El hartazgo global
Son ciudadanos decepcionados de los sistemas que rigen sus vidas, especialmente los jóvenes.
Sin líderes ni jerarquías, sin hoja de ruta y de forma espontánea, millones de jóvenes, estudiantes, mujeres, indígenas y trabajadores han protagonizado este año protestas masivas en una veintena de países, desde Hong Kong hasta Chile, a veces como auténticas guerrillas urbanas, que amenazan con seguir desestabilizando gobiernos en 2020
Injusticia social, falta de oportunidades y de democracia, desigualdad o corrupción son los motores de una revuelta global, con la emergencia climática y la revolución feminista de fondo, que ha levantado a las sociedades de Asia, Oriente Medio, África, Europa y Latinoamérica.
Los motivos son muy diversos y los gobiernos a los que han cuestionado también: desde regímenes autoritarios hasta democracias liberales y sistemas capitalistas; en países pobres y ricos.
En todos los casos, el estallido lo provocó un hecho concreto: una ley de extradición en Hong Kong, un impuesto al uso de WhatsApp en Líbano, una ecotasa al transporte en Francia, una retirada del subsidio al combustible en Ecuador, una subida de precio del Metro en Chile, la corrupción en Irak, el despotismo en Argelia. Fueron las gotas que colmaron un vaso a punto de rebosar.
El denominador común es el hartazgo de unos ciudadanos decepcionados de los sistemas que rigen sus vidas, especialmente los jóvenes, que no ven un futuro con oportunidades, y las mujeres, que han reventado por la desigualdad y la violencia machista.
“Los movimientos de protesta masiva son una señal de que un sistema político es incapaz de satisfacer las demandas sociales bajo el modelo político y económico actual”, revela a Efe Lucía López Esquivelzeta, consultora del observatorio Control Risk, con sede en Londres.
Si bien esta ola de protestas va a tener un “impacto negativo” en las economías, “el mayor riesgo es la pérdida de legitimidad de los sistemas existentes”, advierte.
“Esto confirma a gritos la urgencia de buscar soluciones estructurales a largo plazo”, pues “los movimientos masivos de protesta social evidencian la demanda de nuevos modelos económicos y políticos”, que van a implicar “nuevos ganadores y perdedores”.
Todo empezó en Seattle
Una investigación de la Universidad de Columbia y la Fundación Friedircht-Ebert-Stiftung, publicada en 2014, tres años después de la Primavera Árabe y los movimientos Occupy Wall Street y 15M, advertía de que los ciudadanos cada vez protestan más y que esa actividad ya no está relacionada con los países avanzados, sino que se expande como la pólvora entre las naciones más pobres e históricamente calladas.
Y las razones que se alegaban entonces son las mismas que han sacado a millones de personas a las calles en 2019, bajo la convicción de que los sistemas que rigen sus vidas han fracasado.
Es necesario retroceder a 1999, hace ahora 20 años, para entender cómo se forjó el movimiento “antiglobalización” que impidió, por primera vez, que no se ejecutara una iniciativa que iba a marcar el rumbo de la humanidad.
Fue en Seattle, cuando la Ronda del Milenio de la OMC se disponía a dar rienda suelta a la liberalización mundial del comercio, pero la cita se canceló porque más de 50.000 personas retaron a las fuerzas de seguridad y rodearon el edificio donde se iba a celebrar, impidiendo el acceso a los funcionarios. Desde entonces, no ha cesado la lucha contra el neoliberalismo económico, pero tampoco se ha logrado detener.
Como en Seattle, las protestas actuales han llevado a que algunos gobiernos dieran marcha atrás en las medidas que desataron la ira. Ha ocurrido en Hong Kong, Ecuador o Chile, mientras que en Líbano e Irak han llegado a dimitir sus respectivos primeros ministros. Pero no ha sido suficiente, la gente sigue en las calles.
Latinoamérica, paradigma de la desigualdad
Uno de los factores que ha desencadenado el caos en Latinoamérica es “el estancamiento económico que comenzó en 2013, tras el desplome de los precios de las materias primas y con ello de las exportaciones, lo que ha puesto en peligro el nuevo estatus logrado por los 50 millones de latinoamericanos que habían ascendido a las clases medias en los diez años anteriores”, explica a Efe Iván Briscoe, director para esta región de Crisis Group.
En ese escenario, algunos “han hecho uso de sus privilegios o han aprovechado la corrupción para seguir prosperando”, agrega el experto, al matizar que ello “alimenta un profundo resentimiento” entre la ciudadanía.
Durante esa “década dorada”, los gobernantes no fueron capaces de repartir la riqueza que se generó, pues si bien se redujo la pobreza, Latinoamérica sigue siendo la región más desigual del mundo, según la Cepal, en cuyo último informe indica que el 76,8% de los latinoamericanos pertenecen a estratos de ingresos bajos o medios-bajos, mientras que el 3% se sitúa en las clases altas.
La riqueza no se repartió durante el “boom”
Represión, estética y desinformación. Un denominador común es la represión brutal por parte de las fuerzas de seguridad y la violación a los derechos humanos durante las protestas. El caso más sangriento es Irak, donde se contabilizan desde el 1 de octubre unos 500 muertos, muchos por disparos de francotiradores, y 20.000 heridos.
Las imágenes de cargas policiales contra hongkonenses, libaneses, ecuatorianos, colombianos, bolivianos o haitianos han conmovido al mundo, como también las denuncias de violaciones sexuales en comisarías.
Sólo en Chile, hay 24 muertos y más de 3.000 heridos, de ellos 340 con lesiones oculares o pérdida de visión por el impacto de munición. El Instituto Nacional de Derechos Humanos ha denunciado 192 casos de violencia sexual, 505 de torturas y 787 de excesivo uso de la fuerza. Desde el 19 de noviembre, las fuerzas de seguridad chilenas ha efectuado más de 35.000 detenciones.
Y, en Colombia, donde la manifestaciones pacíficas siguen siendo masivas, el joven Dylan Cruz murió de un disparo en la cabeza en plena calle. Su muerte ha sido viral.
Así la cosas, Latinoamérica ha revivido el temor de los tiempos duros de las dictaduras. En Chile los “pacos”, como se conoce popularmente a los carabineros, son un déjà vu del régimen de Pinochet; y en Bolivia, con una larga tradición golpista, las botas militares volvieron a pisar las calles tras 14 años de prosperidad.
Rostros tapados, máscaras de Joker, chalecos amarillos, vestimenta negra, ojos cubiertos… forman parte de una estética que ha definido las revueltas callejeras. Ocultar el rostro ha obedecido en ocasiones a no ser identificados por temor a represalias, pero también a llamar la atención sobre los jóvenes que están quedando tuertos.
“Las grandes corporaciones mediáticas ya no tienen el control absoluto sobre lo que interesa”, afirma a Efe la doctora en Ciencias de la Información y profesora de la Universidad Carlos III de Madrid Clara Sáinz de Baranda, en alusión al nuevo paradigma social.
Las redes sociales han movido a los ciudadanos y han contribuido a convocatorias masivas, pero también a la difusión de noticias falsas y bulos, e incluso han inducido al pánico.
Eso ocurrió en Colombia, cuando tras el paro nacional del 21 de noviembre, el Gobierno decretó un toque de queda en Bogotá. Lo denunció el senador Roy Barreras, quien pidió una investigación para determinar si fuerzas contrarias a la huelga habían alborotado el gallinero.
“El nuevo modelo comunicativo es una oportunidad para cambiar la hegemonía de los discursos y representaciones tradicionales, pero si no cambiamos la educación se perpetuarán muchos de los errores que la humanidad tiene normalizados”, avisa Sáinz de Baranda, convencida de que “mientras Internet no sea accesible por igual a todo el mundo, los estereotipos étnicos, religiosos o de género van a prevalecer”.
Emergencia climática y revolución feminista cierran el círculo
Tras una sucesión de multitudinarias manifestaciones pacíficas para exigir a los gobiernos y las empresas que impongan medidas contra el cambio climático, una gran marcha en Madrid durante la Cumbre del Clima (COP25), encabezada por Greta Thunberg, reclamó el fin del modelo depredador y consumista que está destruyendo el planeta.
La investigadora de Control Risk lo tiene claro: “no haber alcanzado los avances esperados en la COP25 va a llevar a que los grupos ambientalistas intensifiquen sus demandas y, a medida que aumente la temperatura, aumentarán las protestas contra el cambio climático” y “alentará a más personas a actuar fuera de los canales políticos tradicionales”.
Por cierto, una cumbre que iba a celebrarse en Chile, pero no se pudo por la rebelión de sus ciudadanos; y que trasladó hasta la capital de España a indígenas, obreros, jóvenes, estudiantes y muchas mujeres.
Precisamente han sido las mujeres las protagonistas de la gran revolución del año: la feminista, tal y como se ha constatado en todo el mundo, desde Nueva York hasta India, donde un centenar de mujeres son violadas cada día (un 30% menores de edad), según el Registro de Delitos, que ofrece una cifra muy a la baja, ya que la mayoría de las víctimas no lo denuncian.
“Ningún movimiento social, al igual que ningún negocio, economía o gobierno, puede tener éxito sin que las mujeres ocupen puestos de liderazgo”, destaca, en este sentido, López Esquilvelzeta.
Esa tendencia “la vemos principalmente en América Latina, donde los métodos de protestas se propagan a una velocidad sin precedentes”, matiza, al expresar que esto también ha ocurrido, por ejemplo, en Irak, donde “las mujeres han empezado a involucrarse y a tomar un papel de liderazgo”.
España ha sido otro ejemplo de lucha feminista, a raíz de la polémica sentencia a “La Manada”, un grupo de hombres que perpetraron una violación múltiple a una joven durante las fiestas de los Sanfermines y que desató una ira colectiva representada en las calles del 8 de marzo.
No ha habido una sola protesta en el planeta, por el que motivo que fuera, en el que las mujeres no hayan terminado exigiendo igualdad y fin de la violencia machista. Chile lo ha materializado con #LasTesis, las creadoras del ya considerado himno feminista mundial: “Un violador en tu camino”, cuya coreografía se representa en las plazas más importantes del planeta y en todos los idiomas.
“El Estado opresor es un macho violador”, reza una de las frases del himno de #LasTesis, una metáfora de lo que denuncian los hombres y las mujeres en las calles.
Por Esther Rebollo, EFE