Escena de la película “Gladiador II”.
Escena de la película “Gladiador II”.
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Captura de pantalla.

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De “Delirio”, la serie, a “Gladiador II”: una mirada comparativa

Ridley Scott ha explicado que decidió filmar “Gladiador 2” para complacer a los fanáticos que insistían en ver una segunda parte en razón de saber cómo terminaba la historia de Lucio.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

Los caminos del arte son siempre impredecibles e inconstantes. No siempre todos los autores paren obras maestras. Pero los que son buenos, en cine y literatura,  continúan manteniéndose, con algunas muestras no tan buenas, otras regulares, pero, a pesar de ello, se imponen por sus nombres, mucho más si luchan por mantenerse activos y, con ello, su popularidad y por propia competencia del mercado. En el cine, no hay que ver a Woody Allen, quien a sus 89 años sigue todavía en la brega cinematográfica, con su última película “Golpe de suerte”, de 2023, siendo catalogada como la mejor cinta de él desde “Match point”, del 2005.

O qué no decir de las cintas de Clint Eastwood, quien a sus 95 años sigue filmando y las últimas han aumentado en calidad. Varios ejemplos de ellas: "Sully: hazaña en el Hudson" (2016), que tuvo éxito de taquilla y de crítica, en tanto "Cry Macho" (2021) fue lo contrario, lo cual le trajo malos comentarios, por lo plano de su trabajo en sus resultados.  En el interregno de estos dos últimos films, Eastwood llevó a cabo “La mula” (2018), con críticas mixtas, y buen resultado en las entradas. Mientras, “Richard Jewell” (2019), sobre el poder y el periodismo, mantuvo una aceptación dividida, pues algunos la elogiaron desde la dirección y la actuación, mientras censuraban el guion y la forma de narrarla. Y retomando sus éxitos, "Jurado No. 2” del 2024, fue calificada como su despedida, por el retiro del apoyo de los estudios ante el poco éxito de “Cry macho”. Algunos, sin embargo, la calificaron de obra maestra o pequeña gran obra. 

Tradicionalmente, suele descalificarse las películas de Eastwood por su cierta sensiblería y predicibilidad en la narrativa, pero “Jurado No. 2” retoma el pulso firme de “Río místico” o “Poder absoluto”, penetrando en la conciencia de culpabilidad e inocencia de personajes que representan la sociedad estadounidense y de muchas sociedades. 

¿Y qué decir de la literatura “seria”, cuya combinación con lo popular se acrecienta cada vez más? Vayan y escojan, pues allí los criterios son subjetivos, amplios y muchas veces contradictorios, pero baste decir que Stephen King ha contado con muchos éxitos escriturales de terror (y llevadas exitosamente al cine), como "Carrie", "El resplandor" e "It", entre muchas, aunque también ha desarrollado novelas con críticas en contra combinadas, como "La cúpula". Por otro lado, algunas novelas contemporáneas han recibido críticas mixtas, como la saga "Crepúsculo" de Stephenie Meyer, o "El Código Da Vinci" de Dan Brown. Aunque, también aquí la subjetividad cunde, especialmente cuando son llevadas al cine la serie de los vampiros. Los jóvenes gritan apasionados, los adultos nos burlamos. No me meteré con otros autores, verdaderamente “serios”: son clase aparte. En fin.

Sobre ambas artes, literatura y cine, en este artículo me referiré a la miniserie “Delirio”, basada en la novela de Laura Restrepo, y al resultado de la “segunda parte” de “Gladiador”, “Gladiador 2”, pensando cómo el éxito puede o no guiar a los ángeles de la creación y sus resultados contradictorios.

Serie 'Delirio' de Netflix.

¿Un “Delirio” bien logrado?

La obra literaria de Laura Restrepo ha sido elogiada por sus propuestas, que conjugan perfectamente sus líneas entre la crítica, lo periodístico y el análisis de los problemas sociales, y cuyo trasfondo se pregunta por la identidad de sus personajes y cómo en algunos conjuran la locura y la violencia, el desplazamiento y la emigración. 

