El cura y el rabino, borrachos
El Carnaval y la Cuaresma sólo tienen sentido dentro de la tradición cristiana en la que nacieron.
Por Moisés Pineda Salazar
Siempre me ha producido curiosidad la forma en la que algunos especialistas en el tema carnavalero se aproximan a la cuestión religiosa, al mundo espiritual, usando los instrumentos de la “ciencia profana” ya que piensan que no hay una “ciencia de lo sagrado” toda vez que, según ellos, “no puede haber una ciencia de lo que no existe,” Dios.
Estiman que la creencia es un recurso para llenar los vacíos de la ignorancia.
Que la Fe, es una manera de manipular al débil de pensamiento.
Que las iglesias son unas congregaciones de ignorantes que se apoyan entre sí.
Ni qué decír acerca de lo que se pregona desde la otra orilla en relación con los hombres y mujeres de ciencia, que conducen su vida según los principios “de la razón sin esperanza”.
Pocos se aproximan a lo espiritual con los instrumentos apropiados para buscar sentido a lo que ocurre, como experiencia colectiva, cuando los que la viven, llegan a decir:
“Señor, qué bien se está aquí. Si quieres, hacemos tres enramadas una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. (1)
Acaso, ¿no es esa la misma experiencia que Fuenmayor describe como “un después de la Batalla de Flores”?
“Cómo explicar hoy que aquellas Batallas de Flores dejaban en el pecho la felicidad hasta la embriaguez por causas tan leves, tan bellas como el surtidor de colores de una serpentina que nos solazaba o una sonrisa distante que sentíamos tan cerca, una flor aérea que volaba hasta nuestras manos?” (2)
O ¿es que no captamos lo que significa el leiv motiv adoptado como “slogan corporativo” de la fiesta a cargo de un “operador”?
Carnaval en la Arenosa
Quien lo vive es quien lo goza (3)
¿Cómo opera ese mecanismo sicológico en ese mundo de lo inasible que, en un plano de la experiencia humana llaman “transfiguración” y que otros reducen a una “catarsis colectiva”?
Lo “normal” entre los carnavaleros, que sabemos que lo que nosotros experimentamos en esa vivencia colectiva, no es lo que ellos dicen, es que le hayamos aceptado que aquel momento, que aquella experiencia, en el carnaval, sean un tiempo y un espacio para la “transgresión”, para experimentar un “mundo al revés” para lo cual el carnavalero echa mano de recursos como el del juego de roles mediado por recursos externos como el travestismo, el disfraz, la impostación y el “acto terapéutico” de mirar el mundo “desde detrás de la máscara”, o el de “ponerse en los zapatos del otro”, o el de “devolverle al otro la imagen que de él se tiene”, o el de mostrar ante los demás “el mundo íntimo de lo que deseamos ser”.
Pero, “para no enredar la pita con esas complicaciones psicológicas”, aceptamos que sean los “científicos de lo material” quienes nos expliquen el asunto como un ejercicio de oposiciones entre lo “profano” y lo “sagrado” y que se nos diga que el nuestro se trata de un “ejercicio impune”, sin consecuencias, de una “befa sacrílega” y de “profanación”.
En el fondo, la de ellos es una mirada “desde afuera”, una mirada pretenciosa y prejuiciada desde el orden/ desorden, con el que el observador está comprometido.
Porque lo conocí, puedo afirmar que la “performance” de Mingo Martínez nunca estuvo orientada a ofender lo religioso, ni a cometer un anatema que llevara al Clero ofendido a reclamar la aplicación del canon demandando una “latae sententiae” de excomunión.
Ni “Calancho”, con todo lo lenguaraz que es, está motivado por esos sentimientos ofensivos.
Este último concepto, el de la performance, el de “la distancia psicológica” entre la persona y el personaje, me permite argumentar para superar la dicotomía entre “lo profano” y “lo religioso” que dicen que es el Carnaval en Barranquilla.
Yo diría, más bien: “que ha llegado a ser”.
Afirmo que ambos, Cuaresma y Carnaval, fueron una misma y sola cosa, y que tal era así en continuación de las tradiciones cristianas medievales.
