Ese día David Ospina sufrió el embate de la zurda de Lionel Messi.
Foto
Andrés Noé Gómez

Share:

El día que Lionel Messi puso a Pékerman en el camino de Colombia

Un relato en primera persona y a ras de grama del último Colombia vs. Argentina en Barranquilla.

Y allí estaba yo, hace exactamente cuatro años, rascándome la cabeza, preguntándome cómo, mirando a un lado y hacia el otro, aturdido por los gritos del la tribuna sur que no dejaban de corear: “burro, burro, burro, buro” contra Leonel Álvarez y Julio Comesaña. No entendía cómo había pasado esto, o mejor si lo entendía y no lo creía, que todo era obra de un crack: un petizo de 1,69 metros de pura magia.

La sola idea de su presencia revolucionó la ciudad. Visitantes de Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga e incluso Pasto, llegaron a la ciudad y pagaron suntuosas suites en el hotel donde estaba Argentina, para poder contar a sus amigos, familiares, vecinos conocidos y hasta desconocidos que se encontraban de casualidad por la calle que respiraron el mismo aire, que nadaron en la misma piscina y que durmieron bajo el mismo techo donde estuvo el crack.

Una romería de seguidores comparables a las que convoca el Papa, un domingo en la Plaza del Vaticano, se aplastaba contra las puertas del lugar gritándole al periodista de turno cosas como: “Ayúdeme a cumplir el sueño de mi vida” o “le estaré eternamente agradecido si usted dice que soy su ayudante”.

Esa fiebre sin control se le contagió hasta al Alcalde de turno, quien se presentó a tomarse fotos con sus hijos y el pequeño zurdo, a quien le entregó una camiseta del Junior, que luego el argentino preguntó de qué equipo era y dónde jugaba. Tanta fue la emotividad, que el Alcalde movió sus influencias para que su hijo fuera el que acompañara al '10' al momento de salir al campo. Un privilegio que no concedió a nadie más. 

En medio de esa locura llegó el día y como no podía ser distinto, las arengas que la noche anterior corearon su nombre, se transformaron con el sol abrazador del martes en insultos y silbidos desde el momento en que pisó el terreno.

En el arranque del partido, el argentino tocó la primera pelota, la movió mal, me pregunté “¿estará nervioso?”; y en el acto me respondí: “ojala esté”.

El trabajo de Gustavo Bolívar, Abel Aguilar, Mario Yepes y Aquivaldo Mosquera nos llevó a concluir al fotógrafo sentado mi lado y a mi, al final del primer tiempo, que el crack “no estuvo”. No era el mismo, no se notaba definitivo, ni mucho menos como el mejor del mundo "sin discusión" como dijo el ‘Pibe’ unos días antes. La verdad es que en el estadio a pocos les interesaba que demostrará que en efecto lo era.

De otro lado, el consuelo para los hinchas estaba en la frágil ventaja 1-0 que Dorlan Pabón había colgado en el marcador con un tiro libre que se fue al fondo del arco gaucho.

Para la segunda parte ‘La Pulga’ comenzó a mandar, sus contrarios se agotaron, el rival no reaccionó y poco a poco comenzó a desgranar la defensa amarilla. No pasó mucho tiempo hasta que se salió de control y casi todos los 47 mil espectadores lo lamentamos.

Todo nació de un error. El capitán tricolor, Yepes, chocó contra su portero, llegó el empate con su zurda. Después sus gambetas se hicieron más constantes, sus compañeros lo rodearon para apoyarlo y las patadas de los nuestros aparecieron.

El calor lo deterioraba, sus piernas temblaban, hacia jarras, pedía liquido, estaba magullado y había sufrido un balonazo adrede en la cabeza merced de Aguilar. Pero la magia continuaba allí, y para mi pesar lo demostró cuando faltaban solamente 6 minutos, pues comenzó un ataque que Sergio Agüero aprovechó para vencer a David Ospina.

Vino el silbatazo final y quedé perplejo, desorientado, maniatado por el desconsuelo. Un solo hombre definió un partido y lo increíble es que había hecho una vez más.

La gente a mi espalda, a mi derecha, a mi izquierda y frente a mí se quedó un instante más antes de salir, solo para verlo desde lejos, para guardar su estampa en la cabeza, para poder contar del partido que ganó él, para poder decir “este es el crack que vi”.

Al final y sin aliento, con las mejillas rojas, sus piernas endebles, su frente sudando y escoltado por dos policías, se enfrentó a una muralla de micrófonos y cámaras que le interrogaban. Pasó sin gambetear para dar autógrafos a sus admiradores.

Ese día era imposible para mi, para los que sufrimos, saber que Lionel Messi con una derrota cambió el destino del fútbol nacional. Un cambio para bien. Por cuenta de sus carrera incontrolable, de su oportunismo, de su magia, Colombia cambió el rumbo, en el que José Pékerman se sentó en el banquillo para capitanear el barco con destino a un Mundial, tras 16 años de ausencias y decepciones.

Por eso, este martes, cuatro años después de esa tarde bailada al ritmo de los ahora ausentes Lionel Messi y ‘Kun’ Agüero,  Pékerman intentará ganar, y así dejar las aguas tranquilas para alejar cualquier posibilidad de repetir la historia de su antecesor. 

Más sobre este tema: