“Discordia y progreso”, una mirada histórica a los años más convulsos de Colombia
El historiador Carlos Roberto Pombo Urdaneta lanzó su más reciente libro “Discordia y progreso: la primera mitad del siglo XX en Colombia”, de la editorial Taller de Edición Rocca.
El escritor e historiador Carlos Roberto Pombo Urdaneta, actual presidente de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, es el autor del libro “Discordia y progreso: la primera mitad del siglo XX en Colombia”, publicado por la editorial Taller de Edición Rocca, con prólogo del escritor Juan Esteban Constain.
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A través de 270 páginas, el autor analiza los acontecimientos clave de este periodo convulso que va desde la Guerra de los Mil Días hasta el Frente Nacional.
El siguiente es un fragmento de la obra que ya está disponible en las librerías colombianas.
La Huelga de las Bananeras
Por Carlos Roberto Pombo Urdaneta, historiador.
Tan solo dos meses después de sancionada la «Ley Heroica», estalló en la ciudad de Ciénaga, Magdalena, la Huelga de las Bananeras, a la que ya se ha aludido. Las principales peticiones de los trabajadores eran: la abolición del sistema de contratistas, el aumento general de los salarios, el descanso dominical remunerado y la indemnización por accidente.
Amparados en la nueva ley, los dirigentes de la United Fruit Company endurecieron sus posiciones y finalmente rechazaron el pliego de los trabajadores, cuya negociación se venía realizando con el Sindicato Obrero de las Bananeras, dirigido por Raúl Eduardo Mahecha.
La huelga comenzó el 12 de noviembre de 1928, en toda la región bananera del Magdalena. Contó con la participación de más de veinticinco mil trabajadores de las diferentes plantaciones, que se negaban a cortar la fruta hasta que sus condiciones laborales fueran mejoradas. El problema radicaba en que la empresa multinacional no quería contratar de manera directa a los trabajadores de las plantaciones. Lo que siempre hacía —para evitar el pago de prestaciones laborales— era emplear a través de terceros. Al momento de ser contratado un trabajador, en una de las cláusulas del convenio laboral se estipulaba: «todos los detalles del trabajo serán a cargo del contratista, y ni el contratista ni sus empleados serán trabajadores de la United Fruit Company».
De todas estas artimañas contractuales se valía la multinacional para evadir sus responsabilidades ante la legislación colombiana. Por supuesto, el ámbito de pugnacidad y desconfianza estaba creado, era palpable y sólo era cuestión de tiempo para que se desatara la violencia en un escenario de confrontación totalmente desigual, en el que la empresa multinacional, respaldada por el Gobierno conservador, tenía todas las de ganar.
El gobierno de Abadía Méndez designó al general Carlos Cortés Vargas como jefe de las tropas encargadas de reprimir el alzamiento en las zonas bananeras. El historiador Ricardo Sánchez, en su obra Historia política de la clase obrera, afirma que Cortés Vargas hablaba de la existencia de un soviet en la región y de que no había una huelga sino una insurrección, lo que puede explicar que para el Estado colombiano el problema de la huelga de la United Fruit Company fuera mucho más que una disputa sindical. Era una subversión.
A comienzos de diciembre, el gobernador del departamento había prometido que el día 5 se haría presente en el municipio de Ciénaga, para buscar una solución a las peticiones de los trabajadores, quienes, provenientes de todos los puntos de la zona bananera, se reunieron en la estación del ferrocarril.
Al medio día, los manifestantes recibieron la noticia de que el gobernador no iba a llegar. En señal de protesta, decidieron permanecer en la estación. El general Cortés Vargas ordenó a la tropa —fuertemente armada y que había estado bebiendo toda la tarde— irrumpir en el lugar donde permanecían los trabajadores. Casi de inmediato, como lo relata Mauricio Archila, Cortés Vargas leyó el decreto de estado de sitio y ordenó que en cinco minutos se dispersaran los huelguistas. Estos respondieron con rechiflas y gritos de «abajo al general». La orden del alto militar fue abrir fuego contra los cientos de trabajadores inermes que estaban allí congregados.
En la sesión de la Cámara de Representantes del 6 de septiembre de 1929, la destellante figura en ascenso dentro de la política nacional, el representante Jorge Eliécer Gaitán realizó un vigoroso debate en el que responsabilizó al Gobierno e hizo graves acusaciones acerca de lo sucedido en la noche del 5 de diciembre de 1928:
[…] El señor Cortés Vargas con los de la United, sus amigos, se encerró en el cuartel a emborracharse. El doctor Turbay sabe que un miembro del Ejército que estaba aquella noche en el cuartel, ante él, ante un distinguido diplomático y ante mí, confesó incidentalmente que Cortés Vargas se había presentado borracho y les había dicho que las ametralladoras las manejaban los oficiales y que si los soldados no disparaban los matarían… Luego este hombre, borracho estuvo esperando en el cuartel hasta la una y media de la madrugada del día seis, a que los obreros estuvieran durmiendo… Pero llega en aquella noche con el Ejército y ante una multitud dormida lee el célebre decreto (de estado sitio). Los pocos que estaban despiertos lanzan un grito de: ¡Viva Colombia! Y este hombre inmisericorde y cruel para aquel grito tiene una contestación: ¡Fuego! Empiezan a disparar las ametralladoras, después los fusiles cinco minutos. La tragedia está consumada.
Y para terminar, Gaitán afirmó:
[…] muchas vidas, cientos de vidas caen bajo la metralla asesina. La orden la había dado un hombre ebrio. Pero no basta eso, no se conforma con haber asesinado inocentes; ordena la persecución, bayoneta calada, sobre la multitud vencida, sobre los seres que en el suelo lanzan los ¡ayes! vienen cuadros de horror increíbles.