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A un amigo

Cuando me hablaron para contarme que algo había pasado, presentía lo que sería, de alguna forma. Guardaba la esperanza, en todo caso, de que no fuera más que un ensayo, otra historia trágica que agregar a tu largo haber de desventuras. No fue así, ya te habías quitado la vida. Sin posibilidad a réplica, no ibas a darle a nadie la oportunidad de perderse contigo en uno de esos debates interminables en los que te terminabas hundiendo, a veces más por compulsión que por convencimiento.

Quisiera decir que no fue una sorpresa, pero sí lo fue. Si de verdad, con total certeza, hubiésemos sabido que la decisión estaba a la vuelta de la esquina habríamos hecho más, supongo… porque siempre hay otro día, siempre hay más tiempo… ¿no?... siempre.

Mientras descendías, año tras año, sobre la espiral que los demonios en tu cabeza iban tejiendo, el dolor se fue convirtiendo en rutina, la tragedia en una constante, la tristeza, el comportamiento autodestructivo. Asumí, asumiste, asumimos, que no eran coyunturas, era un rol asignado, apropiado. Nadie podía quitarte el orgullo con el que te aferrabas al papel que interpretabas. No creo que tuvieras que interpretarlo, no creo que no hubiera opciones, y eso era lo que me cansaba. Eso es lo que me hace sentir rabia, pero la decisión no era mía.

¿Cuándo comenzó el ciclo?, la rueda dramática que se repetía año a año. No lo sé. Recuerdo cuando éramos niños, recuerdo tu temperamento rebelde, hablábamos de socialismo a nuestros escasos 13 años, como si fuera cualquier cosa. Aportaste mucho a la construcción de la concepción misma que hoy tengo de lo que es pensamiento crítico y, por eso, lo que aprendí de ti hará parte de la forma en la que veo el mundo hasta que muera, en la medida que sea. Algo en lo que, estoy seguro, la mayoría de las personas que se detuvieron a hablar contigo probablemente coincidan.

Eras una persona valiente y combativa, la dignidad que te daban tus principios fue siempre algo admirable, algo que compartíamos, y, pienso yo, nos hacía hermanos. Nunca nadie podrá negar el peso que cargabas en tu alma por la preocupación tan sencilla –y para muchos lejana- de ser un buen ser humano… Y creo que lo fuiste, porque ser humano no es ser perfecto, es intentar no hacer daño, intentar al menos, aun con torpeza…

Y me cansaste, y cansaste a muchas personas, supongo. Algunos pasaron de ti con la naturalidad de reemplazar la amistad por preocupaciones y satisfacciones nuevas, más urgentes, más reales, más normales, te fuiste quedando fuera de nuevas realidades, y lo entiendo. Para otros… para mí, al menos, la decisión fue más consciente… era difícil seguir hablando, siempre tenías algo nuevo con lo que cargar… y yo también tenía con qué cargar, y todo parecía tan mundano al lado de los huecos en los que te metías a veces… no hay nada más tonto que hacer de la tristeza una competencia…

Éramos dos caras de una moneda, por eso tantas caminatas, ebrios y sobrios, al calor de la noche de Barranquilla, que amainaba por un rato antes de amanecer… a veces con los pocos amigos de siempre, de los que hoy tengo uno menos… a veces solos, porque en la soledad nos acompañamos, supongo…

Y entre tantas cosas, entre las discusiones sobre política, sobre la gente, sobre su maldad, sobre su estupidez, sobre la música y la gloria en el arte, sobre ciencia ficción, sobre nuestros problemas, y nuestras tristezas, nunca encontré las palabras para cambiar en algo la dirección de los pasos que seguías… apenas una brisa para paliar el dolor por unas horas, para ayudarte a no tener que pensar por una noche, antes de que te acostaras rendido al comienzo de un día nuevo. Siempre estuve orgulloso de mi habilidad con las palabras, pero no valió para mucho. Nunca pude encontrar la combinación, el orden, la armonía, la melodía verbal para resonar en tu mente, jamás a lo largo de tantos años… todo siguió su curso.

Tan parecidos fuimos que me aventuro a creer que entiendo lo que sentías, la terquedad con la que te aferrabas a la tragedia. No podías perdonar, no podías fingir. El mundo te había hecho daño de tantas formas diferentes que, a su vez, llevaban a nuevos ataques y experiencias incómodas, y tú no podías pretender que esto no era así, ser un hipócrita. Haber sido completamente feliz, habría sido como expiar al mundo de sus culpas, un mundo que jamás te había pedido perdón –ni iba hacerlo-. Abrazar la ‘funcionalidad’, dejarte llevar por una rutina cualquiera, habría ido en contra de tus principios. Escogiste un camino más fiel a lo que creías que debía ser la vida.

