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Elecciones y la envidia

Análisis del panorama político.

Por Juan Carlos Botero

Hace unos años en un evento organizado por la fundación Buen Gobierno de Juan Manuel Santos, varias personas tuvimos la oportunidad de escuchar al pensador norteamericano Michael Novak, para que nos diera su opinión sobre Colombia y nos dijera cuáles eran los principales problemas del país y qué proponía él para solucionarlos. Para todos su diagnóstico fue inesperado: uno de los mayores problemas de Colombia, afirmó, es la envidia.

Recuerdo que los asistentes sonreímos a medias e intercambiamos miradas de personas curtidas, ya toreadas en esas plazas, y pensamos que esa era la forma clásica de romper el hielo en público, iniciando la charla con un chiste o una gracia para distensionar los ánimos. Sin embargo, la cara hermética del filósofo y la falta de una sonrisa cómplice nos despistó a todos, y más cuando prosiguió imperturbable: A lo mejor ustedes piensan que se trata de una broma, pero no lo es. Y tampoco es un fenómeno individual, sino colectivo, agregó. Es decir, Novak no se refería a que en el país existen algunas cuantas personas envidiosas, gente que sufre con el bien ajeno y no soporta que triunfe el vecino. No se trata de eso.

El problema es más serio y más complejo. Hay países cuya cultura está basada en un sentimiento particular, explicó, como puede ser el odio, el miedo, la envidia o la competitividad. Y dio ejemplos concretos de cada caso. Rusia, por ejemplo, tiene una cultura nacional basada en el odio, lo cual es negativo desde muchos puntos de vista, pero a la vez es una actitud, paradójicamente, que incita al desarrollo: con tal de triunfar sobre el vecino, la persona hace, produce, inventa o trabaja. Y gran parte del crecimiento colectivo depende de esa motivación cultural, la cual termina despertando y espoleando el progreso.

En cambio, señaló Novak, con la envidia sucede lo contrario. Este sentimiento, en vez de fomentar la competencia, generar riqueza o inspirar al triunfo, estanca el crecimiento nacional. A menudo la motivación de la persona no es tanto sobresalir por encima de los demás sino impedir, ante todo, que los demás sobresalgan. Y esa actitud lastra, frena e impide que la sociedad marche, crezca o produzca.

Las secuelas son dramáticas: imposibilitan el desarrollo, embotellan el progreso y tornan mal vista la superación. A tal extremo llega este problema en Colombia que, con frecuencia, parecería que estuviera prohibido triunfar en el país, porque si alguien tiene éxito o merece algún aplauso, de inmediato se activa la maquinaria de la envidia y se pone en marcha el engranaje de los rumores que cuestionan ese triunfo, restándole validez y haciendo que éste se le devuelva a la persona.

Entonces el mensaje que se extiende en la sociedad es que triunfar es indeseable, por los costos personales que, tarde o temprano, se generan. Lo dijo antes La Rochefoucauld: “El mal que hacemos genera menos odio y persecución sobre nosotros que nuestras buenas cualidades”.

En estos tiempos de contienda electoral, ojalá que este sentimiento no se apodere de la comunidad ni determine el resultado de las elecciones. Varios candidatos ya están siendo fustigados sin piedad por ello, y sería una tristeza que los mejores se quedaran en el camino por culpa de la envidia.

*Tomado de El Espectador

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