El poeta barranquillero José Luis Hereyra.
El poeta barranquillero José Luis Hereyra.
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La Cháchara

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Caminos para leer la poesía de José Luis Hereyra

Un recorrido por la poesía del escritor colombiano nacido en Barranquilla.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

Los posibles lineamientos de la poesía de José Luis Hereyra Collante los postula el extinto crítico Carlos J. María (1996), en una reseña a la antología Poetas en abril, de 1985, al considerar que el poema “Los amantes”, del poeta de Barranquilla, va de lo “trágico a lo sublime”, además de contener una “vocación integradora y totalizadora”. Yo encuentro una cosmovisión humanística, de preocupación moral (en el buen significado de la palabra), de terredad (en el sentido de Eugenio Montejo, sobre la que más tarde ahondaré). Y también, enmarcada por visiones narrativas, a la que se agrega una revisión superlativa del lenguaje, que acrecienta el poder de la palabra mediante una relevante exposición lírica, trazando nuevos caminos para la poética del Caribe colombiano.

A la fecha, José Luis Hereyra lleva publicados cuatro poemarios: Memoria no inicial (1985), Esquina de seis (1989), Kilimanjaro, corazón helado (2000) y Casa de luz (2002-2016). Este último texto, revisado hace cinco años, encuadra los nuevos pensamientos líricos y posturas iniciales del autor, a través de remozamientos temáticos que le han significado muchos y mejores logros.

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De los tres primeros textos surgieron, en buena hora, dos antologías: una, Direcciones del cielo, publicada en Barranquilla en 1985, con algunos poemas agregados a los ya publicados anteriormente.  La segunda, Entre la sangre y el destino, editada por el Sena, en el 2008. Esta última da cuenta de un ejercicio más completo y balanceado, pues en ella se incluye una versión más amplia de sus poemas hasta el año 2000. 

De igual manera, Hereyra Collante publicó una recopilación de sus textos en prosa, titulado El desagüe. Cuentos, reportaje y artículos, en el que se condensa una corta pero eficaz labor como narrador y periodista, cuya pericia le hizo ser ganador de concursos de cuentos nacionales. Aquí se hará solo referencia a su labor como poeta.

Como mucha de la poesía del Caribe colombiano, la de Hereyra Collante es una lírica por conocer, a pesar de sus variados reconocimientos nacionales e internacionales, y es indispensable que se realice de manera más sistemática, pues sus libros fueron dados a conocer de modo fragmentario, en ediciones reducidas y casquivanas. Y es que, más allá de los nombres de Candelario Obeso y de Luis Carlos López, poetas como Héctor Rojas Herazo, Giovanni Quessep, Raúl Gómez Jattin, Jaime Manrique Ardila,  Rómulo Bustos Aguirre, y más recientemente José Ramón Mercado y Miguel Iriarte, incluidos en el canon de la poesía colombiana,  existe la necesidad de mira y remirar, de auscultar y resignificar a otros muchos poetas de esta región, para lo cual, inicialmente, las antologías regionales o departamentales permitirían un balance para ubicar quiénes sí y quiénes no se han destacado, con el objetivo de realizar los respectivos seguimientos, los encuadramientos y valoraciones necesarias.

Lo anterior no hace sino mostrar parte de ese panorama de desconexión cultural y editorial colombiano y del Caribe nuestro, en el que sopesar tanto la narrativa como la lírica, fructificaría mucho mejor a través de un trabajo o trabajos mancomunados, de investigación de grupos institucionales o independientes, pero con perspectivas más amplias y metódicas, lo cual redundaría en estudios de mayor calado y resultados más totalizantes. Esa fragmentación puede observarse, entre otros, en el propio “poetaliado”, cuyas invitaciones y asistencia a congresos líricos y lecturas de sus trabajos, no dejan de ser reuniones de élite, grupales, alejados de las lecturas de un público más amplio (aunque aparentemente eso es lo “normal” en naciones de estos paisajes).

“Kilimanjaro, corazón helado” de José Luis Hereyra Collante.

Pero postulemos mucho más:  entre las posible causas de esa ignorancia literaria de la poesía del Caribe colombiano contribuyen: la exclusión canónica, que conlleva la supresión per se, ya sea por tratarse de poesía “regional” o “comarcana”, y, con ello, con poco aire o sentido “cosmopolita”; otra: publicaciones del propio bolsillo, y, por tanto, incomerciables, es decir, incomunicables, de desconocimiento; una más: poco apoyo (canibalismo) editorial, y la división entre grupos poéticos o de amigos, en fin, jaurías y otras situaciones negativas más.

