Sara Millerey González.
Sara Millerey González
Foto
Redes sociales

Share:

Sara Millerey González, transfeminicidios y odios

La muerte de Sara González no solo constituye un atentado contra una persona, representa un llamado para que las autoridades acompañen al inerme e indemne ciudadano.

Por: Adalberto Bolaño Sandoval

Indiferencia y odio

El cuatro de abril de este año asesinaron a Sara Millerey González, de 32 años, en la quebrada “La García”, en el municipio de Bello, Antioquia, un grupo de personas sin identificar, mientras otro grupo grababa la paliza y el quebrantamiento de piernas y brazos de la mujer, para más tarde ser lanzado su cuerpo a la corriente, para que no pudiera regresar a la orilla y pedir auxilio. Solo la policía y los bomberos lograron rescatarla y llevarla a un hospital cercano, donde finalmente falleció el cinco, tras la violencia infligida a su cuerpo.

La alcaldesa de Bello, Lorena González indicó en las redes sociales: “Fue víctima de un acto atroz y cargado de odio. A Sara la violentaron, le quebraron los brazos y las piernas y la arrojaron al río, y duele profundamente pensar que ocurrió ante la indiferencia de muchos”.

Según la ONG Caribe afirmativo, en este año han sido asesinadas 15 mujeres trans en Colombia y 10 más de personas LGBTQ+, mostrando que la violencia homofóbica y transfóbica se genera, en su gran mayoría en el departamento de Antioquia. Se trata no solo de matar sino de borrar a la persona, al género, en fin, al ser humano. Existe, pues, una persecución soterrada y generalmente abierta contra estas poblaciones. Son dinámicas de limpieza social tras las que se esconden odios irrestañables, indetenibles.  

Nuestras noticias en tu mano: únete a nuestro canal de WhatsApp y mantente informado de todo lo que sucede.

Dos palabras sellan este acto innombrable e ignominioso: indiferencia y odio. Una de esas voces que se niegan a aceptar la condición de trans es la del secretario de Seguridad de Bello, José Rolando Serrano Jaramillo, quien enfocó el crimen de manera absurda, negándose a tratar a Sara como una mujer, revictimizándola en su humanidad, lo cual muestra que, tras muchos nombramientos de funcionarios, se encuentra también la incomprensión por el ser humano. El presidente Gustavo Petro manifestó que existen en Colombia movimientos fascistas que promueven este tipo de violencias.

En Colombia, en el año 2024, se registraron 745 muertes por feminicidio  —44 de ellos contra niñas, 11 contra mujeres trans —, siendo la cifra más alta hasta ese año. A ello se une al dato referido al diagnóstico sobre Derechos Humanos que la Defensoría publicó el 9 de diciembre del año anterior, que indica que aumentó en 26% el delito de trata de mujeres, al llegar a 333 casos en 10 meses. Así mismo, hasta septiembre del mismo año, la ONG Huérfanos por Feminicidios  identificó a 239 niños y niñas que quedaron en esa situación. No obstante, en Colombia no se han instaurado políticas de protección para ninguna de estas poblaciones, y un proyecto de la senadora Carolina Botero, representante del Partido Verde, presentó un proyecto de una ley que, tras un año de presentada, sigue engavetado. Si este tipo de proyectos continúan bajo esa situación, ¿qué se espera para propuestas de mayor envergadura y que buscan satisfacer a la población, como los proyectos laboral, pensional y salud, si son echados atrás, porque afectan solo intereses restringidos?

Estas situaciones ambiguas, de negar propuestas, hablan mal de un sector político elegido, supuestamente para bien, de los propios electores. ¿Pero, realmente es así? Solemos afirmar: “Nosotros votamos por nuestro bien”. Pero solo observamos en las elecciones cuando esos políticos corruptos ofrecen dádivas cada 2, 3 o 4 años al 90% de la población que vota, ya sea por $ 50.000 a $ 100.000 o por otras retribuciones.

De estadísticas y otras cosas

Pero volvamos al principio. La muerte de Sara deja, una vez más, una estela de odio, machismo y naturalización de las violencias en el país. Las medidas son insuficientes, comenzando con que las propuestas para crear fondos, entidades, leyes y nuevas propuestas, se ahogan en el mar de corrupciones y burocracias. Miremos, en el informe de Caribe Alternativo, lo siguiente, para observar cifras y cómo la burocracia política se solaza en sus defectos de no aprobar nada a estas poblaciones mal vistas: “En lo que compete a la vida de las personas LGBTIQ+ en Colombia, el cierre del año 2024 significó no solo poner fin a un año con un balance altamente preocupante en el incremento de discursos de odio, avance de grupos antiderechos y la instalación de narrativas homofóbicas y transfóbicas —como lo vimos tanto en el hundimiento del proyecto de ley “Nada de curar” como en la llegada al Congreso, por primera vez, de un proyecto de ley contra los derechos de las personas sexo-género diversas—.” 

