen de la vida de Vincent van Gogh. Estos dos últimos textos lo hacen asumir de manera plena una modalidad que continúa en su último libro a comentar: los minicuentos (o ¿cuentos cortos?), y que venía ya prodigándose poco a poco en varios de sus libros.
Por último, varios cuentos y ensayos suyos han sido traducidos al inglés, al italiano y al francés.
“Nueva detención de Josef”: la mente como raedera
Este es un cuentario de este año, 2025, acabadito de salir, en septiembre. Ya, de por sí, el título es atractivo: ¿nueva versión del cuento de Franz Kafka? Se trata de la literatura que reficcionaliza, es decir, intertextualiza a algunos o muchos autores. Ya ese espíritu de metaficcionalización y de autoficcionalización, Ramírez lo había emprendido desde un poco, o, mejor, desde mucho antes, y ha fructificado en los dos libros mencionados antes. Y también en este.
Trazado en líneas gruesas, Clinton Ramírez ha retratado en su narrativa su entorno natal, en el que aparecen las poblaciones de su niñez: Sevilla, Guacamayal, Santa Marta, Río Frío. Reatribuyamos una vez más el lugar común de la frase a León Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo" y que el escritor cienaguero redibuja en su escritura, pero no de modo regionalista o tradicionalista. La suya es una escritura burilada, efectivamente bien escrita. Y, tras ello, digamos que, en muchas de sus narraciones, Ramírez se reficcionaliza a sí mismo o pone a revivir a otros personajes vidas paralelas con nombres como el suyo, para trastocar la vida-ficción y aumentar los reflejos del propio espejo y el de la literatura.

Si hay dos elementos que caracterizan a “Nueva detención de Josep K” (son 21 cuentos) es la precisión y la elipsis. Es un lenguaje con nervaduras que esconden su propio fulgor. Se puede observar en sus libros anteriores una escritura tersa, clara, pero ya desde el mismo primer cuento de este libro, “Café en el jardín”, nos enfrenta a ese envolvimiento narrativo del que ya había hecho desde antes gala, pequenños grandes obsequios: allí, desde el comienzo, podemos pensar, con una narración quirúrgica, en la que esa mujer con propiedades (edificios en El Rodadero, locales comerciales y una finca), y sin nombre aparente, vive un presente en soledad, pero entretenido.
Es un presente en el que la narración se detiene en su mente, que, como una raedera, se difracta entre los recuerdos de su hermano, que vive entre Estados Unidos y Roma, casado con una propietaria de modas. Ella recuerda en mucho a su padre muerto, mientras, en la vida cotidiana, la acompaña Gabriela, la chica que se ocupa del hogar. Abstraída en sus cuentas y recuerdos, de repente alguien toca el timbre: un hombre que le recuerda el paseo de ella por la bahía, así como unas palabras frustradas de aproximación hacía más de 20 años atrás, cuando la vio y le atrajo física y eróticamente. Y que ahora, ese visitante quiere retomar aquella conversación nunca realizada, quizá para quitarle, sospecha ella, esa soltería inexpugnable en la que se amuralla más ahora, después de varias propuestas matrimoniales. Y declara el hombre, además, nunca haber dejado de atesorar esa imagen fotográfica de su mente cuando la vio caminando por la bahía samaria.
Esta misma línea de brillante escritura elíptica la traslada en “Sin lugar a recursos”, volviendo a esa conjugación de los balances entre parejas, cuando sigue la relación extramatrimonial entre Marcia y un hombre sin nombre, pero del que queda la marca en la atención del lector al ser dibujado con la precisión deleitosa y hechizante de la mirada de ella, muchas veces omnisciente, muchas veces trasladada por la misma mente de ella. Esos trazos narrativos de Clinton Ramírez recuerdan la pintura cuentística extraordinaria de Julio Paredes o de los relatos de Pilar Quintana. Reina en el cuento la cadencia, la armonía de la pareja mediante los diálogos, mediante una escritura que, a pesar de mostrar trazos silenciosos, convocan una poesía secreta, así como una incursión acendrada de la realidad humana. De esa pareja, especialmente la mujer, que se siente por primera vez realizada, naufragando en ese amor y erotismo constante.