En todo caso, la poesía de José Luis Hereyra representa una importante voz que necesita ser explorada y redimensionada por sus aportes, no solo por los premios obtenidos por su poema “Garrincha”, en 1985, en Chile, o por declarársele finalista del premio nacional de poesía de la Universidad de Antioquia, o finalista en los dos concursos de poesía en Estados Unidos por su poema “Timeless”, en versión original al inglés, en el año 2000. Tras ellos existe una voz sólida, cuyos cambios, transformaciones y revisiones conllevan un ejercicio constante de variadas dimensiones: la mirada existencialista  y muchas veces pesimista, a través del tiempo y las modulaciones del ser; los modos narrativos con que enfoca muchos  de los seres que viven en sus poemas;  la disposición del poema como manifiesto de vida, la revisión de la naturaleza lingüística del mismo, así como su condición experimental; y finalmente, los giros cosmovisivos y aparentemente equilibrados en su último libro, pero en el que retorna a las anteriores propuestas.

“Memoria no inicial”: la mirada humanística y existencialista

Nacido en 1950, Hereyra Collante podría pertenecer a esa generación de poetas colombianos que no tienen una sola denominación, pero que, por su cosmovisión, podríamos insertarlo dentro de la Generación desencantada de Golpe de Dados, perteneciente inicialmente a los poetas colombianos que comenzaron a publicar durante los años 70. Baste decir que sus obras comenzaron a ser publicadas en esos años y con más frecuencia en los años 80

Desde el primer poema, José Luis Hereyra apuntará a invocar, como Homero, las musas en la Odisea y la Ilíada:

Dame, noche, tu silencio

para que mis palabras nunca se derramen,

para que no afloren inútiles,

sé tú mis años

y tus estrellas mis días.

En una primera reflexión, se intuye que, desde el principio, el lector observará la importancia del voquible palabra. La alta conciencia de ésta, para que “no se derramen”, ya encierra el acondicionamiento explícito del poeta: no buscar la inutilidad de la palabra, ser obsecuente con esta: la noche no solo será la dadora de la inspiración, sino la diosa de la experiencia, y, además, la luz de esta.

El poema continúa nombrando los elementos que se repetirán constantemente en sus textos poéticos: el viento, la tierra, el mar, los hombres (faltarían los dioses, para que representara la Cuaternidad, a que alude Martin Heidegger, para encontrar y poner a dialogar estas nociones con el habitar del ser, aunque detrás existen elementos heideggerianos). Ello convoca la serenidad, a su “corazón ardiente”, pero también “para ahogar y desaparecer / a los mensajeros de la muerte”. Ante ello, el poema canta al regocijo, a la “fuerza eterna”, pero, sobre todo, a “romper el sueño” de las víctimas inocentes del sufrimiento, para convocar siempre a la vida. Subrayemos que en esta poesía se observa el vitalismo y la esperanza (también con mucho pesimismo): “Dános a todos la fuerza para vivir en paz”.

Ya en el siguiente poema, “Canto uno”, la voz del hablante indica una primera posición de mundo: “Hoy vengo a hablar, a cantar”. Hay en ello una voz apelativa: el yo poético, al indicar de entrada su actividad, señala, en sí misma, una propuesta, un programa, al verso siguiente: “A estremecer con mi alma las almas de piedra”. Pero ese objetivo continúa en otros versos: “Les hablo a los hombres que sondean las estrellas […] Grito siempre al viento, canto a las almas libres. /A los que dejaron el miedo olvidado”.

Canción del día y de la noche de José Luis Hereyra Collante.

En esos versos se encuentran dos lineamientos cosmovisivos de la poesía de Hereyra Collante: una expresión humanística y al mismo tiempo moral, pues, en el primer caso, es el hombre el que se encuentra en el centro de su discurso poético; y moral, porque, en la explicación de Terry Eagleton, hablar de ello no significa calificar, evaluar, sino vivir más plácida y alegremente, y no remitirse literalmente a señalar lo bueno y lo malo.

Se trata, para el crítico y téorico inglés, de visionar que, términos como “exquisito”, “plácido” o “sardónico”, se relacionen con el “enfoque cualitativo o evaluativo de la conducta humana y la experiencia”. En este ámbito, la poesía de Hereyra Collante es moral porque trata de suscribir la vida humana, signarle significados y propósitos, analizar, y, además, mostrar la experiencia desde un espacio determinado. En este caso, estos primeros poemas llaman y analizan la acción del ser humano: “¡No sean vanos!” o “¿Dónde has estado?”, y los convida a reflexionar, a emprender caminos: “Algún día el hombre dejará de pisar /para contemplar el cielo diferente. /Verá a la mujer con esperanza”.

Pero reitero: estas preocupaciones surgen porque el poeta, inquieto por el mundo, se apropia de la voz de los “otros”, constituyéndose el yo poético en el signatario de un diálogo con el otro que permanece callado, y por ello grita: “Yo no puedo alejarme de mi propia raza […]”. Y desde una expresión anticolonialista remata: “No quiero ver al hombre de esta tierra / engañado por cruces y espejos”. Preocupación que se manifiesta mucho más en “Entre la sangre y el destino”, cuando dice: “Humanidad, mujer desaforada y triste, / ciega del desamor oscuro”. Y más delante, en el mismo poema: “Yo conozco el origen de este poema /en la enfermedad del ser humano”.

Y en “Principio”, podríamos cerrar esas postulaciones del ser: “No creo sino en el hombre. / Y en la mujer que se abre como flor de fuego /para engendrar más hombres”. Y da la razón y la esperanza: “Es porque no hemos destinado los dados del destino / al único Uno del Amor” (“Entre la sangre y el destino”). En un poema, social de algún modo, la mujer es la paridora, un ser biológico, pero pobre, como se verá en el poema siguiente. Acá último se caracteriza como un ser mítico, que da a luz al ser humano como ser supremo.

 “Kilimanjaro, corazón helado”

Términos como estos habilitarán a José Luis Hereyra, mucho más hacia sus poemas “Sin saber si pez a última boca”, en Esquina de seis, “Direcciones del cielo”, del homónimo poemario, y “Kilimanjaro, corazón helado”, como un disruptor del lenguaje y de la comunicación, o muchas veces, como un reelaborador de la conciencia del lenguaje, como muchas veces en este poema, pues desde ahí comienzan los cambios sintácticos a que se enfrenta el lector:

“Memoria no inicial”:

“Intentar dibujar las penumbrales caderas del sueño” (p. 46).

“Insaciable rastreador de la carne cielo de tus nalgas” (p. 54).

“Esquina de seis”:

“En el observatorio posibilitante / de los posibles firmantes” (p. 91).

“Direcciones del cielo”:

“los deseos fraternos / por la felicidad mutual” (p. 76).

“Fui vecino muy adyacente y grueso flujo interno” (p. 77).

“Kilimanjaro, corazón helado”:

“Arco ritual del sonido inicial desaparecido en intencionales labios androfágicos” (título de poema).

En resumen, existe en estas elaboraciones poéticas, un sabor a ajenjo al estilo poético narrativo de Robert Frost, en cuanto a la naturaleza dialógica del mundo, de los sentidos del ser arraigados en la tierra, pero al mismo tiempo de su derrumbe, así como de la terredad manifiesta de seres aferrados al mundo, a su cuerpo. Pero destaquemos el carácter propio José Luis Hereyra, de poner a esos seres su naturaleza dialógica y disyuntiva: el ser humano en su dolorosa soledad y en su reconsideración con el mundo, cuyos sentidos los desarraigan, aunque sus cuerpos los acercan a la vida. Existe en ellos un constante adiós del mundo, resquebrajado y entronizado por el amor.

Estas imágenes de Hereyra Collante se vienen a corroborar en su tercer poemario original Kilimanjaro, corazón helado (2000), libro en el que coexisten largas estrofas de un solo impulso, cuya naturaleza desbocada van más allá de los consabidos encabalgamientos de la poesía tradicional:

¿Será que alguien que nos hiere

todos los instantes,

oficiando en altares de sangres saturnales

atávicos rencores que más parecen ya devenidas traiciones,

deba creerse inocente

porque las evidencias

jamás las mostrará ante nadie?

Digamos que los poemas de este libro son una prolongación (temática) de algunos de los poemarios anteriores, pero en este se dilata la mixtura solidaria con los seres humanos, a través de un discurso lírico que se enraíza en una nueva perspectiva, proveniente de la experimentación de “Garrincha”, de “Sin saber si pez a última boca”, de “Direcciones del cielo”. Pero, también, temáticamente, de la poesía de Langston Hughes, en “El negro habla del río”, “Las historias de tía Sue”, de “Negro”, cantando desde lo profundo de África, como se observa en “Viento que corre desde el sur sobreviviente”, donde revisa, desde una mirada mestiza, el tema de los negros perseguidos, pero revelada a través de un otro-nosotros.

Hay varios textos más para destacar: las historias que no se sabría establecer si es prosa poética con trama dislocada, llamado “El farmaceuta”, cuya historia truculenta, o mejor expresionista, tiene tintes barrocos, atravesado por un experimentalismo lingüístico: “Una vena humana, en pleno ejercicio del temblar, constituía los básicos milagros de Lucho”, o “nos hace falta su profundo no negarle a nadie. Sus orejas mayores en el sonido del mar”. Muy parecida también a la de “Bosquejo inicial para una nueva arca final”, cuya prosa, en la cual encontramos también una poética de lo paradójico, en el que la delectación de la palabra como palabra, se eleva y se recoge en esta aserción de la página 113, y de eso trata esa misma prosa: “todo lo nombrable en lo vivo pero sin nombrar nada”.