No es, pues, una invención forzada por la necesidad de tener una explicación para controvertir el simplismo dual en el que en la vida, el uno hace desaparecer al otro, sino para entender la vida como una “nueva realidad” que es diferente a los dos y “más que la suma de sus partes”.
De la misma forma como el mítico matrimonio entre Don Carnal y Doña Cuaresma del que nos habla Juan Ruíz, el Arcipreste de Hita, en El Libro del Buen Amor (4) los símbolos expresan una realidad que los supera.
Como en todo sacramento, es un acto eficaz, que crea un vínculo indisoluble que deviene en una sola unidad. Aunque sea mal avenido, es matrimonio al fin. (5)
“Don Carnal y Doña Cuaresma se necesitan porque la vida, por mucho que nos quieran vender, no es solo hedonismo irredento, ni tampoco pesimismo, que conduce a la angustia y al sin sentido existencial. El Carnaval y la Cuaresma sólo tienen sentido dentro de la tradición cristiana en la que nacieron y de la que la han desgajado las ideologías políticas laicistas reaccionarias, que no pueden vivir sin servirse de los símbolos religiosos para profanarlos, cuando se contemplan desde la Pascua de Resurrección. El gran Chesterton, con su agudeza e ironía sublimes, estaba en lo cierto cuando afirmaba que muchas fiestas llamadas laicas, tienen un origen cristiano, sofocado por el pensamiento nihilista postmoderno, que las ha reducido a puro esperpento paganizante”.(6)
A tono con esta tradición “de batalla entre opuestos” que tiene como símbolo la comida y que se resuelve en dos tiempos, uno el Martes de Carnaval y el otro el Domingo de Resurrección, en nuestro carnaval en Barranquilla no ocurría que con el Miércoles de Ceniza terminara “la fiesta pagana” para darle paso a la “conmemoración sagrada”. No. Eso no era así.
Porque ”solo tienen sentido dentro de la tradición cristiana en la que nacieron”, Carnaval y Cuaresma fueron una misma y continua cosa en la que se variaban los elementos externos de los rituales que conducían a lo mismo: a la celebración de la vida: a la Resurrección.
La de Jesús se celebraba en el espacio de la Liturgia de la Pascua de la Resurrección en la primera hora de ese domingo.
Y la de Carnaval, en medio de “El baile de La Piñata” que se celebraba luego de la Misa de la media mañana de ese día en Barranquilla (7)
Veamos lo que nos cuenta el Doctor del Pio Latino Romano, alguna vez candidato a ser Obispo de la Ciudad (8) Padre Pedro María Revollo, sobre el particular en la Edición de la Revista Mejoras del mes de enero de 1942:
“El Miércoles de Ceniza algunos disfraces y danzas iban a la Iglesia de San Nicolás a tomar la ceniza.
‘Los Indios Bravos’ amanecían en sus chozas en el monte por los lados de Monigote, o sea a la salida del antiguo Camino Abajo, de Soledad, antes de llegar a La Luz de los señores Correa & Heilbron, frente al nuevo acueducto; también, por los lados de “La Caimanera” Calle del Sol, Callejón de La Igualdad (9()
‘Los Piratas’ se dirigen a buscar a ‘Los Indios’ y al ser descubiertos estos, aquellos les hacían juego y huían ‘Los Indios’, pero eran alcanzados por sus perseguidores y capturados los amarraban con cintas de diferentes colores para llevarlos a tomar la ceniza.
Los bailes continuaban los jueves, sábados y domingos de las dos primeras semanas de Cuaresma, y el último de estos era el de ‘La Piñata’.
Esta consistía en una vasija de barro forrada de papel color y con cintas multicolores; estaba llena de dulces y con palomas blancas adentro. Los caballeros elegidos para romperla, iban vendados blandiendo un palo; el que lograba despedazarla le tocaba dar el baile del Domingo de Resurrección.
Así terminaba la temporada carnestoléndica de Barranquilla.
¡O tempora! ¡O mores!
Entonces, ¿de dónde sacamos aquello del “carne levare” y de “carnes tolendas” (dejar las carnes como si la del pescado y la hicotea no lo fueran) y de las explicaciones de los carnavales barranquilleros, referenciados en el Miércoles de Ceniza como un “ritual de finalización” y de ruptura entre “dos tiempos en oposición”?
No fue así. Eran un solo continuo.
Eran los mismos tiempos, medidos entre “dos resurrecciones”, entre dos experiencias espirituales conducentes a lo mismo: a la celebración de una vida eterna en la que ambos interpelan a una misma entidad real pero no por ello invencible: “la muerte”:
“¿dónde está muerte tu aguijón, dónde sepulcro tu victoria?”, se predica en los templos.
“Ya viene el carnaval”, “ya casi estamos llegando al carnaval”, “el carnaval se nos vino encima”, se dice en la Ciudad.
Sin embargo, es entre 1925 y 1932, si es que ha de creerse en el valor de las fuentes escritas que en forma de periódicos existen en Barranquilla, cuando Carnaval adquiere corporeidad e identidad, luego de superar y “civilizar” un ritual violento e “incivil” denominado La Conquista.
¿Cómo y por qué ocurrió tal cosa?
En mi trabajo “Buscando a Joselito Carnaval”, exploro desde la perspectiva etnográfica lo que la Doctora Olaris Martínez M hace en “Joselito, rito y carnaval” recurriendo a los métodos e instrumentos de la antroposemiótica.
Contrariando a otros investigadores, ambos concluimos en que la muerte de Joselito, “no es un ritual de cierre” sino otro, un “ritual de paso”(10) y me distancio de ella y de otros en el sentido de que la suya, la del carnaval, ahora Joselito, no es una vida corta. (11) Antes, por el contrario, es una muerte corta y “una larga vida que es un carnaval”.
Joselito permanece 40 días (La Cuaresma), en un estado “limínico” (entre uno y otro mundo), en el vientre de la tierra, esperando el tiempo para cumplir con su misión: continuar en una Fiesta.
Es la idéntica narración del proceso de Jonás que estuvo en el vientre de la ballena, al igual que Jesús en el desierto por el mismo número de días y Moisés y el Pueblo de Israel durante 40 años, todos ellos cumpliendo su Misión.
Cuarenta es el número. Eso, ¿no significa nada?
En el caso de Barranquilla, no hubo un mundo pagano y otro sagrado en oposición.
Llamen ese mundo como quieran llamarlo.
Pero fue uno solo el mundo en el que Jesús y Carnaval, “eran igualmente esperados” por amigos y seguidores que en el entretanto dudaban, querían seguir con sus vidas, pero su promesa los mantenía en vigilia, en espera.
Dolorosa e indefectiblemente, hoy en el 2022 esto ya no es así, ni podrá volver a ser como antes.
Dejó de serlo hace muchos años.
Tantos, que fue posible que nos caláramos el cuento y que aceptáramos como verdad aquello de que en Barranquilla somos “los herederos de las saturnales, de las lupercales” y de otras “tradiciones paganas”.
Unas verdades que nuestros científicos han reproducido de ese universo dicotómico del pensamiento occidental del que, por cierto, reniegan para poder entender las complejidades del universo material, pero al que recurren para entrar, o para no tener que entrar, en el mundo de la experiencia de las “espiritualidades”.
Aunque no es el objeto de este escrito profundizar en sus tesis, es necesario mencionar el aporte invaluable que desde la antropología y de la filosofía de la cultura hizo Fernando Ortíz a la comprensión de estos rituales, de estos universos simbólicos de la tradición y del folclor, “no como de diversión al margen de la vida cotidiana sino como una estética versión de toda la vida en sus momentos trascendentales”.
Allí pueden estar la explicación y la respuesta a la pregunta de cómo esa unidad en la experiencia espiritual entre Carnaval y Cuaresma se fragmentó.
Sin dudarlo, diré que la razón hay que buscarla en los cambios culturales que han transformado la vida cotidiana y el listado de los momentos trascendentales en ella y el papel que ha jugado lo religioso.
La pista creo haberla encontrado en dos momentos de transición en mi vida.
El primero, fue con ocasión del domingo de carnaval en el reinado de Lucy Abuchaibe.
Eran las 4 de la tarde.
El sol caía sobre las persianas traslúcidas del dormitorio de menores que estaba en el segundo piso en el Seminario Conciliar San Luis Beltrán en la Ciudad de Barranquilla acalorando a quienes veníamos de una hora de ejercicios en la piscina. Luis, uno de mis compañeros de curso me dijo:
“Venga pingo. Venga mano, venga a ver al tío”.