Otro relato (tomo cuento y relato libremente, sin sus referencias teóricas literarias) de esas relaciones de pareja —esta vez erótica— es la que sucede en “Nereidas”, esas ninfas mitológicas hijas de Nereo y Doris, cuya naturaleza seráfica y de apacible belleza se encarnan en Ella (en realidad, también, sin nombre, por lo que le asigno esa nominación), topógrafa; y él, fotógrafo bohemio, quien lleva dos años quedándose en Santa Marta, rompiendo su comportamiento de viajero, interrumpiéndolo en esas tierras. El título no solo es simbólico, porque Ella y la pintora, esa otra nereida que ama el fotógrafo, navegan metafóricamente como esas figuras mitológicas, entre los olores de la bahía y el gusto por hacer el amor semanalmente con ese profesional, mucho mayor que ellas. Una muestra del comportamiento de esos seres míticos, es el de Ella, pues esta es “Regular, metódica, en paz con sus demonios […] compartiendo un libreto tan misterioso como el mar”. La narración es un tour de forcé en la que Ramírez anticipa su propia solución con habilidad, relacionado con lo que dice al comienzo de su texto: “el hombre que toda mujer desea tener, pero del que huyen apenas obtienen su ración de placer”. Hasta en rima está escrito ese final.
Lo trazado en estos dos cuentos, donde los personajes no se revelan con nombres, pero toman formas de seres humanos, se reconfigura en “Almuerzos de gatos”, donde ninguno de los personajes lleva una nominación, pero sí una anotaciones que dan cuenta de la pérdida del ser en la adultez superficial que comparten en medio de la tecnología, en esa otra merma del ser humano contemporáneo, pues ellos trabajan en una sucursal de aparatos electrónicos, de esos “know-how” (saber hacer): Y allí se encuentra un primer rebajamiento: “Más que colegas de trabajo, parecían amigos de colegio que se quieren mucho y no se respetan nada”. Lo que Martin Heidegger llamó el "ser-ahí" (Dasein) y la nada, en estos jóvenes se parece más a des-encuentros existenciales (en nuestro viejo sentido). Y que podríamos afirmar con otra cita, pues ellos son “unos simuladores, unos provocadores natos, como pensaban los de mercadeo electrónico”. Y se refleja en sus propios diálogos: “—Eres una chica actual”. Que conlleva ser una chica desprogramada, con excesos en la despreocupación y lejos de cualquier objetivo de vida.
Quizá este es el cuento en el que más se habla de la realidad real, pero a través de los comportamientos desrealizados de estos jóvenes, que se desdibujan por la propia tecnología de sus trabajos. Así, este ejemplo: “Ninguno de sus compañeros contestó, asomados las pantallas de los iPhone, atentos a alguna solicitud de última hora de alguno de los coordinadores del área”. Revela el cuento la superficialidad y la pérdida del ser denunciados, aún más ahora, por filósofos y literatos. Todos ellos desfilan en un mundo sin aura, sin un “aquí y un ahora”, como señalara Walter Benjamin para las obras de arte originales y auténticas en su originalidad, y ue pierden su aura cuando son reproducidas por medios técnicos. Ellos representan esa reproducibilidad y desgaste de la humanidad tras la que el mundo contemporáneo empieza a diluirnos o encerrarnos por manes de la desinformación y a empequeñecernos mediante la tecnología y las redes mediáticas.

Otro relato con señales de la actualidad es “Piezas para un relato”, cuyo título manifiesta una trazadura metaficticia, pero cuyo contenido no. Acaso por sus subtítulos y divisiones, a modo de direccionamiento de una pieza teatral, pudiera ello pensarse. Cada uno de estos elementos gráficos manifiestan los comportamientos de tres personajes o situaciones: en la primera escena, denominada “El ataque”, un personaje sin nombre —otro más— bebe habitualmente una o dos copas en un club nocturno, y luego de salir a la calle, para irse a su apartamento, decide, como habitualmente, no tomar bus o taxi, sino que decide irse caminando, tras lo cual encuentra su muerte.