Ya en los últimos años nos hicimos muy diferentes, la esencia permanecía, pero las disposiciones no. Lo que nunca aceptaste es que cargar con el peso de las fallas del mundo –sea lo que sea que entendieras por mundo- solo te pesaba a ti, el mundo seguía, sigue y seguirá, hoy no estás en él y el tiempo no le ha perdonado al día ni medio segundo. No lo sé, quizá si lo entendías, quizá por eso, también en los últimos años, veía en tu frustración retazos de furia y el remolino de tus decisiones se iba volviendo más impredecible.

Sí, probablemente te burlarías de mi ingenua convicción de que entender sirve para corregir, a veces entender no sirve más que para eso, entender… O podríamos perdernos horas discutiendo sobre si, en esencia, realmente entendías lo que creías entender o solo estabas usando otro más de tus mecanismos de defensa para no lidiar con las verdades con las que debías lidiar. Hoy ya no volverá a pasar, en todo caso, no volveremos a debatir sobre absolutamente nada, y, aunque no debería, también siento mucha rabia por eso.

Habrá quien te reduzca a tus defectos, quien solo haya visto en ti a una persona problemática y conflictiva, incapaz de asentarse, perezoso, terco y orgulloso, egoísta y narcisista. Gente simple. Si fuera así, no habría tantas personas que hoy lloran tu partida, ni quedaría en el aire esta sensación, tan incómoda, de que en tu historia hubo algo de injusticia, de que este mundo debería ser un lugar más apacible, más tranquilo, que las personas deberían ser más cuidadosas en cómo se tratan las unas a las otras. Eso pienso yo.

Defectos habían, sí, pero por cada uno había una virtud. Si alguien te pedía un favor estabas siempre dispuesto a realizarlo, tuvieras o no los medios, siempre tuviste tiempo para dárselo a tus amigos, siempre nos quisiste. Eras un gran artista, y la música que alcanzaste a producir era muy bella, tu mente era un gran tesoro. Repudiabas el cinismo y defendías lo que sentías con pasión. Aunque oscuro de a ratos, siempre tuviste un gran sentido del humor. Cuando te proponías algo no descansabas hasta alcanzarlo, sin importar cuánto tiempo tomara. Eras muy inteligente y, probablemente, con la tranquilidad adecuada, habrías podido hacer mucho más con ello.

Sé que te costaba conectar con otras personas. Quien no te conoció de verdad pensaría que no eras alguien emocional. Pretendías, muchas veces, observar al mundo desde una alta columna de marfil, cimentada en racionalidad. Era una máscara, siempre supe de tu deseo de crear lazos de cariño real, ser importante para quienes amabas y que te amasen igual, sin condiciones. No por nada en el amor hallaste el sentido de tu existencia, y creería yo que esto siguió siendo así hasta el final. Eras uno de los seres humanos más sensibles que he conocido en mi vida.

Por eso pienso que tu virtud más importante, más allá del talento artístico o la inteligencia, fue que, sobre todas las cosas, amaste de forma honesta y sincera, a quienes les entregaste tu corazón se lo diste por completo y no te reservaste nada. Y en tu torpeza, y nuestras torpezas; a veces te hicimos daño, a veces nos hiciste daño.

Lo siento mucho por lo que no pude hacer mejor.

Una vez en Facebook dejaste un comentario en el que sé que hablabas de una conversación que tuvimos. En lo que escribiste había una gran sabiduría, como en muchas otras cosas, quizá porque desde hace mucho llevabas viviendo como si te estuvieras despidiendo… no lo sé, pero quisiera que tus palabras quedasen aquí para siempre.

“Reality is what it is, it does not ask for any permission. Whatever we do will eventually vanish from our present like a song we are done playing, but just like one, it will exist forever in our memory... And we can always play another one…”

(“La realidad es como es, no pide permiso. Cualquier cosa que hagamos se desvanecerá eventualmente de nuestro presente, como una canción que hemos terminado de tocar. Pero, justo como una canción, existirá para siempre en nuestra memoria… y siempre podremos tocar otra…”)

Existirás para siempre en nuestras memorias, Leonardo Rodríguez. Descansa.