Imagen de referencia.
Imagen de referencia.
Foto
Pixabay

Share:

El “aquí” y el “ahora”: denuncia de la muerte en la poesía colombiana

En este nueva entrega, Bolaño Sandoval analiza aquella poesía que ha visto en la muerte y el dolor producidos por la violencia en Colombia, una nueva forma de narrar las tragedias.

Por: Adalberto Bolaño Sandoval

Denunciar la muerte y el dolor producidos por la violencia en Colombia se ha fijado en la mente de muchos narradores y poetas del país. 

Entre estos últimos, la lista es bastante larga: Fernando Charry Lara, José Manuel Arango, Horacio Benavides, Piedad Bonnett, María Mercedes Carranza, José Ramón Mercado y Juan Manuel Roca, entre otros, han mostrado cómo la poesía señala la “estética del dolor”. Estos textos se han erigido como una respuesta contundente al trauma que produce la violencia. Surge desde las entrañas del sufrimiento como una forma de resistencia. Es, al tiempo, rabia incontenible y esperanza. Es reflexión y memoria del sufrimiento.

Nuestras noticias en tu mano: únete a nuestro canal de WhatsApp y mantente informado de todo lo que sucede.

Estos poemas cobran un carácter histórico pues representan, según los términos del filósofo francés Paul Ricoeur,  un “trabajo de” y “para la memoria”, con lo que se logra  una representación de un hecho desolador y colectivo, constituyéndose no solo en la escritura de la reconstrucción de acontecimientos dolorosos para la memoria colombiana, sino que se constituye en un ejercicio de sanación, que revela el rescate del posible “limbo interpretativo”, según el término acuñado por Beatriz Sarlo.  

Los poemas llaman a recordar lo sensible, lo vívido y lo vivido y a releer la experiencia simbólica y liberadora que conllevan. Hacen ver, entonces, que el poeta instituye una hermenéutica lírica, una interpretación crítica del mundo, forjada en un carácter crítico y suprasensible. Este efecto de sanación, terapéutico, del poeta, se explica como un espacio que conlleva también su propia purificación, transmitiéndolos hacia sus lectores. Creador  y lector se encuentran en una catarsis. Los poemas son, entonces, según Ricoeur, “vida purificada, clarificada, gracias a los efectos catárticos de los relatos tanto históricos como de ficción transmitidos por nuestra cultura”. 

Piedad Bonnett.

Piedad Bonnett: las estadísticas y las crónicas

Esta poeta nacida en Almafi, Antioquia, en1994 ganó el Premio Nacional de Poesía de Colcultura por su libro El hilo de los días. En “Cuestión de estadísticas” se transcribe una supuesta crónica, y más que todo una estadística: “Fueron veintidós, dice la crónica. //Diecisiete varones, tres mujeres, /dos niños de miradas aleladas, / sesenta y tres disparos, /cuatro credos, / tres maldiciones hondas, apagadas”. El poema explicita, además, “un solo miedo”, “un odio que crepita” y “un millar de silencios extendiendo/ sus vendas sobre el alma mutilada”.
En apariencia una crónica, esta poesía representa, antes que nada, una “intriga ética”, en el sentido de desarrollar la pregunta por los otros, al poner en escena la pregunta de Dios a Caín acerca de dónde estaba Abel. Quiere el poema escenificar y preguntar por la identidad perdida  de quiénes son “ellos”, pero que responde, al mismo tiempo, por una recuperación estética y ética al  orientar el “actuar humano” (Ricoeur).

Esta pregunta ética, por la persona, conlleva una respuesta narrativa: esto sucedió. Y a través de esta, fijar un testimonio de un “aquí” y un “ahora”. El “ahora” cobra el sentido de memoria, de tiempo conjugado, de sufrimiento. El “aquí”, la localización, en cualquier lugar del Caribe colombiano, o en Colombia. El hablante lírico nos dice: Yo estoy aquí para contar sobre los otros: estoy para contar que son “veintidós”, que eran “diecisiete varones, tres mujeres, dos niños de miradas aleladas”, que ellos mostraron “un solo miedo, un odio que crepita”.

Horacio Benavides y José Ramón Mercado: testimonios del cuerpo

Benavides nació en Bolívar, Cauca, en 1949. Ganador del el Concurso Nacional de Poesía del Instituto Distrital de Cultura y Turismo con su libro Sin razón de florecer, ha sido un poeta casi que secreto, y que, gracias a su últimos dos poemarios, está obteniendo el reconocimiento que merece.  En el poema “Vuélveme la cabeza...” existe una voz que le recuerda a los vivos: “Vuélveme la cabeza / no dormirás tranquilo / mientras no me la devuelvas”. Existe en este poema un rintintín, una forma de recorderis: “Vuélveme también los brazos”,  o también “entrégame las piernas”. Porque se trata de que el cuerpo restriegue el dolor que se recrudece aún más con un posible olvido: “No importa a donde vayas / mi sangre te seguirá sin pausa”.

Horacio Benavides.