(¿Plantea Clinton, con estos personajes innominados, la pérdida de la identidad, pero su afirmación como seres más reales que la propia desrealización que afrontamos en estos últimos tiempos?)
El segundo acto, “El cantinero”, se refiere al interrogatorio de la policía a este personaje, quien recuerda los comportamientos del cliente, a quien también rememora luego de terminar las preguntas de las autoridades y a las posibilidades de quién podía ser el asesino. La tercera escena, “La callejuela”, lo narra un conductor de taxis, quien le pone imaginación a lo sucedido al cliente muerto por manos oscuras, y al que ni siquiera le habían robado nada. Las tres recreaciones son complementarias y nos hacen leer un cuento elaborado con dinamismo y mano maestra.
Casi con un truco o sentido parecido, “Informe para un desaparecido”, conjuga, desde el título, una sujeción textual, “informe”, pero también, al igual que “Piezas para un relato”, conforma una estructura temática investigativa, cuyo interés radica en la desaparición de un profesor que no vuelve aparecer nunca, pero cuyo narrador en primera persona, un detective, emprende una indagación que apunta, después de descartar varias hipótesis, a afirmarse en una propia: ser un “otro” Y nos preguntamos: ¿doble o cómplice? ¿Cómo desaparecería? Este se constituye en un ejercicio de estilo, pero también otro acercamiento a esa otra propuesta implícita muchas en estas narraciones: ser y aparecer como un “otro”. Las pistas brindan el camino: también desaparecer él mismo, como el propio profesor.
“Nueva detención de Josef K”, el cuentario, termina, en cuanto a su orden en el libro, con lo que alcanzan a parecer cuentos cortos o minicortos. “La firma”, que cuenta con tres páginas; “En la cantina”, contado como resultado de un relato oral, configura una especie de narración perteneciente más a las historias oralizadas de un Borges colombiano que narra una parte de “Historia universal de infamia” de la región bananera, pues dibuja la historia de un valiente y un cobarde, cuyas cataduras de aventuras son aprehendidas, aprendidas y difundidas como parte de la cultura popular de esa zona. El primero, decide suicidarse sin tantas sin afugias, para darle una lección al segundo, quien amenazó matarse cada vez que se emborrachaba.
Y como proyección del autor argentino borgiano, “El triángulo verde” parece corresponderse a una espejo tropical y menos trascendente del cuento “El Aleph”, pero con ciertos visos de lo grotesco y lo satírico, que se cuenta en modo secreto, como mucha seriedad y romanticismo, en el caso de Borges, mientras el caso del niño que encuentra el objeto llega trascender a la sociedad, para luego terminar como un objeto cualquiera en el pueblo. El cuento puede tener dos finales, si el autor no le hubiera agregado dos párrafos más. Por último, la narración “Un descubrimiento”, que adopta los giros de un camafeo, se transfigura en la transformación de una mirada del infinito de la infancia, en virtud de los recuerdos de un abuelo querido, al adelgazamiento del encuentro con la verdad terrenal: el envejecimiento de los abuelos es el encuentro de lo finito, el encuentro con la desilusión. En sus catorce líneas, el cuento delinea un cuento de mayor envergadura o una novela corta —que bien pudiera explotar, recrearse.
Los caminos metaficcionales y autoficticios como apuesta
He dejado para esta última parte del libro, una lectura paralela, metaficcional, que nos propone Clinton Ramírez, al retomar su incursión con mayor plenitud en este cuentario, a partir del segundo cuento, en el orden en que aparecen. Me refiero a “Nueva detención de Josep K”. Recordemos dos cosas: el texto es una paráfrasis de “El proceso” de Franz Kafka. Recordemos, también, mínimamente la trama kafkiana, cuando Josep K. (en la novela tiene un punto K) es detenido es procesado sin ningún juicio, y encerrado bajo interrogatorios y juicios deleznables, que lo culpan de nada. La impotencia no solo es la de él sino la de funcionarios y un juez que no dan la cara, a lo que se agrega un tribunal sin nombres y cuya línea de poder es alternativo, paralelo, al poder central, y, por ello, más inconsistente. Al final, Josep K. parece adquirir una culpa desconocida y se abre la puerta a su posible muerte. Señalemos nuevamente que en “El proceso” Josep tiene un punto en la K, como si este punto tuviera una implicación de punto seguido o punto final, como en verdad quiere significar esa obra. Es una especie de no-punto, no-ser, como en “La metamorfosis”: se deja de sr humano para pisar un ser “otro”.
