Los hermanos Menéndez
Lyle y Erik Menéndez, en 1996, fueron sentenciados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional por el asesinato de sus padres, José y Kitty Menéndez, en su mansión en Beverly Hills, Estados Unidos.
La fiscalía indicó que el motivo del crimen fue la codicia de los hermanos para quedarse con la fortuna de sus padres, calculada en unos 14 millones de dólares. Sin embargo, los hermanos confesaron que actuaron en defensa propia debido a los abusos sexuales y maltratos que sufrieron durante su niñez y adolescencia por parte de su padre, y que su madre, aún sabiéndolo, no hizo nada para protegerlos.
Hoy este caso ha vuelto a ser noticia gracias al estreno de la serie de Netflix de Ryan Murphy, ‘Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez’, en donde se recrean los hechos ocurridos antes, durante y después del parricidio, generando un debate sobre los motivos que tuvieron los hermanos para cometer el crimen.
En el primer juicio llevado a cabo, el jurado no llegó a un veredicto unánime y fue anulado. Luego, en un segundo juicio, la condena fue impactante: dos cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional.
Y aunque su petición era estar juntos en prisión, esta siempre fue rechazada. La razón para el sistema penitenciario era la posibilidad de que juntos pudieran representar un riesgo para la seguridad de las instituciones.
Para los hermanos, la separación fue devastadora. Lyle, el hermano mayor, se sintió responsable de no cuidar a su hermano Erik en prisión. Sin embargo, a lo largo de los años mantuvieron la comunicación a través de cartas y llamadas.
Pese a las dificultades, continuaron luchando por ser trasladados a la misma prisión, hasta que en abril del 2018, luego de muchas peticiones y recursos legales, finalmente lo lograron y se reunieron en la Prisión Estatal Richard J Donovan, en el sur de California.
“Sentí que, finalmente, tenía una oportunidad de sanar”, dijo Lyle en el documental, cuando volvió a ver a su hermano después de 21 años de separación.
“El poder abrazar a mi hermano después de tanto tiempo fue abrumador. No podía creerlo. Era pura felicidad”, expresó Erik.
Y aunque los hermanos están cumpliendo una condena de por vida, sienten que encontraron algo de paz al poder verse a diario, después de 21 años.
En Netflix, se estrenó, recientemente el documental llamado Los hermanos Menéndez, en la que Lyle y Erik hablan de su caso, mostrando una perspectiva personal de todo lo ocurrido.
Lyle hoy tiene 56 años y Erik 53 años, y aunque no justifican lo que hicieron a sus padres, admiten que el abuso sexual que padecieron siendo niños dejó traumas severos.
De acuerdo con los expertos, los hombres y los niños que han sido agredidos sexualmente pueden experimentar los mismos efectos de agresión sexual que otros sobrevivientes, y pueden enfrentar otros desafíos que están presentes solo desde su experiencia.
Algunos hombres que sufren una agresión sexual como adultos sienten vergüenza o duda de sí mismos, porque creen que debieron ser “fuertes” para enfrentar a su abusador. Unos cuantos tienen una erección o eyaculan durante una violación, y esta es una respuesta fisiológica normal que no indica que lo deseara o lo disfrutara.
George Gascón, fiscal del distrito de Los Ángeles, señaló que después de tres décadas, los juicios sobre abuso sexual contra hombres ahora son tomados en serio, no como en aquel momento que fue motivo de burla.
Es así como los abogados de los hermanos solicitaron una revisión de su caso. En octubre, el fiscal Gascón, anunció que revisará nuevas pruebas relacionadas con los abusos que los hermanos denunciaron durante su juicio.
Lyle y Erik Menéndez fueron citados el próximo 29 de noviembre porque, al parecer, hay nuevas evidencias que podrían cambiar el veredicto dado a los hermanos hace 35 años.
Aquí les compartiré una lista que incluye actitudes comunes que compartieron algunos niños y hombres que sobrevivieron a una agresión sexual, ya que podría ser una guía para saber si otros están atravesando por experiencias similares:
Ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático, y trastornos alimentarios.
Evitar personas o lugares que les recuerden la agresión sexual.
Miedo a que ocurra lo peor y tener la sensación de un futuro incierto.
Preocupaciones o preguntas sobre la orientación sexual.
Aislamiento.
Sentirse menos hombre o que no tiene control de su propio cuerpo.
Dificultad para dormir.
Nerviosismo.
Culpa por no poder detener el abuso (especialmente si hubo erección o eyaculación).
Si tú o algún familiar o amigo ha pasado por una situación de abuso sexual, no lo calles, el silencio es un cómplice y no cura. No estás solo; mereces el apoyo y la oportunidad de sanar.
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