En el primer caso, en “Delirio”, se exorcizan la pérdida de la identidad merced a la demencia, por manes de una familia violenta y violentada, contradictoria, disfuncional. O en “La multitud errante” y en “Hot Shot”, donde se cuenta “un camino de muertes, fronteras, encierros, solidaridad y la condena del afuera”. En su propia voz, Restrepo cuenta sobre ambas obras: La primera, con 'La multitud errante', una novela que hice sobre un desplazamiento interno colombiano que ya era enorme, los desplazados de la violencia que venían a engrosar las barriadas paupérrimas de Barrancabermeja. Después vino 'Hot sur'. Más recientemente está 'Canción de antiguos amantes', sobre el desplazamiento masivo en las zonas desérticas de Yemen, Somalia y Etiopía. 

Se trata de cómo la migración también despliega violencias, situaciones de dispersión. O en “Delirio”, cómo el narcotráfico genera fatales consecuencias para las familias y la sociedad colombiana. Estas narraciones representan exploraciones sobre cómo dimanan estos fenómenos que, aparentemente son cerrados, pero que giran hacia otras realidades y países, mostrando cómo las relaciones humanas se inestabilizan, generando muchas tensiones que explotan en contextos históricos y políticos, arrastrando a muchos seres indefensos. 

Desde luego, para una obra relevante como la de Restrepo, los premios no se hicieron esperar: recibió por “Delirio” el Premio Premio Grinzane Cavour, con más importancia literaria, así como el de Alfaguara de Novela, por su efecto en lo económico. De igual manera, le fue otorgado el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por “El ángel de galilea”, o “La novia oscura”; también, el Arzobispo Juan de San Clemente por “Leopardo al sol”. Así mismo, el Prix France Culture, con “Dulce compañía”, y, paralelamente, el Premio San Clemente Rosalía-Abanca de novela española en 2003 y una Beca de la Fundación Guggenheim. 

Con relación a “Delirio”, Laura Restrepo considera que llevarla a otro formato constituyó una representación que conllevó el debate y una manera positiva de retratar el alma del país. Y es que la serie constituye una excelente puesta en escena. La historia se relaciona con un retrato de las diferentes capas sociales y del contexto social y político de Colombia en las décadas de 1980 y 1990. En un primer plano, la historia de la familia Londoño, de clase alta, encabezándola Agustina, quien desarrolla una locura que señalan el resultado de las situaciones genéticas y de las contradicciones de una familia disfuncional, con una madre atosigante y conservadora, Eugenia, y un padre igual, Carlos Vicente, quien, para rematar, no acepta la homosexualidad de su hijo, el “Bichi”, aunque, contradictoriamente a su comportamiento conservador, se hace adúltero con su cuñada, Sofía. 

Escena de la serie "Delirio".

Y, por otro, el “Midas”, el personaje pobre pero inteligente, quien introduce el narcotráfico en la trama y en la familia Londoño, y que permea el inicial poder de Carlos Vicente y de su hijo, Joaco, conformando económicamente aún más sus negocios de ganadero, aunque entrará posteriormente en la decadencia. Con ello se muestra la influencia del poder y el ocaso de la familia de sociedad y en la vida de las personas. Por último, aparece Fernando Aguilar, quien representa al profesor universitario, significando la humanización y el amor abnegado, al acoger a una Agustina abandonada por su familia. 

Novela y serie narran el abandono de los seres humanos y la discordante des-unidad de ciertos personajes de esta familia, quienes revelan los valores del statu quo, aunque, también la pérdida de la realidad (de Agustina, de todos). Por un lado, en el centro de todo, la ambición, el pensamiento neoconservador; y, por el otro, las preocupaciones de Aguilar y de la tía por una Agustina casi siempre cuestionando la sociedad, pero, al tiempo, desvariando, lo que señala cómo la realidad exterior afecta la vida interior de los personajes. 

Quizá los tres primeros capítulos, narrados, en mucho, desde el exterior, por fuera del comportamiento de los personajes por los directores Julio Jorquera y Rafael Martínez, no dan muestra de una narrativa eficiente, aparentemente, aunque nos muestran la infancia de los niños y el comportamiento del presente como adultos. Pero todo ello cobra mayor sentido a partir del cuarto capítulo, cuando la narración se introduce en las mentes de Agustina, de la madre y la de su tía, Sofía, a través de los flashbacks. Existe allí una estratagema que consiste en que, al situarnos en el pasado de estos personajes de la familia Londoño y de Eugenia, esposa de Juan Vicente, y de su hermana Sofía, nos sumergimos en un tiempo oscuro, ominoso, cuyos ecos esconden comportamientos críticos, desviados: somos fruto de nuestros padres y abuelos que obliteraron, escondieron y conservatizaron los comportamientos. Ello muestra una sociedad colombiana que tuerce sus ramas desde la infancia, de generación en generación.  