Sara Millerey González. Sara Millerey González. Redes sociales

Recordemos que la discriminación hacia muchas personas, en concordancia con su orientación sexual o identidad de género, se les conoce como homofobia, transfobia y bifobia, lo cual conlleva segregación y violencia contra las personas LGBTIQ+, representando violaciones a los derechos humanos.  Y recordemos, que, para las Naciones Unidas, en su oficina para los Derechos Humanos, considera: “Las personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI) siguen enfrentándose al estigma, la exclusión y la discriminación generalizados en todo el mundo, incluso en la educación, el empleo y la atención sanitaria, así como en los hogares y en las comunidades. Numerosas personas LGBTIQ+ sufren agresiones físicas selectivas y violencia extrema —son víctimas de palizas, agresión sexual, tortura y asesinato—.”

Para Amnistía Internacional, que trabaja desde 1991 por la población LGBTI, en sus estadísticas recogidas por Transgender Europa en su Observatorio de Personas Transgénero, 4.690 personas transgénero en el mundo habían muerto entre 2008 y septiembre de 2023". Las cifras son concretas y muy específicas, pues, además, en el mismo año “la organización reportó el asesinato de 321 personas trans y de género diverso. El 94% de las víctimas fueron mujeres trans o personas trans femeninas. A nivel mundial, casi la mitad (48%) de las personas trans asesinadas cuya ocupación se conocía eran trabajadoras sexuales”.

Al respecto, para Amnistía Internacional, en muchas partes del mundo no son respetados los derechos humanos, especialmente en:

1. Se les niega el disfrute en condiciones de igualdad de su derecho a la vida, a la libertad y a la integridad física.

2. Se les despoja de derechos fundamentales como las libertades de asociación y de expresión.

3. Se les recortan sus derechos a la vida privada, al trabajo, a la educación y a la atención médica.

Nuestras noticias en tu mano: únete a nuestro canal de WhatsApp y mantente informado de todo lo que sucede.

Los orígenes de la persecución y la política del cuerpo

Desde sus orígenes, el ser humano ha discriminado a aquellos que supuestamente no son “normales”, aduciendo “reglas” religiosas, políticas, geográficas, ideológicas, de género, o desde cualquier “ismo” realmente discriminatorio y tergiversación cultural. Se conjugan en estos casos, mucho la geografía y los direccionamientos culturales, muchas veces en retroceso, al afrontar, generalmente de modos sesgados y conservadores, conformándose una borradura de la cultura, de los comportamientos, las sexualidades y la representación del cuerpo.

No obstante, muchas culturas, al mismo tiempo, como la griega, romana, indígenas de Norteamérica, los mayas, la cultura sumeria y la mesopotámica, y en algunas zonas incas, aceptaban el homosexualismo, aunque mucho menos los aztecas. África es una de las zonas con menor aceptación homofóbica, argumentando que la homosexualidad no es “africana” sino que viene de importación “occidental”.

Sara Millerey González. Sara Millerey González. Redes sociales

Lo anterior da cuenta que la sexualidad y el cuerpo tienen una carga de construcción cultural, de cuerpo simbólico y político. Al respecto, para Guillermo López-Peña: “Nuestro cuerpo también es el centro absoluto de nuestro universo simbólico –un modelo en miniatura de la humanidad– y, al mismo tiempo, es una metáfora del cuerpo sociopolítico más amplio. Si nosotros somos capaces de establecer todas esas conexiones frente a un público, con suerte otros también las reconocerán en sus propios cuerpos”.

Odio, dolor, cuerpo, emociones

Lo que han destruido muchas de estas sociedades, desde su construcción político-cultural y de género, en palabras de Fernando Zarco y Joan Pujol, es la coherencia de “la relación entre sexo y género al mostrar una discontinuidad radical entre cuerpos sexuados y géneros culturalmente construidos”. Estas sociedades antiguas consideraban (y muy pocas de las actuales) que se podría aprobar el uso de cada cuerpo por cualquiera sin diferencias ni limitaciones de género, aunque especialmente, en unas sociedades naturalmente contradictorias como las nuestras, existirían y existen grupos sociales o personas en sí que censuran y castran socialmente a los LGBTIQ+.

