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Elecciones y democracia en Chile

En la jornada del sábado 26 y domingo 27 de octubre Chile enfrentó un nuevo proceso electoral, uno más de una seguidilla que se inició con el estallido social del 2019, con consultas municipales, elecciones de alcaldes, gobernadores, parlamentarias y presidenciales, cruzadas por dos procesos constituyentes plebiscitados fallidamente y con elecciones de constituyentes de por medio. Cada uno de ellos, muy especialmente para la forma en que se convive con la democracia en estos días, con más ataques personales, institucionales, con votos de castigo y rechazo, y muy poco de propuestas, visiones y reflexiones sobre cuál es el país que se aspira a construir.

Lo anterior no deja de ser una amenaza para un sistema político en permanente construcción, que favorece que lo piensen desde afuera y desde adentro y que muchas de ellas terminan atentando las bases fundamentales de un modelo que, a pesar de sus imperfecciones, se ha instalado como la opción más valida, legítima y reconocida en el mundo Occidental. La democracia demanda ser cuidada, no protegida, aspira a construir y a no a destruir, a lograr e instalar acuerdos y no a polarizarnos.

La experiencia de Chile en los últimos años nos lleva, lamentablemente, por derroteros opuestos a estos deseos, con votos de permanente rechazo, y de castigo, con una ciudadanía que parece nunca sentirse representada, con partidos políticos que se atomizan y que logran niveles de desaprobación más altos de la historia de Chile, con una bajísima militancia que, en gran medida permiten explicar los giros impensados de las decisiones ciudadanas en tiempos, políticamente hablando, extremadamente breves.

Para esta jornada electoral se convoca a la ciudadanía a votar para proveer los cargos de concejales, consejeros regionales, alcaldes y gobernadores. La alta abstención electoral de procesos anteriores no busca se subsanada por medio del convencimiento que la clase política debe lograr en la ciudadanía, sino que a través de reinstalar el voto obligatorio y con multa pecuniaria para los que no sufraguen.

Me considero un tipo medianamente informado y con preocupación por las elecciones en disputas, pero me ha costado develar un debate de ideas o la defensa de una visión de sociedad. En algunos de los votos los candidatos superan con largueza los 150, y los que logré reconocer a través de pancartas publicitarias en la calle, sólo adjuntaban su foto, el nombre y su número en el voto.

No hay referencias a partidos políticos, en algunos casos, muy reducidos por lo demás, a las alianzas o coaliciones políticas, y, por el contrario, destacando muchas veces aquellos que aspiran como independientes, aunque sabemos que la mayoría de ellos tiene el apoyo de alguna colectividad. Estamos sin dudas en una crisis, al estilo jasperiano, en donde debemos asumir la singularidad de la circunstancia y de lo relevante, para aquellos que tenemos un profundo respeto por la democracia, de enfrentarlo en pos de su defensa y robustecimiento.

Las señales no son para nada halagüeñas, las opciones de los votantes están más cruzadas por los casos de corrupción asociados a un operador político de la derecha que infectó profundamente elementos esenciales de los tres poderes del Estado; instituciones de educación superior con sueldo estratosférico, no para académicos, para figuras políticas, en niveles injustificables y que llevan a la ciudadanía a percibir pagos de favores concedidos durante algún gobierno  o a encubrir financiamiento irregular de la política; casos de manejos perversos de recursos públicos en emblemáticas alcaldías, corporaciones y fundaciones y; por último acusaciones cruzadas de acosos y violencia sexual en contra de relevantes figuras públicas que incluyen a alcaldes, diputados y subsecretarios.

El proceso electoral estuvo pensado en la posibilidad de sacar rédito político de cada uno de estos delitos, incluso las encuestas de opinión, sabedoras de esto por lo demás, incluyeron en sus consultas ciudadanas, si tal o cual bochorno puede alterar la opción de voto del ciudadano. La clase dirigente no ha sido capaz de develar el meollo del conflicto, más bien se ha confabulado con él. Ha caído en  la lógica de capitalizar los delitos ajenos, y se ha alejado ostensiblemente del mundo de las propuestas y de las ideas, en otras palabras, sin desligar de las responsabilidades judiciales de cada uno de los delincuentes, las últimas elecciones, estas elecciones que se viven el 26 y 27 de octubre en Chile, se han farandulizado, en el más genuino sentido de la palabra, han cambiado frívolamente  el debate y la reflexión política, la confrontación de ideas y de propuestas, por  un escarnio público, poco serio y de escasa profundidad, convirtiendo actos delictuales en plataformas político electorales. 

Dejemos que los procesos judiciales sigan sus cauces normales, que sobre los delincuentes caiga todo el peso de la ley, que disfruten del derecho de la legítima defensa todos los acusados, que las investigaciones protejan a las víctimas, que se sancione con certeza jurídica cada uno de los delitos, de manera que la ciudadanía crea en el valor de la justicia y en la reciprocidad de la pena en función del delito cometido.

Lamentablemente estamos muy lejos de aquello, los medios de comunicación tampoco han ayudado al respecto. Lo negativo se amplifica al menos quince veces y parece que en este país no hay noticias positivas, pero lo peor, parece que tampoco hay ideas, proyectos, ni qué decir, de sueños o esperanzas. Todo esta cubierto por las informaciones asociadas a la delincuencia y la corrupción. No pido invisibilizar estas últimas, pero creo que no es prudente que nos generemos una imagen en que aquello que busca crear, construir o proyectar, se le niega el derecho a existir.

Una vez concluido el acto electoral, al que me negaré después de muchos años a comentar en estas columnas, los partidos políticos y los conglomerados sacarán sus conclusiones. Seguro que ninguno de ellos, por sus palabras, será derrotado. El análisis interesado siempre permite nublar el resultado. Todos quedarán conformes, algunos con el número de candidatos electos, otros con el triunfo en comunas y gobernaciones emblemáticas, también con la suma total de votos, o, por último, con la expresión de correcta ciudadanía del electorado chileno en un acto democrático masivo y transparente.

Espero, de todo corazón, que después de los resultados obtenidos, la clase política chilena eleve su nivel de servicio público, que no se vea envuelta en actos de soborno y corrupción, de prevaricación y de torcida administración de justicia, que no utilice el poder para satisfacer las más bajas presiones, muy por el contrario, que eleve el poder al nivel de lo que este demanda, una responsabilidad y no un privilegio,  que sea capaz de proponer y no de negar, de construir colectiva y transversalmente para resguardar la democracia chilena y la calidad de vida de todos sus habitantes.

Es el momento en que la ciudadanía también aporte con gestos, en que no sólo está dispuesta a consumir delincuencia, destrucción y farándula, que la madurez ciudadana necesita un compromiso activo, hombres y mujeres responsables del destino propio y el de los demás, que la democracia se construye con acuerdos y no con descalificaciones y que el voto es el inicio y no el fin de las responsabilidades ciudadanas.