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Carnaval SAS

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Memoria, simulación y espectáculo

¿Por qué desechar la “memoria” como un recurso para resolver problemas?

Por: Moisés Pineda Salazar.

Durante varias décadas, en escenarios académicos y en trabajos de investigación, he venido sosteniendo que “existe entre los carnavaleros la tendencia a dar por sentado que las cosas en estas fiestas siempre han sido como lo son ahora y a asumir como verdaderas las explicaciones que, en algún momento, alguien dio para esclarecer el porqué de ciertos eventos, de ciertos rituales, de ciertas manifestaciones y determinados símbolos del Carnaval en Barranquilla”.

Así, muchos dan como un hecho que la presencia de Joselito Carnaval, el pelele cuya enfermedad, agonía, muerte, velatorio y entierro se escenifica cada martes de carnaval, ha sido “desde siempre”; que El Bando es un ritual que tiene más de 150 años y que al principio había sido leído por la Reina del Carnaval en el Paseo de Bolívar y que el espacio público así denominado, siempre ha estuvo en el mismo lugar; otros han sostenido que los carnavales fueron siempre durante cuatro días y que la Batalla de Flores fue instituida “para festejar el fin de la guerra de los mil días en el año de1903”, que siempre fue una sola y en la forma de desfile procesional; que el uso de la Maicena es “una mala costumbre” que nos trajeron los “retornados” desde Venezuela que llegaban cada carnaval cargados de “moneda fuerte” a gozarse los cuatro días de jarana y que nuestra amiga cartagenera, Adelina de Covo, repita la ya conocida e injusta versión que sacó a Félix Chacuto, a Beatriz Manjarrez, a Oscar Fernández, a Rubén Alonso, a Roberto De Castro y a otro olvidado contertulio del proceso de construcción colectiva de algún afamado desfile nocturno.

“Lo normal” es que se tenga por norma no complicarnos la vida “ni complicar el carnaval”. Entonces, lo usual es evitar o demonizar cualquier tesis que controvierta o que se oponga a lo que se ha aceptado como “la verdad”.  

Por ese camino, los carnavaleros nos hemos convertido en una especie de “casta sacerdotal” que  hemos hecho del carnaval una “especie de religión” en la que sacralizamos los objetos, o les asignamos el origen en “un creador intachable”- en el sentido de “intocable”-, o banalizamos su origen en el mito o simplificamos la explicación como si se tratara de una “revelación”[ii].

“Eso nos dificulta “manosearlos” y entenderlos como productos de un proceso asaz anónimo y complejo.

Como un producto humano.

Como un “hecho cultural”. 

Como un material simbólico dinámico e inacabado, que regresa una y otra vez al individuo y al colectivo para, en un proceso de circulación y consumo sin final, ser transformado una y otra vez[iv] como un futuro imperfecto, como un “futuro abierto”, incierto, que incluye todo, hasta su propia némesis, más no el sinsentido de su muerte, destrucción o desaparición.

Quizás por eso, es por lo que cuando Edgar Rey Sinning nos dijo que las batallas de flores eran juegos de carnaval entre grupos de festejantes convocados a somatén por la Reina del Carnaval, no se le puso atención, muy a pesar de que citaba a  Jose Félix Fuenmayor quien, en 1945, rememoraba cómo eran aquellas y que la primera de tales “Batallas de Flores” tenía como finalidad darle solemnidad “al inicio de la temporada”:

A eso de las cinco llegaban la reina y sus danzas en las carrozas , y a ellas acudía la cabalgata dividiéndose en escoltas para guardarlas. El desfile general arrancaba del Camellón Abello y recorría la Ciudad.

Al fin, la oscuridad de la noche niña,- diremos así pues se ha aceptado el niño día- ordenaba la disolución de la Batalla de Flores. Poco después, se daba un gran baile.

Si la mañana siguiente del veinte no era la de un domingo, todos volvían a su ordinario trabajo, se entregaban a su labor rutinaria; pero su espíritu era otro.  En su alma quedaba encendida una gran luz; el recuerdo de la Batalla de Flores; aquella época romántica”.

La Reina, las Princesas, los visitantes extranjeros en esa tarde de.Sábado de Catmaval, en medio de los partidos de fútbol antes de salir a La Batalla de Flores.

