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Hipótesis o teoría: ¿Cuál es el término adecuado?

Lo que mejor quedaría, para cuando hablamos sin sustentación, sería: “Yo tengo una hipótesis sobre eso”, lo que parecería más adecuado cuando se esgrime un pensamiento sin argumentos.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

“Yo tengo una teoría”

Es cada vez más frecuente hoy en día escuchar a cualquier persona expresar sobre cualquier situación encontrada o por comentar: “Es que yo tengo una teoría sobre eso”, y se explaya en una serie de corazonadas, apreciaciones, propuestas, dubitaciones, etc., que muchas veces no alcanzan el nivel de ideas claras y bien explicadas y argumentadas, y mucho menos a inferencias, esas conclusiones que nacen a partir de premisas o hipótesis concretas, a las cuales se puede llegar fundamentándose sobre pruebas y razonamientos.

Es más: tampoco llegan a un pensamiento silogístico como el de los griegos de la antigüedad, cuando escribían o decían: “Todos los humanos son mortales”. Y luego: “Todos los griegos son humanos”.  Para finalmente concluir: “Todos los griegos son mortales”, hallándose así con pensamientos firmemente constituidos. 

Lo que mejor quedaría, para cuando hablamos sin sustentación, sería: “Yo tengo una hipótesis sobre eso”, lo que parecería más adecuado cuando se esgrime un pensamiento sin argumentos o pocas posibilidades demostrativas. Esas equivocaciones del lenguaje, de la argumentación y de la lógica, me recuerdan y me dejan con un sabor muy parecido a aquellos que suelen decir: “Me coloqué frío”, por la propia equivocación en el lenguaje. Y es posible creer (lo digo mamando gallo, como una hipótesis, y no una teoría) que aquellos que usan la palabra teoría en vez de hipótesis, sean los mismos que se colocan rojos de la pena (doble).  

Pero es más importante “ponerse rojo” que “colocarse rojo”, como decíamos en un artículo anterior (ver “Cuando lo ´mucho´ se mal convierte en ´demasiado´”, en este mismo diario). Y ante posibles ambigüedades y confusiones, pongamos, en este caso, una carga de profundidad al voquible hipótesis y exaltemos al de teoría, con el cual es confundido. Destaquemos, de entrada, que estas expresiones, que pudieran ser sinónimas, no lo son, ni por acercamiento lingüístico y mucho menos epistemológico. Y hagamos un primer señalamiento: con esta última palabra, queremos indicar que esta, epistemología, nos acerca y dice que representa y examina los fundamentos tras los que se basa la creación del conocimiento, la teoría. Y es que ambas tienen una muy estrecha relación.

La raíz etimológica de epistemología proviene de la unión de las palabras “episteme” (conocimiento) y “logos” (estudio). Esta, entonces, explora la conexión interna de los razonamientos que llevan a la creación de conocimiento en las ciencias. Para llegar a la ciencia y sus aplicaciones, es necesario el uso de metodologías, procedimientos, habida cuenta de sus objetivos, formas de investigación, utilidades, limitaciones y conceptos para alcanzar una meta concreta y demostrativa. En el fondo, busca, en síntesis, teorías, que son enunciados válidos sobre aquellos contenidos que podemos plantear en la búsqueda de la obtención de todo tipo de conocimiento.  Todo ello, de acuerdo con el contexto.

¿Y entonces, ya contesté? Creo que me adelanté. En fin, eso siempre pasa cuando una explicación se entromete y alcanza a otra. Pero de lo que se trata es de lo siguiente: ¿estamos cambiando teoría por hipótesis, e hipótesis por teoría? Digamos que una teoría se logra cuando sus bases epistemológicas se encuentran bien sustentadas, ya discutidas, analizadas, corroboradas. De modo que cuando hablamos sobre el Junior o sobre Petro (dos temas que requieren, el primero, saber negociar, y el segundo, saber argumentar) generalmente discutimos exaltadamente, apelamos sin profundizar, pero algunas o muchas veces, podemos exponer hipótesis. Porque una cosa es la libertad de expresión, y otra saber argumentar bajo esa misma libertad.

