Labor de taracea de Leo Castillo
Reseña literaria de esta novela, a cargo del periodista Libardo Barros Escorcia.
Comienzo por la obvia afirmación que la simbiosis entre fantasía y realidad es literatura; en consecuencia, parecería ser más una tarea de especialistas querer saber dónde comienza la una y termina la otra, y no de quienes solo desean disfrutar del placer estético de una obra de ficción. Aunque está claro que por mucho que creamos conocer apartes de la vida de un autor o los escenarios donde transcurre su obra, nadie estaría autorizado para algo distinto de adentrarse en ella, seguir la lectura o abandonarla cuando a bien se tenga.
En este caso particular, la novela sirve al autor para dar cuenta de su universo, no solo como testigo de la realidad, sino también como alguien que la ha transitado y se ha expuesto a ella. En los entresijos de su obra, sin ningún otro pretexto al de ser escuchado, nos muestra lo que halló y tomó de su experiencia vital. Recordando a Aleixandre:
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Labor taracea es además una obra que el lector puede tomar como: un estudio psicológico del comportamiento del adicto compulsivo a las llamadas drogas duras (bazuco, cocaína…); un tratado de literatura universal (francesa, ante todo); una valoración de las religiones en las que se resalta aquellas que priorizan la experiencia personal y mística con un ser trascendente que anula los intermediarios (léase iglesias, maestros o gurúes) y descarta la mortífera culpa: “Si el pecado existe es por algo. Úsalo”. También pudiera ser una fuerte crítica al sistema judicial corrupto y en igual medida a los políticos colombianos; o una indiscutible sanción a la policía y la prensa mercenaria del país. En resumidas cuentas, la novela también nos pone frente a la labor de mirar desapasionadamente el acontecer de una ciudad, que pudiera ser cualquier otra, pero que en esta obra es Barranquilla, cuya carta de presentación fue por mucho tiempo: “El mejor vividero del mundo”.
A partir de sus primeras líneas el narrador (preferiría hablar de voces narrativas en disputa, incluida la del lector) se presenta como un sujeto que se autodestruye, quien en la plenitud de su derrumbe señala: “Lo abandono todo por la droga”. Y confronta al lector de tal manera que en lo sucesivo este no se podrá considerar moralmente superior a él: “Dirigirme a ti es como si a mi imagen en el espejo me dirigiera.” Y para redondear el primer párrafo se le advierte a lo que se debe atener quien escogió leer esta novela: “Abandona pues toda esperanza de pundonor tú que me lees”. Se libra al lector de la obligación de continuar leyendo el texto que tiene en sus manos.
Desde el primer momento se infiere que la novela contiene en sus páginas algo más que la historia de “los asesinatos seriales en Barranquilla que conmocionaron al país”. Esa labor la tendrá que realizar cada lector según sus intereses o necesidades. Y me reitero: un crítico conocedor del tema podría analizar la actitud de algunos personajes; ante todo la de Leo, el drogadicto co-narrador, estragado por la droga, que la mayoría de las veces, parece ser muy lúcido, sabio lector, amoroso, tierno y conocedor de la vida, huérfano, paranoico, víctima y victimario; quien como personaje de ficción se nos va haciendo más creíble y nos resulta tan real como el que más. Y por otro lado, su contraparte Lutte Lutin, “el desgraciado autor de estas páginas”, según Leo.
En igual medida un criminalista acucioso pudiera someter a investigación las execrables tramas de la UNILIBRE y el sistema de educación privada del país que de tiempo atrás antepone el lucro a cualquier precepto moral. Otra arista importante es la visión antropológica del narrador ante la problemática indígena (wayúu); como también su ponderación a la tradición oral: algunos dichos y refranes (paremiología) y la alienación de los ciudadanos ante el carnaval. Un psicoanalista pudiera dar luces sobre la relación del narrador con la figura del padre y la madre y su proyección con mujeres y hombres que aparecen en la obra. En especial, con las manifestaciones de afecto y la sexualidad de los personajes (maltratos, abusos, sexo urgente y mercenario).
El universo narrativo del autor nos pone frente a otra manera de percibir y contar los hechos y su resonancia en la gente. También cómo se confronta y reelabora la verdad frente a lo verdadero Y en algún sentido comprender que esa nostalgia por lo que no sucedió en la vida real tenga la oportunidad de realizarse al menos en la ficción.
Labor de taracea es una novela que acepta la vida siempre y cuando se haya experimentado su lado amargo y haber conocido lo más bajo y ruin de la existencia. Haber confrontado, sin culpas ni arrepentimientos, los demonios que nos habitan, darles un lugar, y después de muchas discordias acordar una tregua con la muerte.
Por eso su recurrencia y encantamiento con el mito, palpable en la circularidad del tiempo, la repetición de hechos y acciones de los personajes, la cita de obras clásicas y parafraseo de libros sagrados: La biblia, Tao te chin, el Bhagavad Gita y El Corán. Pasajes de obras de poetas locales y la invitación a escena de algunos amigos del autor.
Se ha dicho que no se escribe porque se recuerda, sino que se escribe para recordar y eso suena llamativo; pero también puede pasar que se escriba para olvidar. Para completar un proceso, una etapa, de la vida que ya no nos interesa. Que hizo parte de una travesía iniciática propia de quien confronta su infierno interior y regresa a su comunidad con el mapa del tesoro, cuyo valor se traduce en saber contar la aventura de haber enfrentado al dragón. El resultado de esa experiencia bien puede estar condensado tanto en el apígrafe de Emerson que aparece en la cuarta página de la novela: Su bella labor consiste en ofrecer a su pueblo toda joya intelectual, toda flor del sentimiento. Y en la contraportada del texto donde el autor declara que: Al bajo fondo de la existencia se cae sin paracaídas ni equipaje. De allí se vuelve –si se vuelve- con una rara flor en el alma: un boceto del hombre.
Por Libardo Barros Escorcia
Licenciado en Lenguas Modernas, Especialista en Pedagogía de la lengua Escrita; Magister en Desarrollo Cultural y Doctor en Antropología Cultural. Investigador cultural que escribe crónicas y relatos para revistas y periódicos de publicación regional y nacional. Es profesor de Castellano y Literatura, Antropología cultural e Investigación en la Escuela Normal Superior La Hacienda y la Universidad del Atlántico. Barranquilla, Colombia