Corralejas, se abre de nuevo el debate: negocio, maltrato animal, tradición y muerte
‘Una fiesta no se puede fundamentar en muertos y heridos’, afirma el periodista Hugo Romero.
Aunque es un entusiasta y apasionado seguidor de las fiestas en corralejas, al punto que cada año prepara un calendario de gira para no perderse una sola corrida en los pueblos de Córdoba y Sucre, Roberto Grandett Agámez, un pensionado bancario residente en Montería, afirma con dolor en el alma que es un convencido de que el momento del punto final de esta celebración en Colombia, llegó
Tras la caída de un palco el domingo pasado en la corraleja de El Espinal, Tolima, que dejó cuatro muertos --entre estos un bebé de 14 meses y 353 heridos--, se avivó en el país el debate sobre la continuidad, prohibición o regulación de esta actividad.
Por eso Grandett, el amante incondicional de los toros, razona con mesura y opina desde dos puntos de vista.
“No veo manera de arreglar el asunto”, dice completamente convencido. Y agrega: “Como ferviente seguidor de los toros, no soy partidario de la regulación de la fiesta. Eso de que saquen a la gente que ingresa sin permiso al redondel. O que tapen la parte baja por donde se deslizan los perseguidos por el toro. Que no haya garrocha, que no los banderilleen. No me gustaría, porque eso hace parte de la fiesta misma, y prescindir de ello le quitaría esencia a la celebración”.
Sin embargo, al mismo tiempo es consciente de que el mundo está viviendo un momento histórico de cambio social, y en una reflexión severa reconoce sin tapujos que estas prácticas seudo culturales constituyen maltrato para toros y caballos, piezas centrales del “espectáculo”
Además, como si fuera poco, amenaza la integridad de la gente que llega al evento, y ahora, tras la caída del palco, con la que permanece en las gradas.
Por tanto, reafirma Grandett, debe haber en este momento una señal de quiebre que diga: “¡Basta ya! Hasta aquí llegó la fiesta”.
No obstante, reconoce que la tarea es nada fácil.
Y es que sumado a los movimientos proanimalistas del país. El nuevo Presidente de la República, Gustavo Petro, es un acérrimo defensor de la causa animal, y un crítico de la corraleja y las corridas taurinas en plazas, porque vivifican el sufrimiento de estas especies.
Así pues, para superar la crisis que generaría entre la gente del común la eliminación de las corralejas, podría esperarse por parte del gobierno políticas de empleo para manteros, capoteros, banderilleros, es decir, los que viven de las corralejas, a fin de ir creándoles medios normales de ganarse la vida.
Igualmente, para los fanáticos de la corraleja, sobre todo los jóvenes, habría que crearles cátedras educativas que enseñen todo lo que representa el castigo animal, e ir alejándolos del concepto de que están ante una fiesta o una celebración.
Regulación
Para tratar de ponerle punto de contención a las corralejas ya existe regulación, y abundante.
Está, por ejemplo, la Ley 1774 de 2016, que declaró a los animales seres sintientes a fin de protegerlos del sufrimiento y dolor.
Esto incluye, desde luego, las corralejas, en las que los toros son picados con banderillas y garrochas con el propósito de incrementar su bravura.
Pero como toda ley tiene su trampa, según el adagio popular, para burlar esta regulación la Asociación de Ganaderos de Toros Bravos, Asotoros, decidió reducir el grosor y largo de las garrochas y banderillas que se utilizan en las corridas, para así, dicen ellos, cumplir la norma.
Igualmente dispusieron “para atenuar el dolor del animal”, que no se le apliquen más de dos banderillas en cada corrida.
Pero esta reglamentación es letra muerta, y los banderilleros con tal de aumentar los pesos de la jornada, incrustan más de las reglamentarias.
También está vigente la resolución 1796 de 2018, que prohíbe el ingreso de menores de 18 años a actividades que tengan que ver con el sufrimiento animal.
Esta es otra norma que tanto organizadores de corralejas como padres de familias se pasan por la faja, como coloquialmente se afirma.
“El que paga entra” parecieran decir los empresarios, y “dejan que los pelaos vayan a toros”, podría ser otra frase de padres y familiares de menores, pues ‘pelaos’ abundan en los palcos. En resumen, otra norma violada.
Se cuenta igualmente con la ley 1272 de 2009, pero creada para declarar patrimonio cultural de la nación la fiesta en corraleja de Sincelejo.
El propósito final es que no las puedan prohibir, como ocurrió luego de la caída de los palcos el 20 de enero de 1980, tragedia que dejó un número de muertos de los que aún no se tiene la cifra exacta.
Un negocio llamado corraleja
Al fin y al cabo las fiestas en corraleja no son más que un negocio, una actividad comercial altamente lucrativa y hasta con uso político, enmascarada con lo que llaman una expresión cultural.
Y claro que tiene su tinte cultural, pero de esto se ha ido desvirtuando en el tiempo con el sello mercantil de ‘don dinero’.
En la organización de la fiesta intervienen varios elementos. Sin embargo, primero hay que aclarar que existen las corralejas ‘clase A’, que se realizan en municipios de gran densidad demográfica.
‘Pueblos grandes’ como Cereté, Cotorra, Ciénaga de Oro, Tierralta, Sahagún, en Córdoba, alcanzan dicha categoría, son festejos que duran de cinco a seis días.
Las ‘clase B’ se llevan a cabo en localidades más pequeñas, cuya duración no pasa de cuatro días, explica Grandett.
Las ‘clase A’ cuentan con un redondel de 300 o 350 metros de diámetro, 10 graderías para 600 personas, que le da una capacidad total para 6.000 asistentes sentados.
El ambiente festivo lo amenizan seis bandas compuestas por 18 músicos cada una, y distribuidas estratégicamente en las gradas para que el porro y los fandangos no dejen de escuchar y los ‘guapirren’ todos los asistentes.
En cada tarde se lidian de 30 a 36 toros.
El precio de la entrada para los espectadores puede oscilar de 30 a 40 mil pesos, pero los fines de semana se incrementa entre 50 y 60 mil pesos por persona.
“Nadie reclama el aumento de la boletería, ya la gente viene mentalizada “a ver los toros”, y paga lo que sea”, señala Roberto Grandett.
Esta corraleja ‘clase A’ cuenta también con tres carriles para 12 animales cada uno, una especie de corral donde permanecen los toros que van sacando a la arena.
Por lo general las construyen en las entradas de las poblaciones, en las afueras, en un predio lo suficientemente espacioso que cuente con capacidad para parqueo de vehículos.
En la parte baja de la corraleja se ubican kioscos y cantinas amenizadas con ‘picós’, dedicados a la venta y consumo de licor para los que no quisieron entrar a la corrida, o donde terminan la rumba los que salen de los tendidos.
El arte culinario también tiene su espacio, restaurantes que funcionan bajo unas carpas que llaman ‘llaneras’, las cuales ofrecen carnes asadas, la popular sopa de mondongo y fritos.
También hay un negocio curioso: venta de pan.
“Para muchos como yo, amantes de la corraleja, ir a una tarde de toro es todo un ritual. Primero se llega a almorzar a una ‘llanera’, luego sube uno al palco y a la salida compra pan para llevar a casa”, narra Roberto Grandett.
Las corridas empiezan puntual a las 3:00 de la tarde, y se prolongan hasta las 6:00 p.m.
Además de los 30 a 36 toros, intervienen en la corrida unos 15 caballos utilizados por los garrocheros, más manteros y muleteros.
“Una jornada taurina de este tipo puede mover fácilmente mil millones de pesos diarios, en todo lo que se genera alrededor de la corraleja”, estimó el magister en Economía, Bernardo Grandett Durango.
Empresario y ganaderos
Hay dos figuras claves en el negocio alrededor de las cuales gira la actividad de la corraleja: el empresario y los ganaderos.
El primero es el que monta el espectáculo, el responsable de financiar toda la parafernalia de construcción del maderamen.
El otro es el que aporta el ganado que se va lidiar cada tarde. Por lo general es un ganadero por día el encargado de facilitar los animales.
Dicho empresario es el encargado de negociar con la alcaldía de la localidad el permiso de funcionamiento de la corraleja.
Este permiso se otorga ‘a dedo’, no hay licitación, y se logra de manera directa, a través de ‘lobby’ o con influencia de políticos.
Zona Cero hablo con gente metida en el negocio y nos manifestó que el empresario paga los impuestos respectivos, pero para finiquitar el negocio hay una coima subterránea que ‘aligera’ las cosas.
El empresario ya con el aval de la alcaldía negocia entonces con el ganadero, y una torada por cada tarde puede representarle a este último ingresos por unos 30 a 36 millones de pesos. En las tipos ‘A’.
El negocio del empresario está representado entonces en la taquilla, la publicidad que vende al comercio, a políticos, y en la cantina que maneja el licor dentro de la corraleja.
Respecto a los toros estos cuentan con entre 8 a 10 años de ‘vida útil’ en corralejas, y son lanzados por primera vez a un redondel a la edad de 4 años.
Después de que los toros son lidiados en una plaza, reciben un periodo de 120 días de ‘descanso’, unas ‘vacaciones’ para volver de nuevo a otra corraleja.
Antes de que surgiera en el negocio la figura del empresario, las alcaldías comisionaban a una junta municipal la organización de las corralejas.
Para ello la administración giraba unos recursos de financiación, pero esta figura fue derogada por la sentencia 666 de 2010 de la Corte Constitucional, que prohíbe destinar dineros públicos a la construcción de corralejas y similares.
La construcción de las corralejas
Como ya se dijo, el tema de la prohibición de las corralejas saltó otra vez a debate público por lo ocurrido en El Espinal con la caída del palco de tres pisos.
El incidente puso en entredicho la calidad de la construcción y su posibilidad de garantizarles seguridad de los asistentes.
Volvió a ponerse en tela de juicio la fortaleza de estas estructuras itinerantes, que van de población en población con su carga de palos, tablas y palitroques.
El levantamiento de la corraleja está bajo responsabilidad de expertos maestros empíricos, que cuentan con cuadrillas propias que levantan el escenario en cuatro o seis días.
Sin embargo, para el ingeniero barranquillero Jaime Samper lo ideal de estas corralejas es que su construcción recaiga en manos de profesionales de la ingeniería.
“Siendo rigurosos con la normativa, se requieren varios estudios, por ejemplo, un levantamiento topográfico, estudios de suelos y/o geotecnia del sector, diseño estructural, muy particular para cada terreno dadas las características propias de los materiales a utilizar en cada sitio, dependiendo de la región”, explicó el profesional.
Similar piensa su colega, el también ingeniero Luis Llanos Castro, quien considera que es una decisión incorrecta poner estas obras en manos de no profesionales.
“Es que pesa mucho un detalle, no se tiene una cuenta real de las cargas que soportará la estructura, y los materiales no suelen de ser de óptima calidad, lo que pone en demasiado peligro a los asistentes”, dijo.
Jaime Samper consideró igualmente la construcción de las corralejas como un desafío a la integridad y salud del público que acude a estas fiestas, por los riesgos que conllevan sus instalaciones.
“Estos palcos se han mantenido en pie por un largo tiempo por diversas razones, relacionadas por sobredimensionado de los elementos utilizados en su construcción, y además por las bendiciones divinas que recibe el pueblo”, precisa con ironía.
Finalmente, el periodista cordobés Hugo Rafael Romero asegura que con todo el supuesto arte que muchos le pueden encontrar a las corralejas para justificar su permanencia, él no cree que esta sea una fiesta concebida para divertir a la gente.
“Una fiesta, una diversión, no se puede fundamentar en muertos y heridos, amén del sacrificio o sufrimiento de toros y caballos”, asegura.
En todo caso, y a pesar de la polémica vigente, este fin de semana con puente festivo incluido se realizan fiestas de corralejas en Momil, Buenavista y Puerto Libertador, Córdoba; Galeras y San Onofre, Sucre; Córdoba y Villa Nueva, Bolívar.
No hay ley ni prohibición que valgan, por ahora, para frenar y no celebrar este espectáculo que danza con el cacho y la muerte.