El cuento de Ramírez recrea las primeras líneas de la novela kafkiana cuando dos guardias vienen a llevarse a Josep, pero en el relato clintiano son tres los guardias que vienen por él, imputándolo así: “Usted es acusado de ser un hombre sin ambiciones”. Y he ahí cuando surge la sátira de Ramírez en el cuento, antes de que los guardias culpabilicen a Josep, este se dijo burlescamente para sí mismo: “ser joven, optimista y despreocupado”. Es una historia que gira sobre la relación de los tres hombres y Josep K en su proceso de detención, distanciándose del original no solo por no tener los personajes de la novela (la cocinera de la señora Grubach, la vecina de enfrente), sino, además, por la velocidad narrativa y el funcionamiento particular de cada guardia, como no sucede en la exasperante detención del Josep kafkiano. No obstante estas diferencias, se reiteran en la narración del escritor cienaguero las implicaciones de la ley: “La ley, sabía de sobra, muchas veces operaba sin el concurso de la ley”. Aunque, como en la novela kafkiana, Josep no deja de regodearse también en su culpabilidad: “Le agradó, sin razón alguna, ser sospechoso de un delito”.
El cuento goza de los aires contemporáneos y de las actualizaciones escénicas: carros, ferry, las torres de acero y vidrio y el inglés de los guardias, pues la historia sucede en Estados Unidos. Si me preguntan, está escrita con la transparencia con que Ramírez cuenta sus narraciones, pero, además, se corresponde con los aires de intertextualidad en la que la ley es la que menos importa, en tanto que, en la obra kafkiana, esta se retoza en la angustia de Josep K. Lo metaficticio gira, entonces, en torno a su naturaleza intertextual y ficticia: cita de cita, pero con aires de contemporaneidad, con cierto humor, pero refigurándolo como reconstrucción farsesca, acaso premonitorio de la actualidad de unos Estados Unidos bajo el poder transgresor e injusto de Trump, burlándose de la justicia y la igualdad, acaso tan pérfido como dibujo el surrealismo negativo kafkiano. Este Josep K de Clinton semeja a un latino detenido por cualquier autoridad trumpfesca. Aunque, seguramente, estoy rizando el rizo de lo que el autor no quiso decir.
Recordemos que todos estos términos aquí usados tienen una ascendencia y una descoincidencia teórica: autorreferencialidad literaria, es un recurso mediante el cual un texto se refiere así mismo, comentando su propia creación, a su autor o la naturaleza de la obra; la metaliteratura, aquella reflexiona que sobre el propio acto de escribir o leer o hablar sobre las estructuras narrativas, y que también recibe la nominación de metaficción. Aunque esta misma palabra se refiere a a un estilo autoconsciente de escritura, que reflexiona sobre su propia naturaleza ficticia. Y hablemos tal vez de lo mismo: la “mise en abyme”, o espejo al infinito, en el que, como (palabras de la IA) es un recurso literario y artístico que “incluye dentro de una obra un reflejo de sí misma, como una obra dentro de otra o una imagen que contiene una versión más pequeña de sí misma”. Y la autoficción, en la que se conjuga en una obra (cuento o novela, cine, televisión) la identidad entre el autor (empíco) creado por el autor, que puede confluir con el narrador y el personaje creado. Así: autor=narrador= personaje, todos dentro de una misma ficción.