Desde la esfera social e histórica, el “Midas” McAllister y su compañero de estudios, Joaquín Londoño, ejercen el poder del narcotráfico desde sus primeras fases, hasta convertirse en unos capos que, a pesar de todo, dependen de otros, quienes llegarán a extorsionarlos. Es el complemento de la caída no solo sicológica de la familia, desde Agustina hasta su madre. Son partes suplementarias: todos deben caer, menos los personajes que salvan: Sofía y Fernando Aguilar: son las partes optimistas de esta historia: constituyen las partes humanizadas, en conjunto con la protesta y rebeldía de Agustina.

Una parte relevante de la serie es el tratamiento que se le da a los flashbakcs: constituyen la información relevante, los datos precisos. Si el guion es preciosista, fuerte, dinámico, los viajes al pasado nos dan mayor información: Eugenia es extremista (o mejor, muy independiente), merced a su madre; Sofía es libertaria, gracias a su padre. Pero también, significan notas y datos aclaratorios que, cuando se repiten, conllevan informaciones y nuevas aproximaciones, que sirven de explicaciones a situaciones que habían dejado un vacío, contribuyendo a hacer reajustes a la historia. Uno de estos flashbacks nos muestra que el abuelo de la familia, el abuelo de Agustina, era homosexual, que se suicidó, y que Eugenia hizo ver que había viajado a Estados Unidos. Ello consolida otro fenómeno más de la familia: el ocultamiento, la mentira.

Reiteramos también que, a partir de este arte del birlibirloque cinematográfico, la serie redunda en introducirnos en momentos brillantes con relación al tratamiento sutilmente lóbrego gracias a cómo se muestra la mente pesadillesca y desvariada de Agustina. Ella nos transmite el don del horror de lo interno de su ser, así como las contradicciones sociales reflejadas por su familia, las cuales repiten, como en Borges, universos paralelos: el homosexualismo del abuelo, reiterado en el Bichi, su hermano menor. O las mentiras de Paulina, reflejadas en su hijo narcotraficante, llevando una doble vida. Son la familia de las máscaras, las dualidades y las contradicciones. Igual que la primera generación, la familia del presente de los Londoño, convocan los engaños y los silencios. Así mismo, la serie (y la novela) lo que muestra son las dualidades de la propia sociedad a través de las relaciones de los personajes: muchas veces no vemos lo evidente, porque la sociedad lo oculta, como la violencia o la corrupción, así como la ceguera ante la inclemencia constante de estos fenómenos, que nos pasan por encima, atropellándonos. 

En el caso de Agustina, las relaciones familiares escleróticas y una sociedad que no la ve ni la acepta, la lleva a cruzar primero la razón, su modo de pensar y sentimientos, para luego a cruzar la línea del delirio, de la locura. Razón y sinrazón se amalgaman, así como mentira y verdad. Detrás se encuentra, para estas transformaciones, una sociedad que impone sus lineamientos excluyentes  a sus ciudadanos y los olvida, los desdeña, ante lo cual las personas hacen aflorar sus desdenes, odios, sus querencias y malquerencias medidas y desmedidas. Dentro del mismo círculo familiar, estas situaciones resurgen con más poder, pues se reconcentran con padres ambiciosos y conservadores.

Existe, por otra parte, en este proyecto visual, un paralelismo dinámico como el que  mantiene la novela: a la palabra dinámica de McAllister, mostrando la exterioridad de la sociedad, se contrapone el lenguaje íntimo, detallado, de Agustina, cuyos tintes angustiosos revelan su mente, muchas veces perdida, muchas veces lúcida. Como estamos muchos en nuestra sociedad.

De “Gladiador” al “Gladiador 2”

Escena de la película “Gladiador II”.

En otro aspecto, las películas de Ridley Scott son igual de reconocidas, algunas, como “clásicos”: “Los duelistas”, “Alien”, el "octavo pasajero”, “Blade Runner”, comerciales, como “Thelma y Louise”, “Gladiador”, “La caída del halcón negro”, “Gangster americano”, “Red de mentiras”, “Napoleón”, entre otras, y, nuestra comentada, “Gladiador 2”.