En este poema, de su libro “Conversaciones a oscuras”, Horacio Benavides retrata una parte del dolor de la guerra: el que produce el desmembramiento, las mutilaciones. Como expresión visceral, recorre una experiencia dolorosa: son las experiencias del “héme aquí y ahora”: se refiere a esa violencia desencadenada entre los grupos armados entre mitad de los años 80s y comienzos del siglo XXI.  Para los violentos, los de las víctimas son cuerpos manipulables, cuerpos-objetos. Para el poeta, estos restos piden el cambio de posición por lo enrevesados en que se encuentran; señalan, quieren, por lo menos, que los devuelvan a una posición menos grotesca, y que, a pesar de representar el tratamiento de cuerpos-objeto, de algo menos que la nada, les reubiquen sus partes (“vuélveme las tripas”), porque, si no, tendrán un castigo, una mancha (“tendrás eternamente náuseas”, “mi sangre te seguirá sin pausa”). Este castigo violento puede (quiere, de alguna forma), ser pasado al lector; en el fondo constituye una forma de trasladarle ese dolor. 

Al igual que los muertos de las dictaduras de los países del cono de Suramérica (Argentina, Chile), de Guatemala o de Honduras, esta poesía habla del furor de la Historia que distorsiona, que acuchilla, de una historia de la violencia sin par que desea decir, denunciar: héme aquí, aquí estoy. Así, esta poesía se hace cargo de señalar  los vacíos, los silencios, de denunciar los actos terroristas y sus consecuencias, de constituirse en trabajo ético y político, de memoria narrada, de reasunción crítica y de alguna manera narración histórica. El poeta, de alguna manera, lo declara: soy la voz de los otros, de las víctimas, y de la memoria del duelo, de sus recuerdos traumatizantes, para proyectarlos hacia el futuro como voz de la historia, como voz de la “memoria declarativa”: “héme también aquí”.

Como indica Denis Jodelet, el cuerpo, símbolo de identidad, de mediación, de cultura, se despliega ahora como lugar de la violencia, de la disolución, del destrozo, de la borradura de la identidad. La violencia, entonces, cobra el lugar de la destrucción política, de un rito de eliminación política del otro, del “colaborador”. Destruir el cuerpo como símbolo, borrar literalmente la identidad del otro, conlleva cosificarlo, deshumanizarlo y robarle el espacio, des-espaciarlo, para robarle su lugar simbólico.

Imagen de referencia.

A este respecto, señala Ricoeur que “existe un vínculo entre memoria corporal y memoria de los lugares, constituyéndose el cuerpo en “el lugar primordial”, el cual debe ser respetado. Este representa el aquí y el ahora, cruce de espacio y tiempo. La “espacialidad corporal”, el espacio del cuerpo, conviene en ser, también, en espacio de la memoria, y la guerra, la violencia, busca eliminarlo. El terror busca suprimir el cuerpo como lugar de (su) la identidad, sin embargo el poeta busca desentrañar, restituir el cuerpo como lugar de la memoria.

Como un sociólogo, los literatos y los investigadores advierten que cuerpo y espacio, cuerpo y memoria se conjugan. Así, el espacio geográfico y político, el de Colombia,  se convierte también en un “espacio herido”, construido (y sobre todo,  destruido) por la violencia. Así, este espacio herido, para Elsa Blair Trujillo, parafraseando a Maurice Blanchot, “alude a un tenso espacio sociológico, geográfico, corpóreo, simbólico y existencial articulado en las sombras de la sospecha, la criminalización, el estigma, la muerte y el duelo”. Espacio herido y cuerpos asesinados y lesionados convergen en una nación también exterminada. El estigma, la criminalización y la muerte remarcan el dolor en las diversas zonas de Colombia.

Existen dos poemas, además, que exponen, el cuerpo como el espacio de la afrenta, del sufrimiento. El poema de José Ramón Mercado (1937, Sucre), “Los caídos de El Salado”, a diferencia del anterior, teje un recorrido por ese territorio del departamento de Sucre: recodo de Martín Alonso, vereda de San Andrés, La Sierrita, El Salado: existe una geografía de lo ominoso, de la sevicia. Y nuevamente, el hablante cede la voz a los otros: […]  “Los colgaron como pavos en diciembre” dicen  / “Les cercenaron los brazos las manos y los dedos” /  “Les cortaron los muslos      les trozaron las rodillas” / El pene vergonzante        los escrotos vulnerables” […]   “Por último     Jugaron fútbol con sus cabezas asombradas” (p. 66).

Imagen de referencia.

A este respecto, comparémoslo con un poema en prosa de José Manuel Arango, denominado [“Vendados y desnudos…”]: “Vendados y desnudos, fueron pateados en el vientre y los testículos, y colgados de las manos atadas a la espalda. Les enterraron agujas bajo las uñas. Les metieron palos y tubos por la boca. Los sometieron a simulacros de fusilamiento. Los privaron de alimentos y de sueño, obligándolos a permanecer de pie día y noche, desnudos. Les aplicaron choques eléctricos. Los sumergieron en charcos de agua helada […]”. 

Poesía del testimonio, del “estuve allí”, pero en este caso “memoria del duelo”, en la que se identifica el sujeto (el poeta) con el objeto perdido (la memoria), guardándolo dentro de sí mismo y que, en este caso, el poeta se niega a enterrarlo y lo desencripta, dándole salida en su obra.

Buscan estos poemas, también, dar identidad territorial a las masacres, tipo de identidad que se corresponde con una identidad histórica: ello indica que la poesía se muestra como una búsqueda de estrategias que revelan, si no la verdad de la vida violenta del país, sí una reflexión lúcida, una comprensión que nos ilumine, que nos haga más humanos.

Más sobre este tema: