Romance para una casa
A propósito de una visita que realicé este año que ya casi termina, al Museo Romántico de la ciudad de Barranquilla.
Por: Mónica Gontovnik

Una paloma muerta a cuyo lado reposa un cigarrillo agotado, se constituyó en la despedida que tuve al finalizar mi visita el día 4 de julio del presente año (2025), al llamado Museo Romántico en la ciudad de Barranquilla. Así mismo se constituyó en una fuerte imagen que quedó flotando en mi mente, hasta darme el necesario comienzo ante la página en blanco que me llamaba a escribir este texto.
La paloma estaba a un lado, en un callejón donde parece que habían construido una capilla católica. A su derecha, en una entrada, también tapiada, se veían unas estrellas de David que me contaron llevaba a un auditorio. Allí fuimos luego de que me intentaran mostrar ese “teatrino”, en la parte interior de la casa; allí no me atreví a entrar por miedo a la suciedad de murciélagos y los escombros.

Sin embargo, la casa que donaron las hermanas Esther y Carmen Freund Strunz, conserva su anciana belleza y está pidiendo a gritos silenciosos que no la dejemos morir abandonada y dejada a su suerte, como tantas otras fichas del dominó cultural (nuestro propio caribeño chus chus) que lentamente caen a los pies de aletas de tiburón, ventanas al mundo y estatuas voluptuosas de mujeres famosas.


La casa tiene alma, un alma que le propinó el también olvidado Alfredo De la Espriella, cuando la destinó a ser su romance con la ciudad; una casa-canto que nunca despegó totalmente como ícono, como semilla de íconos, como ataúd de íconos de una ciudad que odia mirar su historia. Pareciera que su fundador contagió desde la tumba esa pasión por la historia de una Barranquilla antigua que desean imaginar de nuevo una legión de vigías voluntarios porque intuyen o sueñan con tenía una cara más amable. A lo mejor con esos años en los cuales la familia Freund Strunz desarrollaba sus actividades comerciales y familiares.

Sí, es una casa que aún tiene el poder de inspirar. Por ello ese grupo de vigías del patrimonio se han dedicado a recuperar lo que van pudiendo, con las uñas, batallando con la sed y el calor, contra el olvido. Ese Museo que De la Espriella llamó “Romántico”, se encuentra sin agua y sin luz. Actualmente es una casa que abren solo a ciertas horas para quien la quiera visitar. La casa es una anciana cercana a la muerte que espera esas visitas a quienes pueda contarle cada uno de sus dolores. Una vieja enferma que desea hacer entender que tiene aún mucho potencial de vida y que su valor está en ser un archivo de cierta época de la ciudad y que su memoria debe ser apreciada por todos quienes le hemos dado la espalda.

Yo no me sentí capaz de mirar por mucho tiempo la siguiente fotografía en la pared del primer cuarto a la izquierda de la entrada principal. Los ojos de estos personajes me preguntaban, nos preguntan: por qué. Y no tengo respuestas, no tenemos cómo responder. Todos somos culpables.

Todos somos parte de una ciudad que poco a poco ha dejado morir sus espacios culturales. Y cuando hablo de espacios no me refiero solamente a casas, museos, teatros, salas de concierto, galerías. Me refiero a todo lo que no huela a un solo tipo de fiesta. Y ya saben a qué me refiero. Porque la cultura, el arte, la poesía son una fiesta también. La memoria es una fiesta. Hay una forma de fiesta que ha partido de Barranquilla, que nos ha dejado huérfanos, nostálgicos.
Me atrevería aquí a proponer a la recién renovada junta del Museo Romántico un par de cosas en pro de un futuro posible: arreglen la casa, y dónenle un propósito que la dignifique. No tiene que ser un “museo”. Podría ser un centro cultural que albergue actividades que agiten nuestra memoria. Se puede contar la historia de la casa y de la familia que la habitó. Se puede honrar la época barranquillera que De la Espriella intentaba preservar en nuestro imaginario colectivo. Recojan, organicen y protejan ese archivo en unos cuartos donde podamos investigar respetuosamente ese legado. Consigan entidades que acojan este centro educacional y cultural o que lo financien. Denle otra vida, actualícenla, hagan que nos enamoremos de ella.
Hay una resistencia cultural en Barranquilla que apoyaría este espacio con su presencia. Somos muchos los que aún andamos por ahí asistiendo a todos los pequeños esfuerzos por seguir presentando teatro, danza, literatura, artes visuales que hay en la ciudad. No tiene que ser un gesto grandioso. Esa casa, convertirse en un refugio.