¿Qué sucede cuando un autor o un director decide realizar una continuación en su segunda parte, realizar una franquicia o una saga? ¿El éxito o el fracaso? ¿A medias? Ya se sabe de J. R. Rowling y Harry Potter, de J. R. Tolkien y “El señor de los anillos” o "Canción de hielo y fuego" de George R.R. Martin, que llevan la bandera en literatura como en cine. Y en cine, solo mencionaré las “Matrix”, “Crepúsculos” o George Miller con sus “Mad Max” y “Furiosa: una saga de Mad Max”, y, por último, M. Night Shyamalan con su “El protegido”, “Múltiple” y “Glass”. No quiero mencionar más, porque de que las hay, lo sabemos, las hay.

Ridley Scott ha explicado que decidió filmar “Gladiador 2” para complacer a los fanáticos que insistían en ver una segunda parte en razón de saber cómo terminaba la historia de Lucio, a quien su madre, Lucila, había hecho escapar ante la segura persecución de su tío Cómodo, ahora emperador y tirano, en la “Gladiador” original, de 25 años atrás.  Se agrega, además, otra razón para esta segunda parte: la pasión del director británico por las historias de época, como se ejemplifica por la realización de su película “Napoleón”. Aclaremos y recordemos que Cómodo fue emperador, en razón de heredar el poder que su padre “le autorizó” (tras matarlo) como beneficiario, pero se convirtió en un tirano. Ser emperador supone legitimidad. Pero se constituyó en un tirano, al ejercer el poder de manera desmedida, mediante opresión y burlando las leyes establecidas y aplastando a sus súbditos. 

Si apelamos a la crítica, “Gladiador” recibió muy buenos conceptos, no solo por su trama, el guion, la dirección, la música y la puesta en escena, así como por su manera de  representar un nuevo modo de contar lo épico, de manera más moderna. Consiguió, además, ser comparada con la original “Ben Hur” y a recibir el concepto de “obra maestra” por algunos críticos, aunque horrorosa para otros. Significó no solo un hito comercial, sino cultural, como “Blade Runner”, o “Alien, el octavo pasajero”, del mismo director, por cuanto dictaron nuevos modelos para estos géneros cinematográficos y, por qué no, posteriormente, para el televisivo.

Luego de terminar de ver “Gladiador 2”, me surgieron varias preguntas: ¿Qué lleva a los directores y productores a llevar a cabo sus franquicias? ¿Ambición? ¿Popularidad? Sobre “Gladiador” tenía muchos recuerdos, lo cual me llevó a mirarla de nuevo. En ella, un emperador, Marco Aurelio (Oliver Reed), designa a uno de sus generales, Máximo (Russell Crowe), para que lo sustituya en Roma, donde podrá entregarle y devolver el poder al Senado, dejando por fuera las ambiciones políticas de su hijo, Cómodo (Joaquín Phoenix), quien ambiciona continuar con una política de desprecio hacia este ente ejecutivo y contra la gente, pero ampliando su poderío allende las fronteras. Al final, la hija de Marco Aurelio, Lucila, envía al extranjero a su hijo Lucio, para evitar cualquier asesinato por parte de su hermano, Cómodo. 

Lo que hizo relevante los aportes de “Gladiador” al cine fue revelar elementos como el honor, el liderazgo, la fuerza, y encarnar el poder de la resiliencia (como se la llama ahora a la capacidad de adaptarse a los estados difíciles e imponérseles). También reabrió el poder de las grandes producciones, el desarrollo de la brutalidad (como se vería más adelante en “El señor de los anillos” o en “Juegos de tronos”) y el diseño de producción, con trajes y uniformes bien recreados, y, además, con sus altas dosis de realismo. Cinematográficamente, Ridley Scott, con sus tres guionistas de esa historia, ejemplifica una síntesis histórica de lo mismo con lo otro. Como dice un resumen su libro sobre Antony Mann, escrito por Fernando Alonso Barahona: “El nuevo emperador se corrompe, esquilma a las provincias y desangra los baluartes morales del Imperio. Los bárbaros se revelan de nuevo, el Senado degenera hasta límites insospechados, las legiones se dividen... Livio intenta mantener la unidad del ejército, pero la ambición y la maldad han comenzado a corromper las raíces del espíritu romano”.

