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A través del Carnaval, la Agencia Colombiana para la Reintegración busca llevar un mensaje de reconciliación al país.
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Hansel Vásquez

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De paramilitar a monocuco, de guerrillero a carnavalero

Para el Carnaval no hay imposibles: en una misma comparsa desfilan víctimas del conflicto y excombatientes que antes eran rivales. Las fiestas los reintegran a la alegría.

¿Cómo se siente una explosión? ¿qué sonido hacen las balas al pasar zumbando? ¿cómo es dormir con la muerte respirando al hombro?, preguntas que nadie debería ser capaz de responder y, sin embargo, muchos colombianos pueden relatar con escalofriante claridad. Para espantar realidades tan negras como las del conflicto armado hacen falta golpes de irrealidad, color, alegría... para espantar a la muerte hace falta Carnaval.

Carnaval es lo que la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) sede Atlántico le ha dado a las víctimas del conflicto armado y a los excombatientes desmovilizados de las Autodefensas y las FARC que se encuentran adscritos a su programa de reinserción a la vida civil.

Un exguerrillero bailando junto a un exparamilitar, una víctima del conflicto abrazada con exmiembros de los grupos que sembraron la mina que le quitó una pierna a su mamá... que nadie diga que hay algo imposible para el Carnaval. 

El grupo lleva cuatro años saliendo en el Carnaval de Barranquilla, gracias al apoyo de la Alcaldía Distrital de Barranquilla y la Gobernación del Atlántico.

"El Carnaval de Barranquilla es paz, es un ejemplo para Colombia y para el mundo, y deja un mensaje claro: que la paz sí es posible, si se dejan atrás los rótulos y se entiende que todos somos colombianos", asegura Andrés Echevarría, coordinador de la ACR en el Atlántico, quien adelanta esta iniciativa desde hace cuatro años.

Este año, además, se han suscrito a la iniciativa las víctimas desplazadas por la violencia que residen en Soledad. Con esto completan un abanico de los distintos rostros que ha dejado la violencia en Colombia y que, en el Carnaval, comienzan a sanar.

De guerrillero a carnavalero: Gabriel Pérez tiene 44 años, nació en Montelibano, Córdoba, pero gran parte de su vida la pasó en Bajirá, un pequeño municipio que se encuentra a medio camino de ser 'paisa' o chocoano, pues ambos departamentos se lo disputaron algún tiempo.

Un día, cuando tenía 35 años, un grupo de guerrilleros llegó a su finca y le dijo lo mismo que le decían a todos los campesinos de la región cuando llegaban a sus casas. "¿Va a colaborar o no va a colaborar?", si respondía que no iba a colaborar los resultados posibles eran pocos: que le quitaran su finca, que tuviera que marcharse del pueblo o que, incluso, le quitaran la vida.

Gabriel Pérez fue miliciano de las Farc, hoy vive en el Atlántico con su esposa que lo acompaña a carnavalear y reconciliarse con el país.

Como no tenía ganas de morirse y no tenía otra forma de sustento más que la finca en la que sembraba platano y aserraba madera, Gabriel se volvió miliciano de la guerrilla. No vivía en el monte, se quedaba en su pueblo y cuando las cosas estaban feas entonces sí lo llamaban para combatir. Le ponían un rifle M-16 en las manos y lo ponían a disparar, a enfrentarse a la muerte por una guerra ajena.

Vio muerte, sintió explosiones recorrerle las entrañas y dañarle la audición, sin embargo, al final se salió de todo eso, pues el Ejército hizo una redada en el pueblo y prefirió entregarse antes que seguir esquivando la muerte. Se llevó a sus dos hijos y a su esposa y, después de un largo proceso de reintegración, terminaron viviendo en el Atlántico, donde buscan la paz.

Nunca en su vida había visto el Carnaval de Barranquilla, solo pudo conocerlo cuando ya se había desmovilizado, gracias a la iniciativa de la ACR. Al describir aquel momento en el que vio por primera vez las carnestolendas, una sonrisa recorre su rostro. "Tanto color, eso fue lo que más me impactó", asegura. Baila al lado de personas que antes habrían querido matarlo. "Ya no importa, ya todo eso quedó atrás".

Su disfraz favorito es el de Garabato, en el que la vida siempre vence a la muerte.

De paramilitar a monocuco: Elver Alfonso Ramos, nació en el sur de Bolívar, en Zambrano. Como a Gabriel, le tocó pelear una guerra ajena porque le dieron a elegir entre eso o la muerte. Gran parte del dolor que ha sufrido este país ha sido obligado.

Asegura que ahora lo único que le interesa es el perdón y poder empezar de nuevo, aunque a veces sea difícil por las condiciones económicas. Sin embargo, durante el Carnaval todo parece más fácil, la tensión de antes parece lejana, una tensión irreal, difícil de imaginar. "Antes tenía que estar pendiente de todo, del más mínimo movimiento, vivías con la muerte respirándote en la nuca...".

Dejó esa realidad en el 2006, cuando se desmovilizó junto al Bloque Héroes del Vichada, durante el proceso de Justicia y Paz que adelantó el anterior Gobierno con los grupos paramilitares. Han sido 10 años largos, retomando una vida normal que, por demasiado tiempo, parecía impensable poder recuperar. "Cualquier ruido me molestaba, vivía pendiente de cualquier cosa en la ciudad, tenía que calmarme".

Elver Alfonso Ramos Ospino, perteneció a las autodefensas, hoy es un monocuco que busca reintegrarse a la vida civil.

El Carnaval lo conoció antes de que la violencia entrara a su vida. Se vino a verlo con su hermano en el año 1986. Desde aquel momento hasta hoy pasarían 20 años, los paramilitares y la muerte. 

Durante su tiempo en las AUC recorrió medio país. Estuvo en Meta, Antioquia, Córdoba, Bolívar, Cesar, Cauca, combatiendo...  tanto disparar y camino recorrido para, al final, encontrar la paz en la esquina del Atlántico, bailando en el Carnaval.

Una víctima y un perdón: Geraldine Salcedo Colón nació en Corozal, Sucre, sin embargo, vive en Soledad, Atlántico, desde hace 7 años. Su traslado no fue una decisión motivada por la búsqueda de un futuro laboral promisorio o mejores oportunidades económicas, se mudó de su pueblo natal porque su mamá no quería que perdiera una pierna.

Su madre pisó una mina antipersonal un día, hace 30 años, mientras viajaba de una vereda a otra. La explosión la dejó con un solo miembros inferior y una enfermedad permanente en la rodilla, a causa del peso extra que tuvo que recargar en la pierna que le quedaba.

Geraldine Salcedo Colón, nació en Corozal, Sucre. Su madre perdió una pierna al pisar una mina antipersonal.

Cuando ocurrió el funesto incidente, Yersi todavía no había nacido, hoy tiene apenas 21 años y es el ejemplo claro de como el conflicto armado colombiano ha marcado el destino incluso de los que todavía no han nacido.

No obstante, vive su vida un paso a la vez, trata de no concentrarse en el pasado, sino en el presente, tiene una carrera técnica en criminalística y sigue estudiando. Su madre nunca supo qué grupo armado sembró la mina que le arrebató la pierna. Paramilitares o guerrilleros, al final eso ya no importa. Importa que a ambos ha sabido perdonarlos.

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