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EFE

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'Ganar una guerra no es destruir pueblos. El sionismo mostró el rostro'

Análisis sobre el acuerdo de paz entre Israel y Hamás.

Por Ricardo Mohrez Muvdi
Presidente de la Unión Palestina de América Latina -UPAL

Israel celebra haber ganado.

Habla de victorias estratégicas, de enemigos derrotados, de seguridad garantizada. Pero lo que el mundo ha visto durante estos dos años no ha sido una guerra entre ejércitos, sino una masacre contra un pueblo indefenso.

Hablan de “sobrevivir”, cuando en realidad lo que hacen es ocupar, desplazar y destruir.

Los sionistas, representados hoy en su forma más descarnada por el gobierno israelí, confunden supervivencia con dominación. Creen que la fortaleza se mide en toneladas de bombas lanzadas sobre niños, en ciudades convertidas en polvo, en hospitales arrasados.

Pero ninguna nación puede proclamarse victoriosa cuando su triunfo se construye sobre los cadáveres de inocentes.

La destrucción en Gaza.

Dicen que “ganaron la guerra de verdad” aunque perdieron la de imagen. Pero ¿qué imagen puede limpiar los ríos de sangre que recorren Gaza? ¿Qué discurso puede justificar los 40.000 muertos, las familias borradas del registro civil, las generaciones mutiladas por el fuego?

Ningún argumento militar puede ocultar la evidencia de un genocidio transmitido en directo, ni el hecho de que el mundo entero fue testigo del horror.

Hablan de destruir el “anillo de fuego” de Irán, Siria, Hezbolá y Hamás.

Pero lo que realmente destruyeron fue la última ilusión de moralidad que alguna vez intentaron sostener.

El asesinato de Nasrallah, los bombardeos en Damasco, los ataques en Yemen o Teherán no son triunfos: son síntomas de una desesperación política y moral.

Israel no está rodeado: se está aislando a sí mismo.

Mientras proclaman su victoria, el pueblo palestino sigue resistiendo.

Y aunque Gaza esté en ruinas, de sus escombros se levanta una verdad que ni la propaganda ni los algoritmos pueden enterrar: la fuerza de la resistencia no radica en su armamento, sino en su causa.

Una causa que sigue viva porque es justa.

Israel podrá seguir fabricando relatos de “éxito” y “seguridad”, pero el juicio de la historia es implacable.

Ningún imperio sobrevive cuando su poder se construye sobre la mentira y el sufrimiento.

La destrucción en Gaza.

Los mismos que hoy se felicitan por haber “ganado” son los que mañana serán recordados como responsables de una de las mayores tragedias de la humanidad moderna.

La historia no la escriben los vencedores militares, sino los pueblos que no se rinden.

Y Palestina no se ha rendido.

Porque la verdadera victoria no es sobrevivir destruyendo, sino seguir luchando por la vida, la justicia y la libertad.

El sionismo, representado por el Estado de Israel, ha vuelto a mostrar ante el mundo su verdadera naturaleza. Durante décadas, intentó disfrazar su proyecto colonial detrás de discursos de “seguridad”, “autodefensa” y “lucha contra el terrorismo”. Sin embargo, las imágenes provenientes de Gaza, las voces de los sobrevivientes y la evidencia de los crímenes cometidos han derrumbado ese relato.

El mundo ha sido testigo de lo que en realidad es: una ideología de ocupación, despojo y exterminio.

El tratado de Donald Trump y Netanyahu 

El llamado tratado de paz impulsado por Donald Trump no representa un paso hacia la justicia ni una oportunidad para la reconciliación. Es un intento desesperado por lavar la imagen del Estado ocupante, por rescatar en algo la credibilidad de un sistema que ha perdido toda legitimidad moral.

No busca la paz, sino prolongar el control colonial sobre un pueblo que resiste desde hace más de setenta y siete años.

Trump presenta su plan como una “victoria diplomática”, pero en realidad es una rendición de principios. Una paz sin justicia no es más que una pausa impuesta por la fuerza, una manipulación política para encubrir el fracaso militar y ético de Israel.

El pueblo palestino no fue consultado, ni se le reconocen sus derechos históricos. La ocupación continúa, el bloqueo persiste y los crímenes siguen impunes.

Mientras algunos países árabes y musulmanes se suman a la firma de este acuerdo, la conciencia de los pueblos libres se rebela. Porque no se puede firmar la paz con quienes destruyen hospitales, asesinan niños y profanan la tierra de los profetas.

El silencio de ciertos gobiernos no representa el sentir de sus pueblos. Las calles árabes, latinoamericanas y europeas siguen clamando por justicia para Palestina.

El Líbano y Siria, pueblos que también han sufrido las agresiones del sionismo, conocen bien su verdadero rostro. Han resistido invasiones, bombardeos y sanciones impuestas por el mismo sistema que hoy pretende ofrecer “paz” a Gaza.

Sin justicia no hay paz 

Desde el sur del Líbano hasta los Altos del Golán, la memoria de la resistencia sigue viva. Ellos también saben que sin justicia no hay paz, y que la dignidad no se negocia.

Israel podrá comprar armas, propaganda y complicidades, pero no podrá comprar la verdad.

El sionismo se ha desenmascarado. Hoy el mundo sabe que detrás de su aparente fortaleza hay miedo; detrás de su poderío militar, una profunda derrota moral.

La historia no perdona las injusticias eternas. Y aunque intenten borrar el nombre de Palestina de los mapas, jamás podrán borrar su presencia en el corazón de la humanidad.

El sionismo mostró su verdadero rostro

Y frente a ese rostro, Gaza, Palestina, Líbano y Siria siguen siendo los pilares de la dignidad árabe.

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