Tengo una hipótesis

Voy a plantearle a los lectores una hipótesis, en concordancia con su contexto: la “teoría” geocéntrica, en la que la Tierra fue el centro del sistema solar, la propugnó, la propuso inicialmente Aristóteles, y, más adelante ampliada y “ratificada” por Ptolomeo en el siglo II d. C. (Las comillas usadas aquí son, naturalmente, de burla). A este respecto, es acá cuando las palabras hipótesis y modelos cobran más sentido, pues principalmente la primera representa  una propuesta, solo una propuesta, y se correspondía con el (des)conocimiento propio de sus épocas. 

El contexto de Aristóteles (384-322 a. de Cristo) era la antigüedad, pero, no obstante, fue Aristarco de Samos, casi 70 años después, quien lanzó una hipótesis contraria: la Tierra gira sobre su propio eje y viaja, como los otros planetas, alrededor del sol. ¡Increíble! Este científico griego, que vivió entre los años 310 y 230 antes de Cristo, hizo esta proposición con mucha mayor antelación que Copérnico, quien, en el siglo XVI, escribió su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), publicada en 1543, donde, teórica y científicamente, sustentaba lo que Aristarco había hecho 17 siglos antes. Solo que Copérnico amplió y sustentó las primeras hipótesis y evidencia del geógrafo y astrónomo de Grecia.

Y hagamos una gran diferencia: para Aristóteles y Ptolomeo la teoría geocéntrica era, en realidad, apenas una hipótesis, cuyo contexto histórico no permitía verificaciones, además de que, en el caso de Ptolomeo, existía detrás el peso religioso de la iglesia y su ideología conservadora. Reiteremos entonces que la teoría está sujeta a experimentos, metodologías, procesos, comprobaciones y verificaciones con datos y resultados evidenciados, así como corroborada por una comunidad científica.

No está de más recordar que la teoría del Big Bang, propuesta por el belga George Lemaitre, basándose en ecuaciones de Albert Einstein, se constituyó como un principio que se formuló para explicar los orígenes del universo, que fue comprobada mediante los rigores de la experimentación y el control, como la observación de la expansión del universo por Edwin Hubble en 1929, en la que mostraba que las galaxias se alejan de nosotros a mayor velocidad cuanto más lejos están. Ello se logró tras diversas observaciones de las radiaciones cósmicas remanentes de los primeros tiempos del universo, con lo cual se daba una gran carga de veracidad estas afirmaciones científicas. 

En fin, el habla cotidiana es una, que puede ser susurrada a la persona amada; es otra con los amigos, que puede ser juguetona, sarcástica y hasta vulgar, dependiendo de la situación. Y es otra para nuestros familiares o nuestros hijos; y ¿Qué decir para los nietos o bisnietos? Las hablas son diferentes con relación al contexto y al espacio, o según el modo, lugar y tiempo, según las autoridades.

Lo atractivo, en este caso, o interesante, como diría aquel que no sabe cómo evaluar o justipreciar algo, es cuando estamos dialogando con los amigos o con cualquiera, hasta llegar a discutir. Y he ahí, cuando se forma el merequetengue. Perdemos los estribos, fallan los argumentos. Hay qué ver cómo termina todo. Entonces hablamos de presentar una teoría o una hipótesis.

Cerremos estas reflexiones: las hipótesis son el comienzo de una posible investigación, que comienzan con unas creencias, con unas ideas, en medio de una charla cualquiera. Ellas constituyen propuestas que son solo un deseo que necesita varios procesos hasta llegar a ser probado. Aunque se supone que lo que hablamos en la calle o escribimos también, pocas o muchas veces, debieran tener ese sentido. Pero eso es ser muy estrictos en y con la vida, que está llena de juegos, de silbos, de trinos y risas y conversaciones. Pero hipoteticemos, en algún momento, sobre escribir un artículo que plantee algo sobre las teorías y las hipótesis.

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