Poco importa que para mostrar la evolución del evento se les diga que para 1894, antes de esos tiempos de carrozas, desde la noche del sábado, los jóvenes y quienes no lo eran, concurrían al Camellón Abello a “jugar carnavales”, enmascarados, lanzándose serpentinas, confetis, aguas perfumadas y polvos coloreados con anilinas mientras en el Kiosko de la retreta se escuchaban polkas, mazurcas, danzones, marchas, contramarchas, bambucos, pasillos y contradanzas que invitaban a  bailar antes de entrar, los que podían y estaban autorizados, a los salones del Club Barranquilla sito- en la esquina del Camellón Abello con el Callejón del Mercado- para dar el primer baile del carnaval.

Nadie lo creyó cuando se planteó que el orden procesional del desfile de La Batalla de Flores tuvo su origen en la decisión de organizar un espectáculo de carrozas, reinas, comparsas, disfraces- y de una que otra danza tradicional- para que los de la clase alta pudieran “disfrutarlo entre iguales” en el Estadio Municipal, antes de irse a disfrazar o a ponerse el smocking para salir a divertirse en las fiestas de fantasía que ellos mismos se organizaban en sus Clubes Sociales y en El Hotel del Prado.

Finalizado el corso que giraba alrededor de la pista de atletismo, carrozas, reinas, comparsas y disfraces, salían por la puerta de maratón rumbo al Paseo de Bolívar donde los esperaban los festejantes de las clases populares.

Allí el desfile de carromatos daba vueltas una y otra vez por las calles del Centro de la ciudad para luego regresar al norte desde donde habían salido.

Ese trasegar tuvo como eje articulador la Avenida Olaya Herrera; como razón la fiesta estratificada o fragmentada y como resultado, el que los vecinos de los Barrios de Colombia, Boston, Bellavista, Las Quintas (Centro/ Rosario) se apostaran a lado y lado para verlos pasar.

Por eso, uno no entiende por qué se tiene como un crimen de “lesa carnavaleridad” que, por motivos de la pandemia que reclama controles sanitarios, aforos limitados, el distanciamiento social, el control de vacunados y la exclusión de los no vacunados, el uso de tapabocas y las restricciones al consumo de licores, se eche mano de la memoria carnavalera de la Barranquilla de los años 1940’s.

¿Por qué consideran que esta propuesta es ajena a la “tradición”, en el sentido de “memoria histórica”?

¿Por qué se rechaza la performance, la “simulación de volver al pasado”, si ella misma es el alma del disfraz, que es lo esencial del carnaval?

¿Por qué negarse a que el Estadio Romelio Martínez y un tramo de la Calle 72, puedan ser “un escenario para el retorno al pasado” si tal vuelta a la “tuerca del tiempo”, resulta ser una práctica segura y sanitariamente útil?

Sin duda que sería una experiencia interesante y que hace pocos meses dio buenos resultados en la Feria de las Flores en Medellín y en el Carnaval de Blancos y Negros en Pasto.

Lejos de mi querer proponer lo del día sábado 6 de Febrero de 1937, sábado de carnaval, cuando la Batalla de Flores, el desfile hacia El Prado y el Centro de la Ciudad, fue el epílogo de una programación de fútbol internacional en la que el Junior de Barranquilla, por entonces, Juventud Jr, representando a Colombia, enfrentó con éxito a la tripulación del Acorazado Francés Jean D’Arc, de visita en la ciudad y el Heredia de Costa Rica enfrentó los Olímpicos de Colombia.

En todo caso, dejando a un lado la anécdota ¿por qué desechar la “memoria” como un recurso para posibilitar que el Distrito de Barranquilla, no los operadores de carnaval, administre además del Romelio Martínez y su anexo la calle 72 entre las carreras 43 y 46; el Malecón del Río con accesos controlados entre Siape y la Calle 72: El Metropolitano y sus anexos de la Avenida de las Torres; El Moderno y su anexo de la Canalización del Arroyo de Rebolo y el Tomás Arrieta con su Anexo de la Avenida de La María entre las Calles 52 y la Vía 40 para efectos de presentar espectáculos carnavalescos destinados a públicos confinados, controlados epidemiológicamente, con aforos limitados y con restricciones en el consumo de licor, articulando estos recursos como en aquellos años 30´s y 40´s del Siglo pasado?

De esa manera, las Autoridades Administrativas, Sanitarias y de Policía del Distrito de Barranquilla, podrían acomodar más de 130 mil personas bajo la modalidad de “acomodación múltiple” (tribunas, palcos, minipalcos y sillas). Los distintos operadores, aportarían al enlucimiento de cada una de estas propuestas espectaculares.

Ese aforo no está muy lejano del aforo de los públicos que asisten a estos desfiles.

Esa es la lógica de los sambódromos brasileros y el de las instalaciones para desfiles que operan en Argentina.

 

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