Al otro lado de la calle que resultaba visible desde nuestras ventanas, el tío de mi compañero, párroco en una Iglesia en el suroccidente de Barranquilla, con sotana y todo, cerveza en mano, en medio de una polvareda de Maicena, bailaba borracho al son de la “banda raspacanillas” que sus amigos, nuestros vecinos, habían contratado.
“Cierren esas ventanas”, tronó el clérigo pasante encargado de la disciplina conventual que, con gesto de desaprobación, terminó por decir:
¡Eso no les importe a ustedes! Y siguió rezando su rosario.
A los pocos días, paseando por la Ciudad Jardín en una tarde de mediados de marzo del año de 1965, que era la de las fiestas del Purim, saliendo del Club contiguo a la Sinagoga vecina, la borrachera en medio de reinas y disfraces corría por cuenta del Rabino que con los brazos abiertos, puestos sobre el hombro de otros dos hombres vecinos, formaba parte de una de las cuadrillas de varones danzantes que se desplazan en cuadros al son de una música que había escuchado en un LP que le habían traído desde Nueva York al Padre Jesús Otero Largacha.
La carátula decía: “Fiddler on the Roof”, “El Violinista en el Tejado”.
Fue por entonces cuando empecé a pensar en aquellos dos eventos de fiestas con reinas, serpentinas y disfraces en los que hasta los ministros del templo se emborrachaban y lejos de parecerme “normal”, el proceso de laicización creciente me lo hacía ver como reprochable.
En aquellos días, amedrentado por la secularización que se nos mostraba como un demonio, yo no entendía lo de “la cuarta pared” que siempre permanecía abierta para el diálogo con HaShem, de la que nos hablaba el Catequista para explicarnos el contenido de aquella obra musical recién estrenada en Broadway.
Hoy, luego de más de 50 años de pensarlo, las enramadas que armaban en sus fiestas me parecen idénticas en su estructura a la de los Palacios Reales del Paseo Bolívar, a los kioskos de trago, danza y comida que se alinean a lo largo de La Calle de Trocha en los Carnavales de Santiago de Cuba y a los enramados que se armaban en las casas de mis parientes donde organizaban bailes de carnaval.
Pero, ¿qué pasa cuando el universo de lo religioso que antes explicaba la unidad en lo espiritual se debilita, pierde sentido o adquiere unos significados ajenos a sus contenidos originales?
Me aventuro a caracterizar un proceso que es igualmente válido para la Cuaresma de los Católicos como para el Purim de los Judíos.
La nuestra, la Cuaresma, “fue vaciada” de todo el contenido de preparación para la Resurrección.
Ella y la Semana Santa fueron dotadas de nuevos significados de “asueto”, “descanso”, “vacaciones”, “parranda”.
De igual forma los Rabinos en Nueva York y en Tel- Aviv se quejan de la “flumenización” de las Fiestas de Esther, del Purim.
Despojada la Cuaresma de su significación religiosa, podría decirse que el Carnaval rompió con ella porque “Doña Cuaresma dejó de ser lo que era” y con eso pretendía “poder seguir siendo tal cual”.
No. La cosa ha sido peor.
El carnaval sin el referente religioso y Joselito sin su “alter ego”, también “fueron vaciados” de sus contenidos originales y, en un proceso de “transculturación”, hoy se manifiestan en ellos las formas que, en lo “espectacular, la fastuosidad y lo artístico”, expresan estéticamente unos nuevos valores y nuevos momentos trascendentales respecto de la vida, la muerte, la belleza.
¿Bueno o malo?
Esos juicios no me corresponden.
Lo que sí sé es que, ahora, las lógicas del mercado “respecto de lo espiritual”, hacen pasar a través suyo, de su criba, los bienes destinados a los “consumos culturales”.
Consumos que son “modelados” teniendo en cuenta los hábitos, las creencias, la capacidad de gasto y el tamaño del mercado potencial de consumidores.
Quizás por eso el cura de El Rodadero deja que sus feligreses entren en pantaloneta, pareo y chancletas a la Misa del Domingo de Resurrección.