Acerca de lo intertextual, “Un espacio en la lluvia”, recupera una especie de precuela de “Un día de estos” de García Márquez, con ese alcalde que tiene aspectos y burila ciertas imágenes del propio alcalde garciamarquiano: “La mirada de su secretario le hacía pensar en un ave de cacería despojada de rapacidad”. Pero este alcalde habla más, y mucho más cuando la bella esposa del visitador médico va buscar el cuerpo de su marido asesinado en el pueblo. La cita intertextual sobre García Márquez se refiere al barbero del pueblo, cuando la esposa viuda invita al alcalde a rasurarse y pagarle al barbero. Y este responde:
“—Sí, quien quita— ripostó, indefenso—; a lo mejor vaya cuando tenga un oportuno dolor de muela”. Que recuerda las palabras del cuento del Nobel de literatura. Y que se burla de las autoridades centralistas, como si fueran historiadores, cuando indica que ellas no leían ni una línea de los “informes que solo servirían a los futuros historiadores de la cacareada violencia del país”. Pero también Clinton Ramírez recuerda con esta frase el comienzo de “La siesta del martes” de García Márquez, aunque transformándolo así: “El tren, en su marcha ascendente y uniforme, se abriría paso entre las ráfagas de la tempestad”.
Quizá sin “Lugar a recursos” sea el cuento menos metaficcional de los aquí analizados, pues este inicia con una picada de ojo al lector sobre su apertura metaliteraria, cuando el narrador se mete en la mente de ese juez y nos informa que su futuro primer libro podría encaminarse a escribir ficción antes que tratados jurídicos. Pero hay uno que conecta directamente con el “doppelgänger”, el doble, otra representación de una figura metaficticia. Como en el cuento “Informe para un desaparecido”, donde el detective-narrador insinúa desparecer y tomar el papel de un doble, de un “otro” y que coincide también con ese juego de espejos que se presenta en “El sustituto”, que comienza así: “Alguna vez en alguien que tomara mi lugar como escritor […]Quería un auxiliar de escribir como yo: alguien que aprovechara mi imaginación, mi disciplina, mis intuiciones y mis lecturas”, mientras este se ocupaba, a sus 50 años, de viajar, aprender otros idiomas, leer a sus anchas.
Este escritor empieza viendo su imagen frente a los espejos, pero más joven. De allí surge un cuento, dice ese narradoe-escritor: ¿Será ese mismo cuento? Leamos: “El autor de mi cuento, deseoso de un sucesor que fuese igual a él, alucina con este, a quien ve en distintos sitios de la ciudad”, como viene sucediendo hasta ese momento: cuento dentro del cuento, ficción dentro de la ficción: metaficción. Allí también sucede lo que denominan los teóricos: “mise en abyme”, puesta en abismo, reflejo de una obra dentro de otra. En “El sustituto” se ventila la metaficción en campo raso, así como la puesta en abismo. Y más adelante, ese narrador encuentra a un sustituto, llamado Clinton, lo que podría abrir otra vuelta de tuerca, otra puerta: una especie de autoficción en tercera persona. Y más aún, cuando el narrador se marcha, dejando a Clinton, su “doppelgänger”, su doble, representando su papel en “su” vida de personaje de ese cuento que nos cuenta Clinton el autor y se refleja en un espejo de otro Clinton personaje, tal vez, hacia el infinito.
Es lo que sucede también en “Una brillante línea de sombra”, que recuerda el título de la novela de Josep Conrad. En este relato el personaje del escritor convoca a unos de sus personajes, llamado Frank, y quien viene a reclamar su eliminación de una de las obras de ese escritor, veinte años atrás. Autor y personaje se desfogan en la narración, pero a pocos metros, poco antes de finalizar la narración, el autor que escribe ese relato, los observa, y ellos, tal vez sorprendidos, como en un espejo literario, lo miran a él. Esta escena recuerda a los personajes de Borges, como en “Las ruinas circulares” que, en vez de mirarse con humillación, se descubren que son apariencias. En este relato, se descubren como pliegues de una escritura, advirtiendo la presencia de su autor. Ficción dentro de la ficción.
