Carta etílica a los amigos
Crónica de Alfonso Ricaurte Miranda.
Por Alfonso Ricaurte Miranda
“Acudir al alcohol para potenciar nuestra euforia por un logro conseguido o para darnos valor para ahogar las penas, es un riesgo en el que reincidimos con frecuencia a sabiendas que de no controlar su consumo, nos exponemos a consecuencias que van desde hacer el ridículo hasta otras acciones que tenemos que lamentar”.
Hoy pese a lo que pueda dar a pensar la entradilla, preciso que no soy abstemio ni haré del tema una epístola sobre las consecuencias del consumo de alcohol.
No podría hacerlo, porque no tengo autoridad moral para ello. Bebo un par de cervezas o copas los fines de semana y en ocasiones especiales me dejo llevar por la euforia y llego a la embriaguez, pero, ojo, ello no me quita autoridad para confirmar que en efecto, quien se emborracha pierde.
Algunos estarán diciendo que de perdido nada, porque cuando están borrachos es cuando encuentran la alegría, se sienten más “guapos”, más “chéveres”, más “guais”, más “bacanes”, más “molón”.
Pues cuando ya estás así, es cuando ya empiezas a perder y algunos ya están perdidos, porque no son guais, ni chéveres y mucho menos guapos.
Recuerden que el licor es el embellecedor más económico y efectivo, porque con unos tragos de más ya nos vemos nosotros mismos y a los demás, hombres y mujeres, más guapos que en lo que realidad son.
Reitero que el tema no lo he traído para que desistan de beber o que no lo hagan, porque esa es una decisión personal que cada quien asume o debe asumir, teniendo en cuenta si lo necesita o no para sentirse bien estando solo o reunidos en sociedad.
Y además porque pienso que el licor está tan arraigado a la historia de la humanidad, que no se puede desconocer que entorno suyo se han tomado y se siguen tomando grandes decisiones, por lo que considero que no es un elemento cien por cien perjudicial, cuando se consume con moderación y sobre todo con responsabilidad.
Una prueba de ello es que, quienes así lo hicieron en el pasado los llamamos los padres de la humanidad y a quienes lo hacen actualmente, los llamamos gobernantes del país, o los dirigentes de la sociedad.
Pero ojo, que si cualquiera de nosotros sucumbe a los encantos del licor y la embarramos, nos llamaran borrachos de mier...
Y ese es el objetivo de traer este tema, decirles que evitemos emborracharnos perdidamente, porque no me desconocerán ustedes que algunos se merecen el calificativo y discúlpenme por lo escatológico.
Estoy seguro que más de uno de quienes me leen ha estado o conocen alguno de esos borrachos perdidos, esos que en las fiestas en casa de los amigos, se vomitan el baño; el que se duerme con la boca abierta en el sofá y lo mancha con la baba; o el pernicioso que a pesar de haberse acabado la fiesta no se va porque todavía hay licor en la mesa y hay que darle el resto que queda en la botella para que se vaya; o aquel que se le da por enamorar a la esposa del vecino que lo ha invitado a la fiesta; o el deprimido que no deja de llorar contando sus penas.
Pero si esto le parece mucho, no deje por fuera los borrachos perdidos que llegan en la madrugada a la casa y no son capaces de abrir la puerta y comienza a golpearla llamando a gritos a la esposa despertando a los vecinos.
Por lo general estos son los mismos que cuando se acuestan no la dejan dormir con los ronquidos, o porque quieren sexo. Los que se levantan en la madrugada de la cama, llegan al armario abren la puerta y creyendo que han llegado al baño mean allí; o los que ni siquiera caminan hasta el baño sino que se levantan y lo hacen al pie de la cama, en la mesita de noche.
Y aún hay más. Los que tienen resaca, cruda, guayabo o como se le llame a ese tormentoso malestar con que se levantan al día siguiente.
Confieso que en una ocasión tuve uno, que de no acordarme que me había emborrachado la noche anterior, hubiese pedido que me llevaran a un hospital.