Y en este mismo y discordante ser humano existe la aprobación y desaprobación, el odio y el amor, como parte de esa política cultural y emocional que la sociedad provee. Pensemos en las palabras de Sara Ahmed en su texto “La política cultural de las emociones” cuando dice que el odio se puede generar como “defensa contra una lesión”. Esas narrativas del odio aparecen en seres “humanos blancos” (pues estudia a la sociedad norteamericana, pero lo de las emociones es mundial) cuando nos vemos amenazados por el desempleo, riqueza, o cualquier tipo de seguridad, cuando un “otro” te amenaza, por ejemplo, los inmigrantes, tal como lo plantea Trump. Están quitándote tus derechos. El odio, como sentido y manejo emocional y cultural, tenderá a rechazar esos “atentados”. Odio y amor se conjugan cuando atentan esos seres imaginarios contra lo tuyo, y mucho más en el ser humano ordinario amenazado, volviéndose el “otro” un “invasor”, una “amenaza” de tus pertenencias, ante lo cual te conviertes en victimario, y ese “otro” en víctima.

En Colombia y muchos países del mundo, los LGBTIQ+ y las mujeres a las que se les aplica el feminicidio, apelando a la lectura de Sara Ahmed, los generan los “dueños” de la “verdad”, aquellos que fundan discursos ofensivos, ideologías sesgadas, perseguidores de cualquier grupo que rompa su mentalidad conservadora o derechista. Ellos se sienten invadidos en su “espacio”, en sus “derechos”, “creando impresiones de/en los “otros” u “otras”, como “aquellos que han invadido el espacio de la nación, amenazando su existencia”, según cita Sara Ahmed.  Como a Sara Millerey González, le violentaron sus derechos a la vida, a mantener su cuerpo intocado, al defenestrarlo, al lanzarlo por fuera de sí mismo, a expulsarlo de su propio ser. Así, la tortura se convierte en una negación. Del interior de esos sujetos deshumanizados surge el odio, que, proveniente de su íntimo yo (estoy citando nuevamente a Sara Ahmed), es dirigido hacia el exterior de los otros. Constituye ello una negación de sí mismos, una desindentificación del humano como tal: yo no soy como tú. No me asemejo a ti. Al torturar tu cuerpo me alejo de ti. Nuestro grupo criminal puede odiar tu raza, tu ideología. Nuestro grupo te expulsa el cuerpo y como grupo social anómico, como fenómeno. La muerte es el cierre de la cadena de odio y constituye el agudizamiento de una sociedad que se siente ahora cuestionada, pues sus autoridades, sus burocracias no responden al llamado de auxilio de su población, que anhela sus corespondientes derechos de ser, estar y ser protegidos.

Nuestras noticias en tu mano: únete a nuestro canal de WhatsApp y mantente informado de todo lo que sucede.

Tras lo anterior, se encuentra la generación del miedo al otro o a la otra, mediante una fantasía canibalística, para lo cual te deseo absorber tu yo. Miedo y odio se autogeneran y crecen en individuos y grupos en cualquier sociedad, poniendo en peligro al individuo, al ser que te acompaña. Entonces, aparentemente, el yo del otro te amenaza. Los delincuentes que asesinaron a Sara se sintieron, quizá consciente, subconsciente o inconscientemente atemorizados. O, muy conscientes, tomaron las armas contra Sara: “Te tenemos miedo y por eso te odiamos”. También las esposas o parejas representan una “amenaza” para ese otro que los señala o les reclama su independencia, dejar y ser como ser humano, autónomo.

Pero finalicemos: romper el cuerpo del otro constituye, sin embargo, para los agresores, una apertura e infundir miedo. Los delincuentes que mataron a Sara asesinaron una esperanza de vida y buscaron crear miedo a los otros, a la sociedad. Quisieron dar una lección, pero tras su hecho, han puesto evidencia con sus violencias, un delito contra el ser humano, abriendo una herida más al mundo.

La muerte de Sara González no solo constituye un atentado contra una persona. Representa un canto de cisne para que la sociedad colombiana, sus autoridades y representantes de mayor calado para acompañen al inerme e indemne ciudadano que cada ve se ve más amenazado en su derecho a la vida.