Sobre la propia metaliteratura y la autorreferencia se perfila también el cuento “Uno que fue, vino y no regresó”, en la que un autor-narrador deja huellas constantes de su arte metaliterario, mediante palabras como “relato”, “discurso”, “escritura”, “voces”, sintaxis”, “El desarrollo del cuento”, “Me provoca ser solidario con mi personaje” o “El tipo aparece en mi relato, dice cuanto le viene en gana y sale sin más”. O finalmente: “Sí, celosos lectores, están conmigo. Soy un autor predecible”. Son personajes que cambian, que se combinan, que se recogen mediante las voces de editores, periodistas. Se trata de cuentos donde la autoconciencia y la metaliteratura cunden de manera agradable, y, algunas veces, no tan muy sorpresivamente. Como cuando dice el escritor-narrador sin nombre: “Me provoca ser solidario con mi personaje. Quisiera quemarle los labios al impertinente. Soy todavía el dueño de esta historia”, refiriéndose al personaje religioso que quiere vender historias a los transeúntes, impostándose como aquel que regresó de la muerte. O cuando, ante una insinuación de un personaje secundario para que se meta a escritor, ese mismo autor nos indica: “Rechazo ser el autor del anterior parlamento, aunque sí soy el malicioso narrador de los incisos previos”.
Quizá un cuento que mira la historia desde afuera de personajes de papel, aunque relacionado con la literatura de manera menos apegada, ese esa hada inspiradora de los escritores del cuento “La musa viaja en auto”, cuyo papel es darle empujones a aquellos artistas de la escritura que se encuentran con problemas de creación, y que tiene como último objetivo revisar la obra de un escritor de la costa atlántica, que reescribía otra vez un viejo mamotreto abandonado muchos tiempo atrás.
Otro guiño es el que se halla en la protagonista de “La chica de Pompeya”, salvada de la catástrofe del volcán histórico, y a quien el narrador no deja de insinuarle situaciones literarias, con su padre lector, y a ella que es “dueña tal vez de su propia historia”, y que, “no fuera una joven de la fatal realidad de Pompeya, sino la heroína incrédula de una floja historia sobre el destino final de la ciudad […]Ser un personaje, un entramado de líneas, no la hacía distinta ni la sujetaba a la gracia tirana de un autor”. Pero dejemos, ya de por sí, esta amplia caz(s)a de citas.
Fin: también un narrador de metaficciones historiográficas
Quisiera solo hacer solo una última anotación (que daría para otro artículo, pues ya este está muy largo) sobre un complemento de este Clinton Ramírez escritor de metaficciones. Es el de otra modalidad narrativa: la metaficción historiográfica, referida a esa presentación de acciones y personajes en situaciones históricas, en conjunción con la metaficción, en la búsqueda de presentar estos dos géneros, de manera dialogante, pero, sobre todo, de contar de manera satírica, paródica o crítica esas tramas. Una muestra de ello es García Márquez, cuando escribió “El General en su laberinto”, sobre Simón Bolívar, “El arpa y la sombra” de Alejo Carpentier, o novelas más actualizadas como "La forma de las ruinas" e "Historia secreta de Costaguana", de Juan Gabriel Vásquez, ¡ “El espía del Inca” de Rafael Dumett y “El hombre que amaba a los perros” de Leonardo Padura.
Clinton Ramírez ha escrito varios cuentos de metaficción historiográfica, aparecidos en el libro “La paradoja de Jefferson”, donde revive al presidente norteamericano, o un relato sobre la figura de Goethe, o también “Sueño de Bolívar: la bonga”. O el cuentario denominado “Anotaciones al margen de la vida de Vicent van Gogh”, un nombre muy diciente en el arte. Y ahora último, en “Cuentos felinos 8”, escribió una excelente recreación el naturalista sueco Charles von Linneo, en “Encomienda para el señor Linneo”, recordando allí también su cruce de conocimientos con Mutis.
La obra por revisar, por estudiar, de Clinton Ramírez no es tan amplia, porque la mayoría de sus obras contienen un paginaje mediano, pero lo importante es encontrar allí su riqueza narrativa, estilística, como la de muchos de estos autores del Caribe colombiano que esperan y merecen una lectura profunda, así como gozar de mayor divulgación. No dejemos de recordar lanzar guantes, a ver si se pesca en algún arroyo revuelto.