Están esos guayabos que no soportas ningún ruido ni que nadie te hable porque sientes que te taladran los oídos y la cabeza. Y para mí el más jodido… El guayabo moral, ese que no te acuerdas de gran parte de lo que hiciste y no te atreves a salir del cuarto porque te da miedo con lo que saldrá tu esposa. Y el peor… el moral terciario, ese que tres días después, tu esposa, que sabe que no recuerdas ni como legaste a la casa, te tortura mirándote con cara de asco y mascullando.
- Que vergüenza lo de la otra noche.
Ese es el que te hace hacer el juramento más incumplido de la humanidad.
!!!No bebo más nunca en la vida¡¡¡
Carta etílica a los amigos
Cuento de Alfonso Ricaurte Miranda
Inclinó la botella de Whisky y la mantuvo así aún después de que el último hilillo de licor, pareció escapar a toda prisa de su cautiverio, hasta cuando cayó dentro del vaso.
- Ahora sí es la última. - Se dijo para sí y colocó la botella sobre la mesa. Levantó el vaso y lo observó decepcionado por la poca cantidad que contenía.
Era un día de enero, víspera del Día de Reyes, época en la que para él, la nostalgia se convertía en un monstruo de mil cabezas que lo acosaba con saña, pese a los años transcurridos desde la obligada partida de su tierra natal.
Graciela, su esposa, que por experiencia sabía que los recuerdos eran inmunes al licor, prefería retirarse y escapar de ellos escondiéndose en un profundo sueño.
Él, por el contrario, desoyó la recomendación de su esposa para que se fugara con ella a la cama y decidió enfrentárseles, a pesar de percatarse que su lucidez, ya estaba empañada por los nubarrones de la nostalgia, y la euforia sobrevenida con los primeros tragos ya huía derrotada.
Se llevó el vaso a la boca y bebió de un golpe el trago que le quedaba buscando la fortaleza y el entusiasmo que había perdido, pero lo que recibió fue un castigo a su terquedad, porque la embriaguez potenció la añoranza y juntas comenzaron a bombardearlo con los recuerdos.
En medio de lo turbio de su pensamiento por el sopor del licor, comenzaron a surgir los recuerdos de los familiares y amigos y lo hicieron con tal intensidad, que no pudo contener las lágrimas.
Lagrimas que brotaron sin sollozos, ni lamentaciones, señal inequívoca de que la melancolía, vencían ya la euforia del licor.
Su primer impulso fue tomar el teléfono y llamarles, pero se contuvo al darse cuenta que no podría articular palabra.
- Les escribiré, se me dá mejor que hablar. Se dijo arrastrando el pensamiento.
Abrió el ordenador portátil y accedió a las redes sociales, picó en la pestaña de amigos y al desplegarse la lista, nuevas lágrimas inundaron sus ojos. Cualquiera de los nombres que ni siquiera alcanzaba a leer con nitidez, lo consolaría en ese patético momento de derrota etílica.
Comenzó a escribir con los ojos inundados por el llanto y sin preocuparse por el destinatario, pero disculpándose de antemano por designarlo depositarios de sus tristezas y melancolías.
A la mañana siguiente con la lucidez aún empañada por los vapores del licor, se levantó y se dirigió hacia la mesa donde había dejado el ordenador. No recordaba haber enviado el mensaje ni mucho menos haber recibido alguna respuesta.
Reactivo el ordenador que había dejado encendido y al iluminarse la pantalla lo primero que vio fue un párrafo plagado de consonantes sin ninguna palabra legible.
Por un segundo le surgió la esperanza de que el licor lo hubiese vencido antes de enviarlo, pero la respuesta burlona de los destinatarios evidenciaba que no:
- Imagino que es Vodka lo que bebes porque te ha puesto a escribir en ruso. Jajajajajajaja
- Vaya pea. Vete a dormir que no se te entiende un carajo. jajajajajaj
Graciela su esposa, se acercó hasta él al ver su expresión de vergüenza. Miró la pantalla, leyó las burlas de sus amigos e inmediatamente dio media vuelta y se alejó diciéndole.
- Te lo advertí.
Hasta el próximo viernes.
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