Direcciones del cielo de José Luis Hereyra Collante.

Se trata tal vez del truco de lo paradójico de esta poesía: nombrar al escorzo, revivir la palabra muerta y las historias sepultadas, como en el poema que da título al libro, “Kilimanjaro, corazón helado”, en homenaje a Ernest Hemingway, historia contada desde el punto de vista de las hienas, narrada desde su fracaso para subir a cazar a Francis Macomber, por no poder ascender a la cumbre del volcán congelado. Paralelamente, oblicuamente, es la historia de lo que no fue: la de Francis Macomber, que no alcanzó a domeñar su cobardía, representada en su cruel derrota, la del autor-cazador que no alcanzó a dominar su conciencia perdida, y solo lo logró suicidándose, como la hiena de su relato, riendo hacia el cielo helado.

En este poemario, la escritura se ha prolongado, y es presentada de manera metapoética e histórica, de tal modo que las minihistorias contadas se constituyen en un ejercicio crítico, combinado con versos que tienen la factura de una prosa encabalgada, que revisa desde (como reza uno de los títulos de un poema) “La palabra, la creación y ella”. Este representa un título paradójico, porque el yo poético utiliza un hablar desde la palabra misma, refiriéndose al poema como un ente cada vez más lingüístico que mensaje, más significancia que significado, más estructura que contenido (apelando a los viejos esquemas), pero realizando un recorrido por el hombre y su historia con el lenguaje: “Hay un palpable misterio, es indudable, / en el lenguaje humano. / Pero en sus orígenes, / guarda una demostrable similaridad / con el lenguaje de otras criaturas: / nace y se perpetúa —mutando a veces sutilmente, / otras marcadamente—como un primario ritual de llamados […]”. 

“Casa de luz”

Muchos de estos poemas revelan e incoan elementos biográficos, ideológicos, que se perciben de manera más preclara en su último poemario, Casa de luz (2016), en el que consigue la claridad tumultuosa de la luz, la ardentía autobiográfica por interpuesta persona y restituye el manejo de una lírica del equilibrio y la probidad del arte lírica en la mayoría de los poemas.

Más que un análisis de estos poemas, desglosemos solamente algunos ejemplos de estos cambios, especialmente en los poemas referidos a la poética del linaje, mirada memoriosa de la familia y lo filial, del retorno al encuentro amoroso y de la vida: “Sé que estaremos juntos otra vez. //Que sí tendremos una casa con jardín, /con patio, con fuente / y el murmullo del agua al rodar entre las piedras” (“Casa de luz”). También un reconocimiento a la hermandad: “Desde el inicio fuiste el guía. // De tu mano de hermano mayor / pasó mi sombra / entre edificios a través del tiempo” (“Corazón de luz”). Y como poeta del Caribe colombiano, muestra el retorno a la infancia: “De niño veníamos/ con mi madre a lo de la Virgen, / patrona de Santa Marta”.

Estos poemas redundan en sentimientos, además de la recuperación de los recuerdos de infancia, la juventud, las amistades, las vivencias y el mundo: representa la confección de una nueva humanización a través de un espacio determinado, pero que puede ser desde cualquier lugar de la Costa Atlántica.

Quisiera agregar que en Casa de luz aparecen ciudades del Caribe colombiano, la amistad, el río Sinú. Y como en “Circos de muerte” o “Invocación del abismo” u “Olvidarás la afrenta de las encinas que amaste”, títulos de por sí muy dicientes, Hereyra Collante reafirma una poética que revela una cosmovisión filosófica en la que combina el optimismo y la incertidumbre, la afirmación del hombre y la duda del ser y su existencia, siendo a la vez una poesía exhortativa y reflexiva, vitalista y estoica a la vez.

Esta estructura de sentimientos se identifica con esa “identidad imaginaria”, relacionada con la reconstrucción de un ensueño literario mediante una poética conflictiva y con un lenguaje que interroga el lenguaje cotidiano, de tal manera que el poeta se presenta como viajero de la historia, como su curador, su estructurador. Pero también responde estética y sicológicamente a su espacio, percibiendo el mundo y actuando desde él, luego de interiorizarlo. Como poeta, José Luis Hereyra refleja en sus textos su sistema cultural, de acuerdo con su cosmovisión y estilo.

Aguja que se espera siga tejiendo de variadas maneras su mundo estético, amplio y fragoroso.

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