Miles de faroles son vendidos en las calles del Centro Histórico.
Miles de faroles son vendidos en las calles del Centro Histórico.
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Christian Mercado

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La vigencia nostálgica de los farolitos para la Noche de Velitas

Vendedores y compradores afirmaron que la tradición lucha ante varias adversidades para mantenerse viva.

El inclemente sol currambero queda reflejado en los distintos colores de papel celofán. Un ‘mar’ de gente arropa las calles del Centro Histórico de Barranquilla como toda época de diciembre, quedando retratada al lado de esos cubos de madera rectangulares, que aguardan su noche.

Esa noche, donde el fuego a través de una vela ilumina con una mezcla de colores los bordes de las terrazas atlanticenses, para celebrar la Fiesta de Velitas, una tradición milenaria que busca mantenerse en los hogares costeños.

Los farolitos marcan el compás de esta celebración. Tienen una vigencia inagotable y nostálgica pese a que enfrenten varios obstáculos con el paso de los años, al momento de ser comprados.  

Esos cubos de 17 centímetros por 1,5 de ancho, esperan con ansias que las manos de los clientes los jalen del suelo, carretillas y casetas donde están ubicados a través de amarres de cuerda o anclados unos con otros.

Las personas quedan retratadas al lado de los faroles.

Se resisten al olvido

La venta en el Centro es amenizada por las melodías y letras de las Cuatro Fiestas y La Inmaculada Concepción, himnos de esta celebración que anuncian la Navidad.

Los farolitos se venden menos, aseguran los comerciantes. Las unidades que se llevan los consumidores no son tan abultados como en otros años. Aunque, las estructuras pequeñas se resisten al olvido y siguen generando la misma nostalgia cuando son observados como puntos focales.

Los faroles se convierten en la mayor atracción para estos días.

Wilson Mercado confirmó que la demanda bajó ostensiblemente desde hace varios años. Señaló que la tradición se ha perdido, pero su perseverancia se mantiene fuerte como la madera de los farolitos.

“La gente compra menos. Ya no es lo mismo. Antes uno se vendía más de 1.000 faroles, ahora hay que luchar con 600”, expresó el hombre de 35 años.

Desde hace tres días de diciembre sale de su casa ubicada en el barrio Rebolo a las 4 de la mañana. Empuja con 3 familiares la carretilla llena de 300 faroles aproximadamente.

“El mismo 7 de diciembre las ventas se incrementan. Hay gente que deja todo para última hora, pero mantienen su tradición y nosotros nos vamos en la madrugada prácticamente”, aseguró el hombre de tez morena, que se gana 400 pesos con con la venta de cada farol.

Los faroles de Wilson Mercado son vendidos y acomodados por sus hijos.

Al igual que Mercado, Álvaro Castillo piensa que la tradición se ha ido apagando, pese a que los faroles le generan más dinero que su venta de verduras habitual en el Centro de la ciudad.  

“Este año compré para vender 500 faroles. Ya no me atrevo a poner en venta 1000 porque no quiero correr el riesgo, ya que el mismo 7 lo puedo estar dejando en menor precio”, afirmó.

Alegó que la gente ha perdido la devoción religiosa para la Fiesta de la Inmaculada Concepción. “La pólvora ya no la dejan prender y tampoco la gente se atreve a poner el farol en las terrazas”, apuntó, quien lleva 30 años en este negocio.

Álvaro Castillo, vendedor de faroles hace 30 años.

Faroles con tinte ‘Vinotinto’

Su acento al momento de vender se distinguió de inmediato. Josué Camarillo se le midió al reto de ofrecer faroles, pese a que no conocía que eran cuando un familiar le propuso ir a comercializar el producto en el Centro.

“Los faroles me sorprendieron. Yo me imaginaba algo diferente. Un objeto de arcilla, tal vez. En Venezuela, no se celebra esta festividad. Esto es algo nuevo para mí”, expresó el hombre de 26 años.

Aseguró que le ha ido muy bien en las ventas desde hace 3 días. Pese a que vive una paradoja con la Fiesta de Velitas, los ofrece a los clientes con efusividad y motivación.

Josué Camarillo, de Venezuela, vende con ánimo los faroles a cada cliente.

“Desde hace 7 meses me vine para Colombia. He vendido frutas y ahora me le medí a esto. Uno tiene que vender lo que sea para sobrevivir”, expresó el nacido en la ciudad de Valencia.

Situación contraria a la de Camarillo vive Carlos Cabrera, otro hombre de nacionalidad venezolana, a quien no le sorprendió las estructuras de maderas rectangulares. Eso sí, también las vende por primera vez.

“En Maracaibo celebran las velitas. Los colombianos llevaron esa tradición. Salían y prendían las velas en las terrazas”, expresó el Cabrera, quien vive en el municipio de Malambo desde hace 9 meses, cuando se vino de su país, debido a la crisis que se vive en esa nación. 

Carlos Cabrera se estrenó como vendedor de faroles en Centro.

Mantienen tradición, pero con temor a la inseguridad

Es evidente que en muchos hogares los faroles ya no se prenden en las terrazas. Antes se instalaban en los andenes y las personas duraban toda la madrugada despiertos, esperando el paso de la virgen  Inmaculada Concepción.

Así lo confirmó Maribel Barros, quien trata de mantener la tradición inculcada por varias generaciones en su familia. Compró 6 faroles y en su casa la esperan 20 más, de los tradicionales porque para ella, son los que mantienen la identidad del festejo.  

Tiene preparada una escenografía en la terraza de su casa, ubicada en el barrio Paraíso. “Esto habla de nosotros y tenemos que tratar de mantener nuestra verdadera esencia. Toda la familia se reúne y a las 3 de la mañana mi mamá empieza a hacer arepitas dulce”, afirmó.

Maribel Barros 'regateando' los faroles en el Centro.

Sin embargo, confesó que la celebración la hacen con precaución, dentro de sus casas debido a la inseguridad que se vive en la ciudad. “Antes uno se quedaba en el andén. Ahora toca protegerse con la reja de la terraza. Uno escucha una moto y enseguida se espanta. Toca festejar así”, afirmó.

Gina Peralta piensa de la misma manera que Maribel. Aunque no se amilana al momento del festejo. En su casa, ubicada en el barrio Las Delicias, celebran la fiesta hasta el amanecer, pero con los faroles adentro de la terraza y no afuera en la calle.

“Si nos toca mantener la tradición así. Pues, lo haremos. No hay de otra. El festejo no puede parar”, afirmó la mujer instantes después de comprar 5 faroles clásicos, en la esquina de la carrera 43 con Paseo Bolívar, mientras en el fondo sonaba en un parlante el canto de Nury Borras con la letra: “Que linda la fiesta es en un 8 de diciembre…”.

 

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