Pero lo que allí importa es cómo narra Scott la historia: con mesura, con tranquilidad, bajo una gran unidad de la trama, sin concesiones al melodrama y bajo una puesta cinematográfica elegante, entendida con elementos fotográficos y puesta en escena donde la cámara lenta destaca el poder de la memoria y el amor, o en aquellas escenas donde el poder de la gloria eleva al héroe en su gran aventura, en el coliseo romano. Así, también se quiere amplificar el impacto visual y emocional de escenas de batalla y momentos clave, creando una sensación de dramatismo y magnificencia, potenciando la experiencia cinematográfica, a través del énfasis en la acción para generar más emociones y crear un mayor impacto psicológico de la historia. 

¿Qué sucede con “Gladiador 2”? Allí hay un gran bajón narrativo, de trama, en un guion algo o muy caricaturesco, así como en lo cinematográfico. Se conecta con “Gladiador” porque la historia comienza dieciséis años después de la muerte de Marco Aurelio, y su nieto, Lucio Vero (Paul Mescal) vive con su esposa Arishat (Yuval Gonen), refugiado  en Numidia, llamado ahora Hanno. Ella muere asesinada por orden de Acacio, durante una invasión a la ciudad por parte del ejército romano, dirigido por el general Marco Acacio (Pedro Pascal). Derrotado el ejército numidio, Lucio es esclavizado e incluido como gladiador en tierras africanas, y, después, tras muchas peripecias,  llega finalmente a Roma, donde es comprado por Macrino, un traficante de armas, quien lo utilizará para pelear contra Acacio y luego enfrentarlo, de alguna manera, a los nuevos, corruptos y odiados malos emperadores, los gemelos Geta (Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechinger). Estos seres representan lo más bufo de la película, y dan cuenta, también, a personajes sumamente iguales en sus apariencias y comportamientos, como los senadores.

Como en “Gladiador”, en esta segunda parte cursa la intriga por apoderarse del trono de los gemelos por parte de Macrino, encarnada en una ambición del poder sin trasfondo político ni ideológico, observándose como un ser, antes que nada, vulgar. También, Acacio y Lucila quieren el poder, pero para continuar el objetivo de su padre: volver a Roma un emporio más político, más racionalmente político, y volverlo más igualitario, apoyado por algunos senadores y las tropas de Acacio, acantonadas en las fronteras. 

Quiero destacar algo: “Gladiador” tiene muchos visos y desarrollos artísticos, mientras que “Gladiador 2” resulta ser narrada con eficiencia (Aquí, quiero, por primera y última vez, utilizar la inteligencia artificial, para adoptar dos conceptos, aplicándoselos a cada una de las cintas comentadas). 

En el caso de “Gladiador 2”, esta es eficiente, que quiere decir, refiriéndose “a cómo una película cuenta su historia de manera efectiva, utilizando todos los elementos audiovisuales para crear una experiencia cautivadora y comprensible para el espectador. Implica la combinación de una buena historia, una dirección hábil, actuaciones convincentes y técnicas visuales que apoyen y refuercen el mensaje deseado”. Por otra parte, para “Gladiador”, acudo a la misma IA, que nos dice sobre una narración cinematográfica artística: “prioriza la visión creativa y estética del director por encima de las convenciones comerciales del cine tradicional. Se caracteriza por su enfoque en temas complejos, personajes profundos, y una exploración de la condición humana, utilizando el lenguaje cinematográfico de manera innovadora y personal”

Expliquemos un poco: “Gladiador” desarrolla un guion terso, bien llevado, sin patetismos, una historia centrada solo en la recuperación de Máximo para, de alguna forma, redimirse a sí mismo y procurar cumplirle la palabra de restituir el poder al Senado solicitado por su padre putativo, Marco Aurelio, solo que Cómodo representa el poder corrupto e ilegítimo y de largos brazos que transgrede y compra cualquier persona e infecta cualquier situación. El Ridley Scott de esta película apeló a una excelente fotografía, al uso de los flashbacks, a saltos al pasado, de manera adecuada y a utilizar la cámara lenta de manera lírica, poética, con esas escenas donde la muerte se advierte y se conjuga con la mano que mece las espigas de trigo, mostrada varias veces a modo de entrar al cielo romano del otro lado, donde lo esperan su esposa y su hijo, mandados a asesinar por Cómodo. “Gladiador”, entonces, relata de una venganza.