Quizás eso explique por qué en casi cuarenta años, a los Teatros de Barranquilla solo han llegado dos Óperas (Carmen y El Barbero de Sevilla); que hasta el Profesor Assa se viera en calzas prietas para sostener “El Concierto del mes”; que en Barranquilla haya doce teatros y teatrinos y que a la gente le parezca que no hay ninguno.
Quizás sea por eso que hoy, a casi un siglo de su aparición en Barranquilla, “Joselito se va con sus Cenizas”, cuando en otrora los alemanes y los españoles, a pesar de ser las colonias más fuertes en el carnaval de Barranquilla, no pudieron introducir la Quema de la Sardina y el entierro del Difunto Bacchus, que igualmente terminaba en una quema, como rituales de incineración que ponían fin al carnaval. (12)
Quizás por estos desarrollos de las Ciudades y del Sistema Capitalista (13) es por lo que hoy, cuando se le plantea al “operador carnavalero” que por razones sanitarias el aforo de los palcos debe rebajarse a la mitad, este responda diciendo que “las cuentas no me dan”, que al Festival de Danzas Especiales y de Relación solo concurran los artistas y sus familiares “porque esas danzas nunca cambian y no son comerciales” y que, pasada La Batalla de Flores, la concurrencia a los Palcos de la Vía 40 languidezca y que solo el 36% de los barranquilleros participe “de alguna manera” en las fiestas del Carnaval.
Entonces, pregunto: ¿qué de estrambótico tiene que estos Carnavales en Barranquilla, despojados de sus espiritualidades, en un mundo laico en el que hoy se expresan como un espectáculo de luz, color, música, belleza, ingenio, brillo y coreografías, totalmente despojados de sus contenidos primigenios, qué de reprochable tiene que se programen para ser presentados, mostrados, exhibidos a los turistas y espectadores nacionales y extranjeros, en los momentos en los que el mercado lo permita y los hagan rentables para los artistas, para los empresarios y promotores, algunos de los cuales se ocultan bajo el mote de “operadores”? ¿Cuál es el problema?
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[1] BIBLIA, católica. Evangelio según San Mateo Capítulo17: versículo 4
[2] FUENMAYOR, José Félix. Op. Cit.
[3] BLANCO LARA, Marcela. MAESTRE, Patricia. CHAMS, Ricardo. Origen de la frase más célebre del Carnaval de Barranquilla – Alianza Estrategica
[4] CÉSPED, Irma. De la Pelea que ovo Don Carnal con la Quaresma. 41418-1-144204-1-10-20160529 (2).pdf
[5] “Los dos vendrán a ser una sola carne”
[6] GARCIA MARTÍNEZ, Fidel, “El Arcipreste de Don Carnal y Doña Cuaresma” El Arcipreste de Don Carnal y Doña Cuaresma | LA CRÍTICA (lacritica.eu)
[7] NOTA DEL AUTOR. Ha sido una tesis sostenida y aceptada en Barranquilla la de que Joselito moría el Martes del Carnaval y resucitaba el Sábado del Carnaval, para tener “una vida corta”.
[8] NOTA DEL AUTOR. Sus veleidades políticas y su intervención en asuntos relacionados con los responsables del atentado contra el Presidente Rafael Reyes en Barroscolorados, le valieron el destierro y la pérdida de confianza por parte del Régimen Conservador lo mismo que del Liberalismo que lo tuvo como uno de sus más encarnizados y esclarecidos contradictores.
[9] La cuestión barranquillera - Calles y callejones de la vieja Barranquilla (google.com)
[10] MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Olaris. “Joselito, Rito y Carnaval". Caimán Editores. 1ª Edición. Bogotá 2020. Págs. 32- 39
[11] REY SINNING, Edgar. “Joselito Carnaval”. Editorial Caballito de Mar. 2ª Edición. Capítulo III
[12] NOTA DEL AUTOR. Hasta tiempos muy recientes, la cremación era tenida como contraria a las creencias judeocristianas. Obraban en el imaginario la idea de las llamas como castigo y acto el intervenir de manera consciente en el proceso de la naturaleza como pecaminoso y la creencia de que aquello imposibilitaba la resurrección de los cuerpos. Dicho de otra manera: quemar a Joselito era condenarlo a la muerte eterna.
[13] REY SINNING, Edgar. Óp. Cit