No obstante, donde la sobriedad del ejemplo se ejecuta en “Gladiador”, en “Gladiador 2” la narración eficiente se disfraza de varias luchas por el poder, con unos personajes en los que afloran lo caricaturesco y la vulgaridad (acaso como la vida misma, pero acá se encuentran más destacados: no hay más que mirar por dentro Colombia y el Congreso). Digamos que el guion es ambicioso y esos mismos personajes que quieren el poder buscan salirse de sí mismos para ser representados en una farsa. Y quizá, en mucho, lo que diferencia las dos cintas es el tono: la epicidad y el realismo de “Gladiador” es grandilocuente, conseguida mediante una puesta en escena poderosa y racionalizada, pues cada enfrentamiento va en aumento, sin rebusques. Control y poder dialogan, así como una historia con mucha unidad. 

Escena de la película “Gladiador II”.

En tanto, en “Gladiador 2” la lucha por el poder torna el film bajo un tono de un maquiavelismo mal llevado por los hermanos gemelos, aunque recuperado por el personaje de Macrino, llevado a cabo por Denzel Washington, con mucha probidad e histrionismo. Hay muchas escenas y situaciones predecibles e inexplicables (dentro de una lógica más lógica) como la captura de Lucila y Acacio por las tropas de los emperadores, bajo el espionaje de Macrino. O cómo ella misma logra penetrar a la celda de su hijo Lucio, como Lucila en su casa. O también: la muestra extraña del rechazo inicial de Acacio a su madre, Lucila, cuando le explica que lo mandó a huir para resguardarlo de Cómodo, y las subsiguientes situaciones melodramáticas, cuando, sorpresivamente, acepta a Lucila como su madre. Aunque, destaquemos que en “Gladiador 2” se presentan más combates y luchas, pero en reemplazo del guion de mayor profundidad de “Gladiador”.

Ahora, con relación al manejo de los trucos cinematográfico y los computadores, la primera película no tuvo mayores situaciones negativas, pero esta segunda versión permite que se observen con claridad el efecto de los efectos especiales, donde el manejo de los colores y los contrastes en las escenas de mar y guerra no son tan fluidos. Como sucede igual, en la participación de los barcos, cuyos contrastes de luces y colores se hacen evidentes, como si no hubiera una buena revisión y edición de ellos. Una mejor ejemplificación de ello es la lucha de los gladiadores en el primer enfrentamiento contra los babuinos en la arena o en el coliseo romano, donde se observan claramente los efectos especiales.

Ahora, no todo es malo: la escenificación de los combates en “Gladiador 2”, cuando el ejército romano invade Numidia, constituye una puesta en escena muy relevante. Las actuaciones son también destacables. Pero algo último más: ambas películas están estructuradas de manera similar: enfrentamientos iniciales de ambos protagonistas como personajes desconocidos (y desaparecidos de su círculo reconocido), luego, a mitad de la  película, empieza el apoyo de las multitudes, y, finalmente, una lucha final, donde, en la primera película muere Máximo, mientras que en la segunda, su hijo gana a todos sus antagonistas. Se espera, entonces, una tercera parte. ¿Será mejor que la segunda, al menos?

***

 He querido extrapolar, comparar, dos géneros y formas de expresión que aparentemente no se parecen. Pero he querido meter el dedo en la llaga en lo referente al trabajo en que los equipos creativos y productores llegan a conjugar, en el caso de “Delirio”, de modo mancomunado, en pleno oficio de creatividad, diciéndose: hagamos lo mejor posible para convertir una novela que celebra el lenguaje y la trama de modo diferente: de lo literario a lo visual, aunque, obviamente, con lo argumentativo, para retratar a la sociedad colombiana y, de alguna forma, latinoamericana, y, ¿por qué no, de muchas zonas del mundo? Lo cual fue logrado al 100%.

Y, por el otro, el de dar cuenta de una franquicia, la de “Gladiador 2”, la cual constituye una cinta que tiene sus pros y sus contras, sus satisfacciones y sus encrucijadas. ¿Cómo trabajaron esos equipos para dar con esos resultados ambiguos? Como todo arte, se encuentra en  este film la compensación y el del infortunio; el de la contradicción de una industria cinematográfica que eleva su canto a la gloria y a su caída también.

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